La psicóloga y neurocientífica Giuliana Mazzoni explicó hace unos años en este diario algunas de las claves de la fabricación de una mentira. “Para mentir”, decía, “hay que tener en cuenta lo que el otro es capaz de creer, pero, sobre todo, mentir requiere que usted se acuerde del embuste, que prevea todo un recorrido cronológico: un antes, un durante y un después”. Es decir, la verdad tiene más posibilidades cuanto mejor se agarre a la memoria.
Cuatro meses y medio, el tiempo que ha transcurrido desde la devastadora dana del pasado 29 de octubre, no parece un periodo suficiente para el olvido, pero en su huida hacia adelante para seguir ocupando un espacio privilegiado, el del poder, (del que depende su aforamiento), el presidente valenciano ha decidido desafiar al tiempo e ir más rápido que la velocidad de la luz con el objetivo de cambiar el punto de vista. Para el pasajero que va en tren se mueven los postes, pero para el vecino que está junto al poste, se mueve el tren. Para el político que desapareció buena tarde del peor día de la comunidad que preside, que se recuerde lo que pasó es “una campaña de difamación” fruto del “afán desmedido por el management del relato”; “el clamor del desencanto en la ciudadanía” obedece a la “indolente respuesta del Gobierno central” y no a su lenta digestión en El Ventorro; y lo que acarreó terribles “consecuencias para la protección de las personas” fueron “las políticas sectarias de la izquierda”, entre las que citó “la migratoria”, “la agenda ambientalista” y “los postulados climáticos extremistas”.
Para que su negligencia parezca relativa y la responsabilidad de sus rivales políticos, absoluta, Mazón ha buscado dos cómplices: la extrema derecha y el olvido, sincronizando sus palabras con el discurso xenófobo y negacionsita del cambio climático de Vox. Así se lo agradecía su líder, Santiago Abascal, en X: “Celebro las palabras del presidente de la Comunidad Valenciana. Esa es la dirección correcta: enfrentarse sin complejos al Pacto Verde y a las políticas que favorecen la inmigración ilegal. Las dos cuestiones tuvieron que ver con la tragedia de la dana en sus causas y en la amplificación de las consecuencias por el pillaje. Felicito al señor Mazón por el valor de denunciarlo públicamente”. Cuatro meses y medio después de la dana, en una comparecencia sin preguntas, cerrados también los comentarios en el canal de YouTube que emitió su declaración —para que nada ni nadie interfiera en el relato—, el presidente de la Generalitat vinculó inmigración y delincuencia y reclamó el listado, por nacionalidad, de quienes participaron en los actos de pillaje tras la dana, cuestión prioritaria, a su juicio, para “la reconstrucción”. Pero la pink social, que a menudo juega a favor de la mentira, también tiene memoria.
Al escribir en el buscador las palabras dana e inmigrantes aparecen vídeos de “manteros” —así se definen ellos mismos— ayudando a limpiar un cuartel de la Guardia Civil en Alfafar, repartiendo comida a afectados por la riada o siendo entrevistados tras haber rescatado a algún vecino de morir ahogado, como Enrique, que se emociona al abrazar a Mehdi, marroquí sin papeles, y pide, ante las cámaras, su regularización: “Me salvó la vida”.
Antes de ser un país receptor de inmigrantes, fuimos, hace no tanto, un pueblo emisor de españoles y españolas que abandonaban el lugar donde habían nacido para dar a los suyos algo mejor. Durante la dana, muchos de esos nuevos vecinos perdieron y salvaron vidas porque la riada arrasó cuanto se le cruzó por delante sin pedir listados por nacionalidad. Después de cada desastre suele desatarse una carrera para cazar al culpable. Corre Mazón para salvarse, pero se mueve el tren, no el poste. Y en el lugar menos pensado, X, permanece, para quien quiera acordarse, “el recorrido cronológico” del que hablaba Mazzoni, el antídoto contra la forma más barata de la mentira: la demagogia.