Lo describió a las claras Jaime Lee Curtis cuando ganó al premio Oscar en 2023 por Todo a la vez en todas partes: “Tengo 64 años y he sido actriz desde los 19. He hecho películas de terror y vendido yogur para cagar. Nunca pensé escuchar mi nombre aquí”. Esta temporada, tras el empuje que recibió su carrera por el premio, vuelve a estar en las quinielas por The Final Showgirl, protagonizada por Pamela Anderson, otra actriz redignificada por la industria que ve la oportunidad como la manera de quitarse los fantasmas de la miniserie biográfica Pam y Tommy, que resucitó su perfil más escabroso, su vídeo sexual: “Ser reconocida por mi trabajo y no por los momentos chabacanos es la mejor venganza”, ha dicho en la promoción.
El regreso a la primera plana de una actriz o actor veterano querido que el público creía desaparecido o relegado es una de las narrativas imperantes en el ciclo de premios que lleva al Oscar. Como si fueran Norma Desmond en la película El crepúsculo de los dioses, numerosos intérpretes maduros, y sus agentes, preparan año tras año campañas para reinventarse y volver a jactarse con aquello de: “Estoy lista para mi primer plano”. Este 2025, ese grito, que mezcla el advertising and marketing con cierta justicia poética, lo encabeza Demi Moore (Nuevo México, EE UU, 62 años).
Al ser coronada mejor actriz en los Globos de Oro por La sustancia, llena de ese metamensaje sobre cómo la trató Hollywood, Moore recordó las bases de su carrera en un potente discurso: “Llevo haciendo esto 45 años, y es la primera vez que gano un premio como actriz […]. Me recuerda que sí pertenezco”. Campañas con un mensaje así no solo son fundamentales para hacerse con la preciada estatuilla, sino para que alguien con su perfil, una estrella de las de antes, reconfigure su carrera con una nueva mirada, gracias al prestigio de las canas.
Moore, que fue, en su momento, la actriz mejor pagada de Hollywood con Striptease, tiene algo que decir, aunque a veces la industria, como criticaba su propia película, siga viéndola como pasado. Quizás nunca fue considerada una gran intérprete, pero este puede ser el empuje para resignificar su carrera a los 62 años, tras pasar una vida vapuleada por las críticas a sus películas comerciales. “Las mujeres maduras están abriendo conversaciones y usando su fuerza y poder para explicar quiénes somos a esta edad. Y creo que es muy bonito”, reflexiona Cameron Diaz con EL PAÍS en una videoconferencia por su regreso al cine tras una década.
Moore o Curtis no habían desaparecido en realidad, pero la industria les dejó de ofrecer papeles prominentes. Las descartaron. Diaz decidió hacer una retirada controlada por ella misma, cuando todavía la llamaban. En 2014 colgó los trastos y se centró en su familia. Entonces, a los 42 años, hizo un discurso sobre edadismo y publicó un libro sobre ello: “No dejamos ni a los otros ni a nosotros mismos envejecer con dignidad. Y cumplir años es un privilegio”, decía justo antes del retiro. Su regreso una década después, con De vuelta a la acción en Netflix, no es un golpe sobre la mesa a su carrera como el de Moore o Anderson, sino una comedia de acción en la que reivindica que con 52 puede repetir los papeles que le dieron el éxito, igual que veteranos como Liam Neeson o Harrison Ford aún pegan guantazos en pantalla.
“Por fin ponemos el foco en lo que les pasa a las mujeres de esa edad y lo lanzamos a la cara del espectador. Ahora podemos decir la palabra menopausia en una conversación. Nunca se había hablado de ello. Nos estamos respetando más”, responde Diaz desde Berlín. Y añade: “Creo que Demi y su película hablan de eso mejor que nadie. Te muestra lo que la sociedad espera de las mujeres y lo que las mujeres esperan de sí misma, y lo hace de la forma más atrevida. Creo que cada una lo experimenta de una manera. Yo ahora interpreto a una madre, que es precisamente mi lugar en la vida. A mí me ha salido pure, pero todas queremos cumplir esas expectativas”.
Diaz decidió dar este paso al salir del encierro por la covid: “El mundo se abría de par en par, y period el momento idóneo. Además, sabía en lo que me metía. Si iba a estar 10 o 12 horas alejadas de mi familia, quería que fuera con alguien con quien estuviera a gusto y pasármelo bien”, cube de Jamie Foxx, con quien justo rodó su última película en 2014 (cuando encadenó tres estrenos), Annie, y que la acompaña en la entrevista. “Me siento una privilegiada por poder volver tras 10 años”, insiste.
Pero no todas las actrices siempre tienen esa opción. Hay toda una generación de protagonistas de dramas taquilleros de los ochenta y noventa a las que la industria llenó de traumas y dejó en segundo plano. Como Debra Winger (Oficial y caballero), Rebecca de Mornay (Dangerous Enterprise), Lori Petty (Le llaman Bodhi), Madeleine Stowe (El último mohicano), Anabella Sciorra, Alicia Silverstone, Rosanna Arquette o Juliette Lewis. Pocas como Meryl Streep o Nicole Kidman (y las arriesgadas elecciones que vuelven a ser palpables en Babygirl, otro papel que redefine a las actrices maduras) son capaces de mantenerse en primera plana.
Jane Fonda se retiró en 1990 por su matrimonio con Ted Turner y regresó 15 años después con La madre del novio, recuperando su carrera como actriz cómica con proyectos livianos. Igual que la televisión española descubrió a una nueva generación a Amparo Baró (7 Vidas), Emma Penella o Gemma Cuervo (Aquí no hay quien viva). Aunque nunca se fue, Winona Ryder tuvo su resurgir con Stranger Issues. Y no solo pasa con las mujeres. Quentin Tarantino, por su vena de cinéfilo de serie B, es un experto en recuperar la carrera de actores que parecían alejados de la primera plana. John Travolta ha reconocido en varias ocasiones que Pulp Fiction le dio una segunda oportunidad, lejos de su estilo Tony Manero. Tampoco Paramount quería a Marlon Brando en El padrino tras una serie de fracasos que habían marchitado su estrella. Escapar del arquetipo no es fácil en Hollywood.
Desde la nominación al Oscar de Travolta, la estrategia volvió a funcionar con Brendan Fraser (La ballena) o Mickey Rourke (El luchador), aunque después en este caso Hollywood no supo qué más hacer con él. “Empecé en este negocio hace 30 años, y nunca fue fácil para mí, pero había una facilidad que solo aprecié cuando me dejaron de llamar”, dijo Fraser al recoger su estatuilla. El relato se repite cada año. Otros como Robert Downey Jr. lograron reconducir su carrera para, después de su embate con las drogas y la prisión, convertirse en el más taquillero de la mano de Marvel, ya con 41 años. A los 60, cobrará más de 80 millones por regresar a los Vengadores. Él supo convertirse en otro tipo de icono, y mantenerlo. Igual que lo busca Pamela Anderson, que estrena su película en España el 14 de marzo y acaba de participar en la nueva Agárralo como puedas: “Siempre pensé que period capaz de más”, reconocía esta semana en el programa The View. Hollywood olvida, y Hollywood recuerda. Es el ciclo sin fin.
