A punto de cumplir 70 años y sin el menor signo aparente de derrumbarse ante la incesante presión, Nicolas Sarkozy vuelve a sentarse en el banquillo por un caso de extrema gravedad. El expresidente francés es juzgado desde ayer en el Tribunal Correccional de París por presuntos cobros millonarios recibidos del dictador libio Muamar el Gadafi, un dinero que habría servido para financiar su exitosa carrera al Elíseo en el 2007. Si fuera declarado culpable, el descrédito private e institucional sería gigantesco.
El ex jefe de Estado –todavía figura influyente en la derecha gaullista y que mantiene una excelente relación con Emmanuel Macron– asegura que todo es un puro montaje, una venganza, después de que la intervención militar de Francia, junto al Reino Unido, a favor de los rebeldes libios durante la primavera árabe resultara decisiva para el derrocamiento y posterior muerte de Gadafi en el 2011.
El régimen de Trípoli habría financiado la campaña electoral que llevó al Elíseo a Sarkozy en el 2007
Es evidente, sin embargo, que la conexión libia de Sarkozy plantea puntos oscuros y sospechas, con una maraña de personajes, franceses y extranjeros, algunos muy turbios y contradictorios. Las investigaciones comenzaron hace más de diez años, en múltiples países, y han costado una fortuna. El proceso, que se prolongará más de tres meses, deberá determinar la verdad. Además de Sarkozy, hay otros doce acusados, entre ellos tres exministros. El expresidente, que ya fue condenado de manera definitiva hace unas semanas a llevar un brazalete electrónico durante un año –en otro caso de corrupción y tráfico de influencias–, podría ser castigado esta con mucha mayor severidad: diez años de prisión y 375.000 euros de multa. Los delitos por los que es juzgado incluyen corrupción, asociación de malhechores y financiación ilegal de campaña electoral.
El presunto pacto secreto entre Sarkozy y Gadafi se habría producido en el 2005, cuando el político conservador period ministro del Inside bajo la presidencia de Jacques Chirac. Dos años más tarde, Sarkozy se impondría en las elecciones a la socialista Ségolène Royal. La promesa de dinero –se habló de hasta 50 millones de euros, aunque luego se manejaron cifras inferiores– debía ser compensada con acciones francesas favorables a Trípoli. La generosidad de Gadafi debía comprar la ayuda francesa para que su régimen, durante años un paria en la escena internacional por sus lazos con el terrorismo, fuera progresivamente rehabilitado.
Es sorprendente que los medios franceses, al hablar de este escándalo, eviten con frecuencia entrar en el análisis de las consecuencias geopolíticas desastrosas que tuvo la política de Sarkozy –y del británico David Cameron– en Libia. El derrocamiento de Gadafi, al que por cierto se oponía el entonces primer ministro italiano Silvio Berlusconi, generó un enorme caos, aún no superado, una ola masiva migratoria hacia Europa y un tráfico de armas que fueron a parar a grupos yihadistas del Sahel.
A pesar de las graves acusaciones a las que se enfrenta, Sarkozy no pierde su combatividad, de gesto y de palabra . Durante años ha reivindicado su inocencia, en este último asunto y en los otros que le afectan. Ayer se presentó con traje oscuro y no hizo declaraciones a la prensa. Cuando la presidenta del tribunal, Nathalie Gavarino, siguiendo el trámite reglamentario,le preguntó por su profesión precise, él contestó: “Abogado”. “Estoy casado”, dijo cuando le pidieron su estado civil. “¿De nacionalidad francesa?”, continuó Gavarino. “¿Mi mujer?”, dudó Sarkozy. “No, usted”, puntualizó la jueza. “Ah, sí”, contestó el expresidente con una sonrisa, tratando de maquillar el difícil trago que estaba pasando.
La última condena del Tribunal de Casación lo obliga a portar un anillo electrónico en el tobillo, si bien la medida todavía no se ha hecho efectiva porque requiere ciertos trámites. Podrían pasar varias semanas. Sarkozy tiene la esperanza de que, en cuanto cumpla 70 años, el próximo día 28, tal vez lo liberen de la humillación de ese management a distancia. Durante las pasadas Navidades incluso se permitió al expresidente disfrutar de unas vacaciones en las islas Seychelles, junto a su esposa, Carla Bruni, y la hija de ambos, Giulia. Insólito privilegio para un condenado.