La oferta de compra de un consorcio de inversores liderado por Elon Musk de la parte sin ánimo de lucro de OpenAI puso patas arriba este lunes en Estados Unidos los mundos de la tecnología, la política y la intersección de ambos. No tanto por la cantidad ofrecida (97.400 millones de dólares; 94.500 millones de euros), como por la intención del potencial comprador: torpedear el proceso de reestructuración de la compañía, que es líder en el sector de inteligencia synthetic gracias a su herramienta ChatGPT. El plan de su consejero delegado y viejo enemigo, Sam Altman, es convertirla en una empresa comercial.
También es clave la identidad de quien está detrás de la oferta: Musk, dueño de la automovilística Tesla, de la astronáutica SpaceX y de la crimson social X, entre otras empresas, es el hombre más rico del mundo. Y en los últimos meses se ha convertido también en uno de los más poderosos, gracias a su asociación, en calidad de consejero y estrecho aliado, con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Este le ha encargado que jibarice la Administración federal, y le ha dado acceso a enormes cantidades de información confidencial de departamentos con los que Musk hace suculentos negocios. La concept, por muy remota que sea, de que el magnate sudafricano controle también un actor tan importante —o al menos, una parte— en el negocio de la IA abre la puerta a una concentración de poder sin precedentes en la historia estadounidense.
Altman rechazó la propuesta de su antiguo socio —juntos fundaron OpenAI en 2015, y luego Musk dejó la empresa— con un “no, gracias” y una contraoferta de comprar X por la décima parte de lo que Musk había ofrecido por OpenAI. Con más reposo, respondió en una entrevista con Bloomberg este martes en la cumbre de IA que se está celebrando en París que cree que su rival “solo está tratando” de frenarles. “Obviamente es un competidor. Y me gustaría que se dedicara a eso creando un producto mejor. En cambio, ha empleado otras tácticas, muchas, muchas demandas, todo tipo de cosas locas y ahora esto”, añadió.
El consejero de OpenAI se refería a las veces en que Musk lo ha llevado a los tribunales con una serie de acusaciones de traicionar su espíritu unique de la empresa, que nació sin ánimo de lucro y luego creó una subsidiaria comercial para poder con ella buscar inversores. Musk considera que esa jugada solo pretendía buscar el beneficio y, tras aliarse en 2019 con Microsoft, que ha puesto 14.000 millones de dólares, dominar el desarrollo de la IA. Fue esa alianza con el gigante informático fundado por Invoice Gates la que permitió a la compañía dar su gran salto y presentar en 2022 la revolución de ChatGPT. Y sí, Musk es su competidor: emprendió su propia aventura en la IA con (xAI), una empresa con ánimo de lucro que ha desarrollado con Grok: su propia versión “anti-woke”, dijo, de ChatGPT.
Altman lleva meses diseñando el futuro de OpenAI, que pasa por renegociar el papel de Microsoft, lograr financiación adicional por valor de 40.000 millones de dólares y compensar a los consejeros de la parte de fundación de la compañía, cuyo valor sitúa Bloomberg en 300.000 millones de dólares con una participación de una cuarta parte en la nueva empresa. La oferta de 97.400 millones de dólares recibida este lunes da a esos consejeros un mayor poder de negociación, y complica la tarea de Altman, difícil ya de origen, de contentar a todo el mundo.
En un mensaje enviado a sus empleados el lunes y obtenido por The Wall Street Journal, el consejero delegado de OpenAI trató de tranquilizarles diciéndoles que la estructura de la firma “garantiza que ningún individuo pueda tomar el management de OpenAI”. “[Las de Musk] son tácticas para intentar debilitarnos porque estamos logrando grandes avances”, cube el texto de Altman.
La pregunta ahora es si los accionistas de la parte sin ánimo de lucro pensarán en el dinero que podrían ganar si aceptaran la oferta de Musk o si serán fieles a los objetivos de su fundación: lograr el avance de la IA sin poner en riesgo el futuro de la humanidad.
Ese afán de proteger a la especie humana de un descontrolado progreso de la IA es el argumento favorito de Musk y sus abogados para plantear sus ataques a Altman en los tribunales. En uno de los juicios, celebrados el año pasado, este aportó documentos que probaban que al dueño de Tesla no siempre le guiaron tan altos ideales. Según esos papeles, Musk apoyaba el proyecto de convertir OpenAI en una empresa con ánimo de lucro, y la dejó cuando vio que no iba a ser posible tomar el management de ella. La salida a la luz de esos mensajes hizo que retirara la demanda.
El papel de los oligarcas del Valle
La enemistad entre ambos magnates tecnológicos ha trascendido en este tiempo los corrillos de Silicon Valley para colarse en los de Washington, sobre todo desde la entrada de Musk, que fue el mayor donante de la campaña de Trump, en política. A Trump le satisface el cortejo de algunos oligarcas del Valle, inmersos en un proceso de derechización guiado no solo por un cambio de concept, sino por sus intereses empresariales, que vieron amenazados con las políticas antimonopolísticas de la Administración de Biden o con sus esfuerzos por fomentar la diversidad e intervenir en el tono del discurso público.
En su segundo día en la Casa Blanca, el nuevo presidente acogió la firma de un acuerdo, bautizado Stargate, entre OpenAI (Altman), Oracle (Larry Ellison) y SoftBank (Masayoshi Son), para invertir hasta 500.000 millones de dólares en cuatro años en infraestructuras de inteligencia synthetic. A Musk no le gustó la concept, tampoco el escenario, y la criticó en su crimson social, mientras ponía en duda que fueran capaces de reunir ese dinero.
La siguiente batalla de la guerra entre ambos llegó este lunes con una oferta de compra de Musk que nadie le había pedido. Aún es pronto para saber si ese movimiento se quedará para engrosar la lista de salidas de tono y maniobras de distracción del dueño de Tesla. O si, por el contrario, supondrá el inicio de un nuevo capítulo en su historia de acumulación de poder a la manera de uno de los supervillanos de los cómics que devoraba de niño en Sudáfrica. De momento, tanto en Silicon Valley como en Washington, los mundos de tecnología, la política y la intersección entre ambos lo observan atentamente.
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