Maite Rodríguez empieza aclarando que se toma muy en serio esta entrevista. De su bolso de tela decorado con una ilustración de la filósofa griega Hipatia saca unos apuntes con letra impresa en los que ha hecho anotaciones con boli naranja. Explica que quiere medir sus palabras para no caer en el juego endiablado de Miguel Ángel Rodríguez. “No podemos darle a la opinión pública argumentos para que piensen que somos como ellos”, se justifica. El encuentro tiene lugar el jueves por la tarde en una cafetería de la zona de oficinas donde trabaja. Han pasado cuatro días de un ataque que ella tacha de “cobarde”, “merciless”, “gratuito” e “impropio de un cargo público”. Se refiere a los tuits que escribió el estratega de la presidenta madrileña durante la emisión el domingo anterior de un episodio en el programa Lo de Évole con ocasión del quinto aniversario de la pandemia. El espacio contenía la breve intervención de Maite y otros cuatro hijos de personas mayores fallecidas en residencias de Madrid sin la oportunidad de acceder a una cama de hospital.
La noche del programa se había preparado para vivirla como algo especial. A diferencia de los otros cuatro entrevistados, Maite, de 53 años, nunca había hablado con medios de comunicación sobre la muerte de su madre, Petra Gadea. Días antes, en el chat de Verdad y Justicia habían pedido voluntarios. Ella period relativamente nueva en esta asociación que busca una reparación para los mayores que murieron descartados por hospitales madrileños durante la vigencia de los protocolos autonómicos para residencias. Pensó que después de un año participando en reuniones, le tocaba dar la cara. Tras consultarlo con su familia, escribió un mensaje ofreciéndose para salir al aire.
El domingo, se sentó frente al televisor en casa con su pareja, su hijo y la novia de este. “Fue como una pequeña despedida”, rememora. “Sentíamos mucha pena porque al ultimate estábamos reviviendo un momento muy duro. Seguíamos la tele con atención, con ese peso íntimo que te obliga a estar callado”.
El móvil lo tenía en silencio y solo lo miró cuando acabó el programa. Como period previsible, había recibido un aluvión de mensajes. Le habían escrito amigos, familia y otros conocidos que la reconocieron. Pero saltaba a la vista uno con letras mayúsculas: “IMPORTANTE. MIRA ESTO”.
En la pantalla vio dos tuits de MÁR, el acrónimo que usa el jefe de gabinete de Isabel Díaz Ayuso. Uno cuestionaba que esos cinco familiares hicieran visitas a sus padres, y otro, dedicado solo a ella. Aseguraba que había comprobado que “la primera señora” no tenía a su madre en ninguna residencia de la Comunidad de Madrid. “Lo primero que pensé fue ‘qué cobarde’ porque el programa también los invitó a ellos”, cube. “Luego me pregunté cómo había podido mirar este señor eso, porque los datos del libro de visitas son tan confidenciales que un día pregunté a la chica de recepción si mi hijo había llegado y me respondió que no podía decírmelo”. Esa noche se acostó a la una y media, y apenas pegó ojo.
El lunes fue un día largo. Tenía que trabajar, pero su teléfono no dejaba de sonar. Todo el mundo le mostraba su apoyo, incluidos números que no tenía registrados. Incluso un par de ministros contactaron a la asociación para transmitir su solidaridad. En redes y ante la prensa se sucedían las condenas al comportamiento de MÁR, pedidos de dimisión y expresiones de respeto a los familiares ninguneados.
A las 10.11, MÁR escribió un tuit en el que dijo que había confirmado que el primer testimonio del programa period de una fallecida. “Pido disculpas por el error”, añadió. Envió el mensaje casi una hora después de conocerse un comunicado de las asociaciones Marea de Residencias y Verdad y Justicia en el que le desmentían. Aseguraban que Maite tenía a su madre en una residencia de Getafe, donde falleció en abril de 2020.
Nadie del PP o la Comunidad ha llamado a Maite. Cube que la “disculpa” de MÁR no es sincera. “Un error sería que me hubiera llamado Manuela. Pero lo que hizo es calumniar, y de paso desviar el foco para que no se hable de la responsabilidad de su Gobierno”. MÁR ni siquiera ha borrado el tuit falso.
Salió de la oficina agotada. Como siempre, tomó el cercanías hacia Getafe y en casa vio que en las teles hablaban de ella. Sintió pudor. Su pareja le preguntaba a cada rato cómo estaba. “Creo que me mantuve bastante bien a pesar de la sobreexposición a la que me había sometido ese señor”.
El martes decidió que iba a hablar. Con cautela, pero hablaría.
―¿Va a denunciar a Miguel Ángel Rodríguez?
―La asociación lo está valorando, pero yo a nivel private no creo que lo haga.
―¿Por qué?
― (Resopla) Me parece que eso no va a servir de nada, la verdad. Me causaría un desgaste emocional que no merece la pena. Prefiero centrarme en la guerra. Que es esta, cube, y palmea dos veces los folios que tiene sobre la mesa.
Maite se declara activista por naturaleza. Desde adolescente ha estado involucrada en movimientos sociales. Su madre le decía: “Te metes en todos los líos”. Sin embargo, cuando falleció Petra, ella no se unió a la causa de las demás familias de residencias. Fue tal el shock que necesitó ayuda psicológica durante cuatro meses, porque se autoinculpaba por no haberla salvado. Luego vino una etapa de rabia, que soportó en privado. No se acercó a las asociaciones hasta abril del año pasado, tras un acto en Getafe. “Pensé que ya estaba fuerte. Me di cuenta de que esto es algo colectivo. Esto no es una tragedia, como morir atropellado por un coche. Estos son hechos que se producen como consecuencia de una decisión política. Privaron de asistencia sanitaria a los mayores y no les dieron solución”.
A pesar de que los ánimos están bajos tras cinco años de batalla judicial inerte, ella no ha perdido la esperanza de que se haga cierta forma de justicia. Las querellas por homicidio que interpusieron en 2020 cientos de familiares no están prosperando, pero las asociaciones presentaron nuevas denuncias en octubre, esta vez por un delito distinto, la denegación de asistencia sanitaria.
Petra murió con 88 años. “Period una mujer muy humilde, que sufrió el hambre y la miseria de la posguerra”, cuenta su hija. A los ocho años dejó el colegio y la enviaron a cuidar a otros niños como interna en una casa. De mayor trabajó como empleada doméstica. Ninguna empleadora cotizó por ella, así que la única pensión que le quedó period por viudedad y no llegaba ni a 700 euros. Cuando la artrosis la dejó postrada en un piso sin ascensor, ingresó en una residencia. La última period Los Ángeles, en Getafe. Caminando, Maite y su hijo Pablo tardaban apenas diez minutos. La visitaban a la hora del café, que period sagrada para Petra.
La última vez que la vieron fue el sábado 7 de marzo, antes del cierre de las residencias. Luego se comunicaron por teléfono. Estalló un brote de covid y a los mayores los encerraron en sus habitaciones. Se desorientó. En una de las últimas llamadas le reprochó a Maite que ya no la visitaban. El 5 de abril a Maite le llamó una médica y le dijo que su madre estaba enferma y que no había manera de mandarla al hospital. Falleció el 12 de abril. 64 personas murieron en la primera ola en ese centro de 180 plazas. De ellos, 60 lo hicieron en su cama de la residencia.
“Fue una generación que vivió tiempos muy duros y por eso me parece especialmente doloroso que se haya visto abocada a una muerte tan merciless”, cube Maite. Petra hubiera cumplido 93 años este domingo.
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