Me pregunto por la posibilidad de que no haya muchas neuralgias, sino una, una sola neuralgia common que algunas cabezas sintonizamos al disponer de sensores de los que otros carecen. Es lo que viene a decir de la conciencia el hinduismo: que está ahí, no sé dónde, en la atmósfera, y que en cada individuo se manifiesta de una forma del mismo modo que yo veo las imágenes de mi tele con más o menos brillo, según la programe, o la escucho con más o menos volumen apretando un botón. No es fácil dar con el botón de las neuralgias individuales para anularlas o para rebajar su intensidad, pero es lo que hace el acupuntor con la aguja: buscar la llave capaz de regularlas.
Cuando uno logra quitarse el dolor de cabeza, el dolor no desaparece. Sigue en otras cabezas, aunque uno ya no lo capte, igual que una radio apagada deja de dar las noticias, aunque las noticias no hayan dejado de existir: las reciben otras personas que no se tomaron el ibuprofeno o el paracetamol a tiempo. Significa que el dolor del mundo sucede y sucede y sucede por más que uno desconecte la tele. Se sigue matando a las mujeres, en fin, continúan naufragando cayucos y el hambre hace estragos por doquier. En cuanto al frío, está deseando meterse en todas las casas como las migrañas en todas las meninges. Pero solo entra en las aquejadas de pobreza energética. O de pobreza a secas, porque esto de poner adjetivos a la pobreza es una trampa, un timo. Si no tienes dinero para la calefacción, tampoco podrás desayunar como es debido.
El otro día, en Gaza, se murió de frío una bebé de tres semanas. No somos capaces de imaginar cómo es morirse congelada a los 20 días de nacer, con ese cuerpo de gorrión de las recién llegadas a este mundo. Da dolor de cabeza pensarlo. Bueno, se lo da a quien se lo da, es decir, a quien tiene encendida la lástima. Netanyahu, en cambio, tiene encendido el genocidio. De ahí su necesidad de bombardear paritorios.