“De todas las criaturas que tienen mente y alma no hay especie más mísera que la de las mujeres”. La famosa frase de la Medea de Eurípides marca el intenso desgarro con el que la actriz Ángela Cervantes interpreta a Álex, una aspirante a actriz que es violada por un conocido durante una fiesta de fin de año. La furia es, de forma demasiado literal, una película visceral en la que el desollamiento de animales —concretamente, de dos jabalíes— forma parte del íntimo exorcismo que lleva a cabo su protagonista. Tan interesante como excesiva, la película se sostiene gracias al gran trabajo actoral de Cervantes.
El principal acierto de su directora, Gemma Blasco, es la decisión de fundir en negro toda la secuencia de la violación, de la que solo nos llegan los sonidos de la agresión. Blasco convierte la oscuridad del espectador en la de la propia protagonista, perdida en un túnel de culpa, silencio y dolor. Esa oscuridad es, además, una respuesta contundente a todas esas películas que se regodean de forma tramposa en la estética de la violación y del abuso, intentando justificar su violencia como una forma de denuncia. Nada más lejos. Es, para entendernos, la diferencia que hay entre la falta de ética visible de Gaspar Noé en la explícita Irreversible con los principios de un maestro como Theo Angelopoulos en la desoladora Paisaje en la niebla. Otro hallazgo de La furia es la manera en la que el personaje de Álex descubre quién la atacó y, en menor medida, la egoísta obsesión de su hermano, interpretado por Àlex Monner, con vengarse del violador.
La furia entronca con el anterior largometraje de Blasco, El zoo, y con su cortometraje Jauría. Ambos títulos, estrenados en 2018, están conectados con este nuevo largometraje a través del vínculo fraternal como un elemento casi animal (Jauría) y con el teatro (El zoo) como un lugar de experimentación entre persona y personaje. Curiosamente, otro de los estrenos de esta semana, la estadounidense Ghostlight, explora el duelo de un padre a través de la tragedia shakesperiana de Romeo y Julieta. Es un viaje emocional muy distinto, pero con ciertos paralelismos: Blasco elige el mito de Medea como vehículo teatral para destripar el trauma femenino de su protagonista.
Frente a sus aciertos, La furia peca de un exceso que acaba saturando al espectador. La fijación con la sangre y las vísceras tiene un sentido narrativo irregular, con algunas metáforas (las venus sangrantes) innecesarias. En todo el arranque de la película, el de la fiesta, la sangre de la menstruación es un elemento que busca —y consigue— incomodar con algo tan común como un támpax usado, cuya presencia y chorreo de líquidos resume la violencia de la agresión. La caza y desollamiento del jabalí se presenta como un rito de iniciación acquainted reiterativo que no acaba de explicar algo que se enuncia sin resolver y que afecta también a la relación hermana-hermano: la ausencia de la figura paterna.
Si La furia sostiene su excesiva intensidad es gracias a la entrega de su actriz, que compone un personaje roto inmerso en constantes saltos de tiempo. Cervantes —que logró el premio a la mejor actriz junto a Miriam Garlo, protagonista de Sorda, en el reciente festival de cine de Málaga— ya demostró sus dotes en películas como La Maternal, de Pilar Palomero. Aquí ofrece una interpretación tan tensa y contenida en lo importante como asalvajada en la superficie. Tierna e impetuosa, Cervantes resulta muy física en su laberinto emocional. El célebre monólogo de Medea o la secuencia closing frente al espejo del camerino son el colofón de un trabajo muy difícil que confirma su talento.
La furia
Dirección: Gemma Blasco.
Intérpretes: Ángela Cervantes, Àlex Monner, Eli Iranzo, Carla Linares, Ana Torrent.
Género: drama. España, 2025.
Duración: 107 minutos.
Estreno: 28 de marzo.