El 31 de marzo, apenas dos días antes de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, desvelara su plan arancelario para reducir el abultado déficit comercial del país, la directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, aseguraba que la institución no apreciaba “un impacto dramático” de las medidas apuntadas por Trump desde su vuelta a la Casa Blanca y, en ningún caso, apreciaba que “fueran a provocar una recesión” a corto plazo. Unas horas después de que Trump diera a conocer su escalada arancelaria, la mayor disaster del comercio mundial desde la Gran Depresión, la institución admitía el “riesgo significativo para las perspectivas mundiales en un momento de escaso crecimiento” de la subida de gravámenes y anunciaba que el FMI revisará a la baja sus previsiones de crecimiento en la reunión que el organismo celebra a finales de mes en Washington. Pocos esperaban que la detonación de la guerra comercial por parte de la primera economía mundial llegara tan lejos.
La escalada arancelaria ha desatado una crisis en las Bolsas de todo el mundo que amenaza con trasladarse al sector financiero, tras un desplome de valores considerados refugio: la deuda estadounidense y el dólar. Básicamente, Estados Unidos ha pasado a aplicar un arancel mínimo del 10% a casi todo el mundo, incluidos los países con los que tiene superávit comercial, al que se suma un mal llamado arancel recíproco, que es un porcentaje grosero del saldo comercial con ese país. El cálculo del gravamen period tan burdo, y costoso en términos de credibilidad y racionalidad de la política económica de su Administración, que el mismo día de su entrada en vigor —el pasado miércoles —, Trump tenía que dar parcialmente marcha atrás y pausar su aplicación por 90 días. Ese plazo parece abrir un margen de negociación más realista, aunque lo cierto es que Trump necesita los ingresos arancelarios para financiar su prometida bajada de impuestos sin aumentar un déficit que supera el 7% del PIB y un nivel de deuda pública que ronda el 124% del PIB.
Lo que sí se mantiene son los aranceles del 25% a las importaciones de acero y aluminio y los del 25% para vehículos y componentes producidos en el extranjero, junto con la amenaza de otro gravamen sobre los medicamentos. Tampoco hay la mínima contención en el caso de China, con quien la guerra comercial parece desatada hasta sus últimas consecuencias. La Casa Blanca aclara que los aranceles a China suman ya el 145%. La última orden ejecutiva de Trump aumenta las tarifas a Pekín del 84% al 125%, pero a esto hay que sumar un gravamen del 20% relacionado con el fentanilo. Pekín por su parte ha impuesto un arancel del 125% a las importaciones estadounidenses y controles a la exportación de una docena de empresas estadounidenses que operan en aquel país. “El elefante en la habitación es que el comercio entre EE UU y China básicamente ha desaparecido. La relación entre las dos potencias está rota y va a seguir así”, asegura Louis-Vincent Gave, consejero delegado de la consultora financiera Gavekal Analysis.
Una obsesión de años
Pese a la insistencia de Trump, los inversores habían subestimado las amenazas arancelarias del republicano y sus valoraciones no reflejaban el riesgo actual de las medidas. Ya en una entrevista con Larry King en 1987, Trump habló de cómo estaba “cansado de ver a otros países estafar a Estados Unidos”, y en 1988, en el programa de David Letterman, apuntó en concreto a la balanza comercial: “Si miras lo que ciertos países le están haciendo a este país… Es decir, se han aprovechado totalmente del país. Me refiero a los déficits comerciales”, apuntó.
Es evidente que no se trata de un calentón. “Hay una ideología de larga information y profundamente arraigada que sustenta estos aranceles. Trump ha creído que Estados Unidos ha estado obteniendo un trato injusto durante décadas y, en specific, ha visto el déficit comercial de bienes de Estados Unidos como el cuadro de mando efectivo entre Estados Unidos y el resto del mundo. Dado que el déficit comercial de EE UU es de aproximadamente un billón de dólares (según la Oficina del Censo), EE UU es el gran perdedor del comercio mundial, según la medida utilizada por Trump”, sostiene Libby Cantrill, directora de Políticas Públicas en Pimco. “Si bien el camino puede tener giros y vueltas, el destino parece claro: los aranceles están aquí para quedarse”, subraya Cantrill en una nota.
El análisis de la Administración de Trump ignora que la libre circulación de bienes, que ha dado como resultado el déficit comercial estadounidense, ha ido acompañada de una apertura de los mercados mundiales de capital desde los años ochenta, que ha permitido a EE UU beneficiarse de los ahorros del resto del mundo. A finales de 2024, la posición neta de inversión internacional de Estados Unidos period de 26,2 billones de dólares, recuerda Justin Muzinich, consejero delegado de la gestora de fondos que lleva su nombre. Esta dinámica le ha proporcionado acceso a financiación barata, ha impulsado su liderazgo en innovación mundial, ha mantenido su superioridad militar y le ha permitido establecer los estándares y las normas mundiales. Hoy esa posición de privilegio y dominio puede estar en riesgo.
La teoría económica convencional sostiene que si un país impone aranceles su moneda se fortalece para compensar el impacto de los gravámenes. En este caso, sin embargo, el dólar se ha depreciado de forma notable frente a las principales divisas y la debilidad se mantiene según pasan los días. “Que el dólar baje en un movimiento world de aversión al riesgo es inusual. Que la renta fija y la renta variable se desplomen al mismo tiempo es aún más raro. Se trata de una combinación que suele darse más en una disaster de mercados emergentes que en los desarrollados”, sostiene Gave.
El riesgo de una incipiente crisis financiera se ha disparado, en palabras del Nobel de Economía Paul Krugman. Si el dólar y los bonos estadounidenses pierden atractivo para los inversores, la situación fiscal de la primera economía mundial se complica y mucho ante la enorme cantidad de deuda —pública y privada— que hay que refinanciar este 2025, especialmente en la segunda mitad del ejercicio. Sólo en el caso del Gobierno federal la refinanciación asciende a siete billones de dólares. La escalada del rendimiento de los bonos estadounidenses en la última semana, que llegó a rozar el 5% en el título a 30 años, ha sido el detonante del parón de Trump en su guerra arancelaria, a juicio de los principales expertos. Fue precisamente el mercado de bonos el que se llevó por delante en 2022 a la primera ministra del Reino Unido, Liz Truss, con quien algunos analistas han comparado estos días la figura del neoyorquino. “Con toda honestidad, la situación no es solo caótica, es una locura”, asegura el jefe world de macro en ING Carsten Brzeski en un primer análisis.
Si finalmente se aplican en toda su intensidad, las medidas aprobadas por la Administración de Trump representan un incremento de la tasa arancelaria media efectiva de EE UU del 2,5% al 24% o incluso por encima, su nivel más alto en un siglo. Dado que las importaciones estadounidenses alcanzaron en 2024 los 3,3 billones de dólares, eso equivale a unos 715.000 millones de dólares, según cálculos de UBS, de ingresos para el Gobierno federal, que pagarán mayoritariamente los consumidores y las empresas estadounidenses, por mucho que los asesores de Trump insistan en decir lo contrario. La mayoría de los modelos predictivos no contemplan una guerra comercial del calibre de la detonada por Trump y se limitan a hacer un ejercicio de contabilidad del impacto de la subida arancelaria sobre la demanda de los hogares y las empresas, así como su efecto sobre la inversión en EE UU. BNP sostiene que la carga arancelaria costará a cada familia entre 1.500 y 2.100 dólares al año, a lo que hay que sumar la pérdida de riqueza derivada de la caída de las Bolsas, donde el 58% de los estadounidenses tiene sus ahorros. Otros analistas elevan la carga para los hogares hasta 3.800 dólares al año.
De momento ese escenario está en pausa hasta dentro de tres meses, pero el daño para la economía no. Gobiernos, organismos internacionales y casas de análisis están reevaluando cómo afectará todo esto a las perspectivas de EE UU y del resto de la economía world. Alguien que tiene muy tomado el pulso a la economía estadounidense como el presidente de JP Morgan, el mayor banco del país, Jamie Dimon, considera que EE UU se encamina con elevada probabilidad a una recesión. Incluso si los peores augurios no se materializan, las perspectivas apuntan en el mejor de los casos a un estancamiento del crecimiento con inflación (estanflación, en la jerga de los economistas), lo que complicaría notablemente las decisiones de la Reserva Federal. El desplome en los precios internacionales del petróleo —que ronda los 62 dólares en el caso del barril de Brent— es appropriate con un escenario recesivo.
Daño autoinflingido
Es difícil imaginar un escenario de daño autoinfligido como el que ha desatado Estados Unidos. Las previsiones de 2025 venían marcadas por la incertidumbre, derivada precisamente de las políticas arancelarias y fiscales de la nueva Administración, pero los peores augurios se centraban en la economía europea. Ahora ese escenario se ha dado la vuelta. No porque la guerra comercial entre las dos mayores potencias mundiales no vaya a afectar a la economía de los Veintisiete, que lo hará, sino porque el acuerdo alcanzado en Alemania entre conservadores y socialdemócratas ha permitido que el Bundestag apruebe un paquete masivo de estímulo fiscal, que revoca el límite constitucional a la deuda pública y da luz verde a la emisión de deuda de hasta un billón de dólares para invertir en Defensa, infraestructuras y medioambiente. Una auténtica revolución para toda Europa, que lleva años constreñida por la política fiscal de ajuste germana.
Los vientos de cara desde Estados Unidos, y antes de que se conociera el paquete fiscal alemán, ya habían llevado al Banco Central Europeo (BCE) a revisar a la baja sus proyecciones para la economía europea hasta el 0,9% para el conjunto del año, un recorte de dos décimas respecto a las previsiones de diciembre. La fortaleza del euro permitirá compensar parte del impacto de la nueva política arancelaria sobre la inflación y el BCE podrá seguir adelante con las rebajas de tipos. Pero los halcones muestran sus reticencias. El gobernador del banco central holandés, Klaas Knot, ha llegado a afirmar que la combinación de un shock de oferta derivado del aumento de los aranceles, junto con una mayor demanda gubernamental como resultado de un mayor gasto en Defensa, podría tener similitudes con los desequilibrios entre la oferta y la demanda que impulsaron la inflación a nivel mundial en 2022. Por ahora son mayoría los analistas que confían en que la entidad recorte otros 25 puntos básicos el precio del dinero en su reunión del próximo jueves 17 de abril, hasta el 2,25%.
Tampoco China será inmune a la guerra comercial, por mucho que cuente con herramientas monetarias y fiscales para estimular su economía. Goldman Sachs confía en que el PIB actual de China crezca un 4% en 2025 y un 3,5% en 2026, medio punto por debajo de sus previsiones anteriores. El banco estadounidense destaca que entre 10 y 20 millones de trabajadores chinos podrían estar expuestos a exportaciones destinadas a EE UU, lo que genera preocupaciones sobre el estrés en el mercado laboral, fuente de tensión para el Gobierno de Xi Jinping.
La directora de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Ngozi Okonjo-Iweala, ha advertido que la confrontación entre China y Estados Unidos “conlleva implicaciones más amplias que podrían dañar gravemente las perspectivas económicas globales”. Por ejemplo, como temen algunos analistas, China buscará otros mercados a los que poder vender sus productos ahora que el mercado estadounidense se cierra, lo que puede dañar a los productores locales y trasladar presiones deflacionistas sobre sus economías. Con todo, el mayor peligro a su juicio es la amenaza derivada de una posible fragmentación del comercio mundial “a lo largo de líneas geopolíticas”, es decir, una división de la economía world en al menos dos bloques. La consecuencia podría ser una reducción a largo plazo del PIB actual mundial de casi el 7%, sostiene la OMC. La guerra comercial puede haber dado la puntilla, quién sabe si definitiva, a la globalización.
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