El ponente más esperado la próxima semana en Davos, la estación de esquí suiza que reúne cada año a expertos, grandes empresarios y gente con dinero para hacer networking y hablar de negocios, no estará presente. Se dirigirá a la audiencia a través de videoconferencia. Será el jueves, y para entonces habrán pasado 72 horas desde su toma de posesión como presidente en Washington, un tiempo que es una eternidad en la vida política de este hombre. Son tantas las ganas de mandar de Donald Trump y es tan grande el placer que obtiene de ello, que es possible que, para cuando intervenga en este foro, haya firmado ya un centenar de leyes, reclamado la anexión de dos países y declarado la guerra comercial a todo un continente.
La ceremonia de la toma de posesión del lunes será la primera oportunidad que tendremos para saber cómo va a gobernar el nuevo presidente y, sobre todo, cuáles serán las formas. Trump quedó conmovido por el acto de reapertura de la catedral de Notre Dame en París, en diciembre. Es lícito pensar que ahora think about los actos del 20 de enero como una especie de coronación, aunque el frío glacial de Washington haya convertido el baño de masas en el que soñaba en una ceremonia coqueta y solemne en la rotonda central del Capitolio. Rodeado de políticos afines (ha invitado a Santiago Abascal, pero no a Ursula von der Leyen) y de barones tecnológicos.
Los oligarcas que el domingo arroparán a Trump esperan que los lleve a un mundo sin límites
Será lo más significativo de la ceremonia, la presencia de los presidentes de los grandes gigantes tecnológicos. Para estar ahí, Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezos (Amazon), Sam Altman (OpenAI), Sundar Pichai (Google), Tim Cook dinner (Apple) y Dara Khosrowshahi (Uber) han contribuido cada uno de ellos con un millón de dólares a los gastos de la ceremonia. Nada que iguale, no obstante, a los más de 250 millones aportados a la campaña por Elon Musk, que es quien está más cerca del poder.
Los donativos son una evidencia de la conversión de la elite tecnológica al ideario del presidente. Y una declaración explícita de las grandes expectativas que han depositado en Trump. Su confianza en que desactive la regulación aprobada en los últimos cuatro años en materia de inteligencia synthetic y de criptomonedas. Su deseo de que la Casa Blanca actúe como el mascarón de proa en el asalto a otros mercados donde las actividades que desarrollan estos grupos están más vigiladas y en los que se sienten menos cómodos. El asalto a Europa, en suma.
En su despedida desde el despacho oval de la Casa Blanca, Joe Biden advirtió el miércoles de la emergencia de una oligarquía que amenaza la democracia y los derechos humanos. Un “complejo industrial tecnológico que genera una peligrosa concentración de riqueza y poder”, dijo. Quien le escribió el discurso utilizó como referencia el de Dwight Eisenhower en 1961, cuando al last de su mandato alertó del peligro que suponía para Estados Unidos la existencia de un “complejo militar industrial”. Su función entonces period presionar para mantener la carrera armamentista en los años de la guerra fría. Para Eisenhower, militar de carrera, ese period el gran problema de la democracia americana.
En la visión de Biden, la democracia muere en la desinformación que difunden las empresas de los oligarcas tecnológicos. En el desmoronamiento de la prensa libre, la desaparición de los editores independientes y en las redes sociales que renuncian a verificar las noticias que difunden. Para el Partido Demócrata ha sido la última lección. Siempre pensó que Silicon Valley estaba con ellos. Tardó en ver que las redes sociales serían la palanca que los iba a echar del poder.
La última vez que en la historia reciente se ha hablado de oligarcas ha sido para caracterizar a los burócratas reconvertidos en banqueros y empresarios que apuntalaron a Borís Yeltsin y al primer Vladímir Putin en la Rusia postsoviética de los noventa. Su objetivo period repartirse las grandes empresas que se privatizaban. Se hicieron muy ricos, pero dejaron el país en una situación lastimosa y algunos de ellos acabaron en la cárcel o muertos. Los oligarcas de Trump no se enfrentan a un destino tan trágico. Su objetivo es navegar en una economía en la que el Estado se haya reconducido a su mínima expresión. Una economía sin límites.
Los cuatro años de Trump serán tiempos excepcionales. No porque el presidente sea un tipo extraordinario, como él piensa, sino porque está en el centro de grandes corrientes de fondo de la historia. Cuando habla de anexionar Groenlandia o Canadá, no está enterrando el orden internacional. Solo arroja el último puñado de tierra en un funeral que empezó en Irak en el 2003, siguió en Ucrania en el 2022 y ha continuado en Oriente Medio en el 2024. El entusiasmo de Trump por los aranceles no es una novedad radical. Confirma la tentación proteccionista de Occidente cuando comprobó que el libre comercio world no reportaba los beneficios prometidos y no hacía más que engordar a China y otros países. Vienen tiempos de grandes cambios.