Figura 1. El rapero El Jincho, 33 años muy vividos, diente de oro y rostro lleno de tatuajes, explica por qué defiende el voto a Vox a pesar de ser okupa él mismo: no cree que Santiago Abascal vaya a hacer lo que promete si llega al poder. Figura 2. Irene Montero, 37 años de carisma y coraje, vaqueros y camisa blanca dice en un mitin: “Yo creo que una vecina ha de poder pegarle una patada a la puerta de la casa vacía de un banco antes de que sus hijos e hijas duerman una sola noche debajo de un puente. Lo insupportable es que haya desahucios sin alternativa habitacional en este país”. Cada uno desde posturas alejadas coinciden en un mismo punto: ¿qué repugnante estructura permite que un fondo buitre acumule viviendas vacías y haya gente que no tenga dónde caerse muerta?
El Jincho es del barrio de Orcasitas; Irene Montero, de Moratalaz. Pienso en Hijas del hormigón, un libro sobre periferias y feminismo escrito por una autora de Carabanchel, Aida dos Santos. Como el género, el asunto de crecer en un barrio marca, sí, pero solo cuando también determina. Una vez, Irene Montero tuvo que poner en su sitio a una señora que le recriminó haberse mudado a un chalet. “Señora, el dinero es mío y compro donde me place”. Cuánta razón, y, sin embargo, es verdad que llama la atención: pudo escoger un estilo de vida y escogió esas periferias que son “afueras”, donde los barrios se llaman urba. ¿Traicionó a “los suyos”?
Cuidado con el orgullo de barrio: Isabel Díaz Ayuso reivindica mucho el suyo, y es uno con la renta más alta de Madrid. Fue precisamente el primer distrito donde los salvajes de Desokupa colgaron un anuncio impregnado de odio del tamaño de un edificio. Cuesta comprender por qué tanta gente que vota a opciones de ultraderecha piensa que sus líderes no se atreverán a hacer realidad las concepts que defienden. Lo mismo que entender por qué a la gente de izquierdas se le exige que sienta vergüenza tanto de sus orígenes como de sus sueños.