La estadounidense Tricia Tuttle, que lleva décadas trabajando en el Reino Unido en la industria audiovisual y en la dirección de festivales, encaraba un reto enorme en su primera edición como responsable del Festival de Cine de Berlín, que desvela este sábado su palmarés en la gala de clausura: programar una sección Competición que sacara a la Berlinale de su enroque en un cine de autor casi experimental y contentar a los políticos alemanes que se quejaron, tras el cierre de la anterior edición, de los numerosos mensajes a favor de Palestina de los cineastas presentes en la capital alemana, y especialmente de quienes recogieron algún galardón en la gala de clausura. Si por algo ha sido conocida la Berlinale a lo largo de los años es por su enraizamiento en el cine social, con incluso proyecciones en distintas secciones de muchos documentales de interés. Ah, y que vinieran estrellas. Vamos, que a Tuttle le pidieron la cuadratura del círculo. Un imposible.
Como en Cannes, Berlín denomina Oficial al conjunto de casi todas sus secciones; como en el certamen francés, hay que fijarse en la Competición para medir el interés crítico cinematográfico. También, como otros certámenes, a las estrellas se les atrae con una sección paralela —aquí es Berlinale Particular— que cuenta con sus galas y sus ruedas de prensa, su pompa y su oropel, pero no pasan por el tamiz de un jurado.
De esta manera, hubo jornadas salvadas con Timothée Chalamet (A Complete Unknown), Benedict Cumberbatch (The Factor With Feathers), Jacob Elordi (The Slim Street To the Deep North) y Robert Pattinson (Mickey 17), que venía de la mano del surcoreano Bong Joon-ho, en su primera película tras Parásitos. Y por supuesto, una diosa, Tilda Swinton, que tras recoger su Oso de Oro de Honor en el arranque con un discurso muy político meticulosamente medido (no pronunció las palabras Gaza, Palestina ni Israel) anunció que se retira un año.
¿Y la Competición? Gris, sin hondura, sin una película que rompiera y propulsara las ganas de ver más cine. El último de los 19 largometrajes vistos para sentencia por el tribunal presidido por Todd Haynes fue What Does That Nature Say To You, otra joyita del surcoreano Hong Sangsoo, el director que más produce en el siglo XXI. Sale a película por año: en 2021 fueron tres y el año pasado, dos. En la Berlinale ha participado en ocho ocasiones, seis de ellas en los últimos cinco años, y ha ganado el Gran Premio del Jurado dos veces y el galardón a la mejor dirección otras dos. No será de extrañar que con su capacidad para hablar con hondura y frescura de pequeños episodios de la vida diaria (y si los protagonistas beben, mejor) aparecerá en el palmarés. Pero ser tan prolífico conlleva que todos sus trabajos acaben siendo muy parecidos.

Radu Jude ya ganó hace cuatro años el Oso de Oro. Ahora ha filmado en 10 días y con un iPhone Kontinental’ 25, otro puñetazo satírico contra el capitalismo que asuela su país y, por extrapolación, Europa. Hay que reconocerle su valentía y su habilidad para provocar la carcajada. Otro de los títulos destacables es Blue Moon, de Richard Linklater, metido a biografiar en cine el último momento de gloria del letrista de canciones (como la que titula el filme) y musicales Lorenz Hart. Sin embargo, Linklater, de enorme talento para la frescura, no acaba de rematar esta pieza de cámara, en la que sí brilla Ethan Hawke, empequeñecido solo con trucos de cámara, como un Hart desesperado.
Hay ramalazos de buen cine en La torre de hielo, de Lucile Hadžihalilović, porque la francesa sabe construir atmósferas opresivas y porque le ha regalado un bombón de personaje hierático y retorcido a Marion Cotillard. Y lo mismo le pasa a otras películas: o les sobra o les falta algo. El documental ucranio Strichka chasu, que muestra cómo es el día a día de las escuelas durante la guerra, flaquea cuando retrata a la mitad del alumnado, el adolescente; el mexicano Michel Franco se excede con el penúltimo estallido de violencia en la trama de Goals —aunque el fuego synthetic ultimate salva ese escollo— porque le gusta regodearse en el dolor (puede que el bailarín mexicano Isaac Hernández logre el Oso de Plata a mejor interpretación secundaria); la noruega Drømmer fascinaría si no marcara la narración con una voz en off; la estadounidense If I Had Legs I’d Kick You no separa ni un segundo la cámara de una excepcional Rose Byrne, aunque acaba abandonando a la audiencia exhausta…

Solo las brasileñas O último azul, de Gabriel Mascaro, y sobre todo la argentina El mensaje, de Iván Fund, superan su tamaño (son películas pequeñas en producción) para lograr que el público empatice y acepte sus propuestas. El resto, buenas concepts para cortometrajes hinchadas en su duración, apuntes de buen cine chino en metrajes excesivos y desastres variados. Puede que no haya más películas entre las que escoger a estas alturas de la temporada, porque el listado que manejan Cannes y Venecia es de rechupete, pero con solo haber ascendido algunas propuestas de otras secciones, el paisaje hubiera cambiado: la española Sorda, de Eva Libertad, habría alegrado un día de la Competición. Ahora, a esperar el dictamen de Todd Haynes.