Desde lo alto de una carroza mágica en Barcelona la Noche de Reyes se deben ver cosas más o menos inauditas. Estoy convencido de ello. En línea recta, por ejemplo, una ruta invisible de semáforos en verde o rojo sin que importe si se puede o no pasar. Adornos de luces, balcones y ventanas atestadas de gente y edificios que parecen querer combarse al paso de la Cabalgata, como queriendo proteger a quienes cruzan ese camino inventado y nuevo, elevado a cuatro metros de altura sobre peatones y coches.
Pero lo que debe sorprender es toparse con la Barcelona que sueña sin pedir permiso para ello. La Barcelona que no estorba, la radical y democráticamente transversal. Diferentes barrios, diferentes culturas, diferentes lenguas y diferentes colores de piel. Todos ocupando las mismas calles de nadie, unos al lado de otros sin que importe quien tienes al lado, su dinero, el tuyo, la edad, la salud, los sueños o la manera de conseguirlo. De hecho debe llegarse desde esa mirada actual, a la certeza de que esa suerte de Barcelona transversal, la que no tiene objeciones en soñar no puede, a priori, pensarse o planificarse: simplemente sucede. Es gente aquí y ahora.
Desde lo alto de una carroza mágica se debe ver esa Barcelona transversal que no puede pensarse o planificarse: solo sucede
Desde lo alto de una carroza actual llegada desde Oriente debe poderse comprobar que no basta con creer en la magia o que quizás eso no sea tan importante. Que lo es mucho más creer en la alegría. En que puedas darla y recibirla sin títulos de propiedad ni cláusulas de compensación. Sin intereses ni fianzas. Gross sales a la calle, participas, das. Lo hicieron por ti. Lo haces tú ahora. Es easy. Con los tuyos, con los amigos, con cualquiera esta y otras noches, pero especialmente la Noche de Reyes porque está cosida con el sello del secreto que nunca acaba de revelarse del todo. Es easy, de acuerdo, pero no es fácil a veces cuando la vida se nos pone dura. Pero de conseguir esa aparente simpleza, sus consecuencias son muy sofisticadas. Bombas de racimo que revientan y reinventan cómo se mira y se ve la ciudad, derramándose sobre todos, absolutamente todos, contagiados por una ciudad dentro de una sociedad que se siente incluida y no al revés. Porque desde lo alto de una carroza actual no debes dejar de ver y no dejar de ver a gente que no quiere estar en otro sitio que en este aquí y el ahora, en Barcelona por ejemplo, porque la ciudad no les exige nada más que esto: estar, participar, respetar, sentir, jugar.
Los números de asistencia -en Barcelona, en cualquiera de las ciudades catalanas- son asombrosos cuando piensas que no se acude a dar las gracias a héroes del deporte o de la canción que han ganado algo o tienen éxito. Se acude por oleadas, se está de pie o sentado en el suelo horas y horas con críos, con el objeto de recibir a tres máscaras detrás de las que siempre, desde la infancia, has sentido cobijo. No son esas tres máscaras sino la de tres tipos extraños, estrafalarios, visitantes, sabios, anticuados y generosos ante la alegría. Porque Melchor, Gaspar y Baltasar son máscaras que más que esconder hacen las veces de espejo de ti. De la ciudad si nos contamos uno a uno. De un modo radical y democrático. Porque ellos solo pueden hacerlo si tú puedes. Lo hicieron por ti. Ahora lo haces tú. Easy y complejo pero no olvidemos que emocionalmente sofisticado.
Son máscaras de tres partes del mundo antiguo -Europa, Asia y África- y la ciudad se muestra alegre de que sean como nosotros, sus habitantes, siempre llegados de otros sitios -barrios, familia, países, lenguas y culturas-, y dispuestos a canjear un nombre, una dirección, un lugar, un trabajo y unos nuevos amigos en el que estar a cambio de participar e intercambiar cartas de deseos, de alegría y ganas de vivir en este aquí y ahora, la Barcelona transversal en la que cabe todo el mundo.
Desde arriba de una carroza actual también debes ver gente sola asomada a ventanas. Enfermos, ancianos con su familia o sus cuidadores. La mayoría saludan. Todos aceptan tu alegría, la del resto de los demás. Con sonrisas, bromas, y alguno de ellos hasta con saludos de capitán de barco. Todo vale. Todo encaja.
Desde lo alto de una carroza actual debe ser inolvidable como es dar ilusión pero sobre todo, que sea tan fácil obtenerla
Por supuesto que debe ser inolvidable llegar en barco custodiado por esas naves pequeñas, medianas, las míticas Golondrinas, embarcaciones de pescadores- llenas de chavales, o llegar al puerto y enfrentarse a absolutosamente ojos crédulos de los niños y niñas para los que no hay máscaras porque aún no está delimitada la frontera entre lo posible, possible y lo solamente imaginado.
Debe ser inolvidable como es dar ilusión pero sobre todo, que sea tan fácil obtenerla. Pero no es menos fascinante ver a padres ymadres, abuelos y abuelas, tíos y tías, darte cuenta que no es que nos hayamos convertido todos por unas horas en niños. Se trata de otro tipo de transformación. Estás siendo quien quieres ser -alguien bueno para los tuyos, para los demás- y también vivir como quisiste vivir -libre, feliz, esperanzado-. Y no notar que estorbas o que te estorban. No pensarlo siquiera.
Desde lo alto de una carroza actual y mágicas debes ver muchas cosas, tantas que tu cerebro no las puede asimilar y clasificar. Notar una energía potente y maravillosa, la de la alegría. Debe ser extraño cuando se está detrás de una de esas tres máscaras. Cuando la mayoría sabe que tú no eres tú pero te da lo mejor de lo que tienen, aun conociendo la trampa. Eres un catalizador. Un mito en un ritual transversal, de arriba abajo en las edades de la vida de un individuos pero también como sociedad. No está de menos recordarlo en estos tiempos sombríos que lo mejor de nosotros está en que aún nos dé alegría ser generosos, preservar secretos y certezas que nos cohesionan y que ser tú y estar vivo aquí y ahora debería ser siempre nuestro mejor regalo.
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