“Sánchez y Mazón, la misma mierda son”, reza una pintada que se ha hecho viral estos días. No está hecha con spray ni con rotulador, sino con barro y la rodean escombros y trozos de muebles. Los afectados por la dana suelen tener más tacto cuando hablan por la tele y la radio, pero muchos suscriben este mensaje: que no solo han sido víctimas de la gota fría, sino de la incompetencia y la desvergüenza institucional, tanto de la Generalitat como del Gobierno. Es la misma sensación que late bajo la indignación de los vecinos de Paiporta que les lanzaron barro a los Reyes, a Sánchez y a Mazón.
El presidente apenas se había quitado el lodo del traje cuando nos contó que aquello había sido cosa de ultras. Una “exhibición de antipolítica y de ultraderecha”, dijo. Y sus palmeros lo replicaron en piezas informativas, columnas y tertulias en las que les atribuían lo acontecido a grupos de extrema derecha en lugar de a vecinos que por perder han perdido hasta el miedo. La Guardia Civil ha concluido que ninguno de los detenidos por los altercados tiene vínculos con organizaciones de ultraderecha. Pero ni el presidente ni sus cortesanos han rectificado ni van a hacerlo. Las faux information siempre las hacen los otros. Y la gente enfadada es, de un tiempo a esta parte, siempre fascista.
En este mismo periódico pudimos leer hace unos días una pieza donde el autor dejaba caer que preguntarse dónde está el Estado y hablar de Estado fallido, algo que han hecho miles de españoles estos días, es cosa de fachas porque algunos fachas lo están haciendo. “Vete a explicarles a sus seguidores las complejidades de la maquinaria del sistema autonómico”, decía el texto. Como si no fuera precisamente eso lo que se estuviera criticando. Que sin esa compleja maquinaria, o más bien, sin que nadie se hubiera escudado en ella, quizá hoy estaríamos llorando algún muerto menos.
No son pocos los que nos han avisado estos días de que, ojo, el “solo el pueblo salva al pueblo” puede estar convirtiéndose en un lema reaccionario en lugar de en una consigna que refleja la solidaridad de los de abajo ante el abandono de los de arriba. Como la politóloga Cristina Monge, que hacía este fino análisis en un reportaje de RTVE: “Sobre la base de desesperación y de indignación por la situación, este tipo de mensajes que inciden en el ‘todos son iguales’, ‘solo el pueblo salva al pueblo’, lo que hacen es incrementar la desconfianza en las instituciones y en lo público”.
Para algunos, el peligro parece ser no tanto las instituciones ineficaces y los políticos negligentes como quienes los señalan. El cabreo fashionable parece ser lícito siempre y cuando no vaya contra los suyos. ¿Que está usted indignado? No se indigne, que eso es de populistas. ¿Que está usted pensando en que ni la derecha tecnocrática del PP en la Generalitat ni el Gobierno del PSOE, ese que no iba a dejar a nadie atrás, han sabido gestionar la catástrofe de Valencia a muchos niveles? No se ponga demagogo, no iguale a unos y otros. ¿Que no se pueda creer la ineptitud de nuestros dirigentes y que pareciera como si el perfect platónico estuviera invertido, como si quienes nos gobiernan fueran los peores de entre nosotros en lugar de los mejores? No me sea antipolítico.
Como si ponerse a pasarse la pelota unos a otros mientras cientos de familias lloraban la desaparición de los suyos no fuera antipolítico. Como si la antipolítica no fuera, precisamente, la de quienes se sirven a sí mismos y a sus causas antes que a la polis.