Nadie esperaba que Karate Child pudiera convertirse en lo que es hoy: un pilar de la narrativa adolescente que desde los años 80 sigue siendo el símbolo más puro de esa época para el público púber. 40 años después del increíble éxito que la convirtió en una película legendaria, la epopeya de Daniel LaRusso sigue ejerciendo, también gracias a la serie Cobra Kai, una fascinación única, en virtud de características muy precisas, cualidades que nunca pasan de moda.
Una pequeña película se convirtió en el símbolo de una década
Se puede decir que Karate Child sigue siendo hoy una pieza basic de los años 80, dada su capacidad para ser una película de madurez, un drama deportivo épico y una cinta de adolescentes como solamente entonces podía existir. Sin embargo, la serie Cobra Kai pasó de ser un evento de YouTube a un programa capaz de alcanzar índices de audiencia increíbles. Daniel LaRusso y su descubrimiento del karate nos sigue fascinando hoy porque contiene todos los elementos típicos de aquel cine de los ochenta que tenía un sabor único y estimulante, que nos hablaba de aventura, de redención, de victoria y de sueños hechos realidad; del bien triunfando sobre el mal. Al mismo tiempo, sigue siendo un elogio de esa subcultura juvenil hoy esencialmente desaparecida, aplastada por la identidad digital. También fue un canto a las minorías, aquellas que la narrativa mainstream había marginado totalmente de la pantalla, durante la década dominada por Ronald Reagan y Amerika (esa con Okay).
Karate Child nació como una mezcla perfecta entre lo que el guionista Robert Mark Kamen había vivido a los 17 años, siendo acosado en el colegio y aprendiendo karate para defenderse, y el Rocky Balboa que en aquellos años había convertido a Sylvester Stallone en un héroe para todos los habitantes del globo. El propio Stallone bromeaba al respecto, pero pensándolo bien, Karate Child también contiene muchos elementos de un Mark Twain: un joven que descubre un mundo nuevo, al que se enfrenta solo, obligado a medirse con sus miedos y a crecer a pesar de ellos. Todo ello dentro de una película que propugna una épica capaz de meterse en el bolsillo el realismo estéril sin pensárselo dos veces. Al fin y al cabo, lo que cuenta en una historia no es la realidad, sino su capacidad para tocar las cuerdas adecuadas. Y en aquellos años ochenta, cuando el mercado audiovisual estaba totalmente centrado en el universo adolescente, Karate Child destacó como símbolo de originalidad e inventiva.
Para quienes eran jóvenes entonces, Karate Child fue un hito
Contenía todo lo que period la adolescencia, o al menos lo que todo adolescente sentía en su inside. Las notas de Invoice Conti y Joe Esposito acompañaban sus paseos en bicicletas BMX, chaquetas de cuero, pañuelos, el look pintoresco, walkmans, cassettes de audio… pero Karate Child es también un relato visible metafórico. Daniel llega a Los Ángeles siendo latino, se diferencia de los WASPS que habitan la zona, parece casi un inmigrante. Nada más llegar a su nueva escuela, se convierte en el objetivo de Johnny Lawrence (William Zabka) y su banda de matones. Karate Child es, en definitiva, una película sobre el acoso escolar, y lo retrata muy bien, mostrándonoslo como un producto del mundo adulto y de sus concepts equivocadas, representado por el sangriento Dojo de John Kreese (Martin Kove), donde Johnny y los demás son sometidos a un sádico y destructivo culto a la violencia.
El casus belli tiene que ver con las atenciones de Ali Mills (Elizabeth Shue), y no es algo informal, pues mientras LaRusso la trata con sensibilidad, Lawrence la ve casi como su propiedad, y también en esto Karate Child sirve de narración antitética a los clichés de su época. La película de John G. Avildsen, por un lado glorifica aquella década, por supuesto, pero por otro denuncia el culto a la victoria, a la supremacía y a las apariencias, las mismas que fueron el mantra de los yuppies y la línea de pensamiento de los Estados Unidos de Reagan. Una de las muchas y deliciosas paradojas de una historia en la que el maestro Miyagi, interpretado por un fantástico Pat Morita (que ni siquiera sabía karate), con sus métodos de entrenamiento cuando menos extravagantes, es un símbolo del karma, de un enfoque tolerante y constructivo. Una interpretación legendaria del antiguo cómico japonés-americano, que con el tiempo se convirtió también en el prototipo de muchos otros sensei del cine, siendo él una mezcla entre Yoda y Jackie Chan.
Una historia que pasa de generación en generación.
Karate Child sigue teniendo una capacidad única no solamente para mostrarnos la evolución del protagonista desde un joven inseguro y débil hacia otro que empieza a ganar confianza en sus propias posibilidades. La película es una guía del significado mismo de las artes marciales, es decir, del autoconocimiento, de la superación private entendida como psychological y psicológica, no solo física. Sobre todo, hablaba (en la década de Rambo y compañía) de cómo la violencia no period la respuesta a nada. Sigue siendo una historia increíblemente estadounidense, por el optimismo y el excepcionalismo que encierra, pero al mismo tiempo se aleja de los clichés de las películas de adolescentes que hicieron de los actores del “Brat Pack” una máquina de hacer dinero en esa década. Sin embargo, no rehúye hablarnos de los primeros amores, de las primeras fiestas y de las reglas del mundo de la juventud. Estamos en un universo en el que los adultos, aparte de Miyagi y Kreese (el yin y el yang), están básicamente ausentes, y por eso sigue funcionando hoy en día, ya que solo importa el punto de vista de Daniel, Johnny y los demás.
Ahora que lo pienso, solo películas como Stand By Me, Breakfast Membership y algunas otras han sido capaces de hacer lo mismo. Quitar la cera, la patada de la grulla, pintar la valla, los entrenamientos en la playa, el enfrentamiento en la fiesta de Halloween, son momentos que han quedado en la memoria colectiva, en una película que también period filosófica en cierto modo, nos hablaba de cómo enfocar la vida, de ir más allá de las apariencias, esas que Johnny Lawrence y los demás privilegian. Sin embargo, Karate Child acaba por hacernos comprender que, al fin y al cabo, no llegaron a ser así únicamente por decisión propia, sino por culpa de los adultos, de la sociedad, de la que ellos mismos acaban renegando. Dotada de una energía casi inagotable, Karate Child fue un éxito tan arrollador como lo hubiera sido la continuación de la saga, con episodios que de hecho hundieron la carrera de Ralph Macchio, que desde los tiempos de The Outsiders, de Francis Ford Coppola, había demostrado un talento interpretativo fuera de lo común.
Películas, cómics, anime, collection de televisión han recogido el legado de Karate Child, que también tuvo el gran mérito de hablarnos de cómo a esa edad todo es mucho más complicado, mucho más difícil de lo que una vasta cinematografía de los años ochenta nos quería hacer creer. El propio concepto de película de artes marciales dejó de estar ligado al exotismo de la producción cinematográfica heredada de estrellas del lejano oriente como Bruce Lee, Jackie Chan o Sonny Chiba, y se expandió a producciones occidentales más compuestas. Ninguna otra película contribuyó tanto a que el karate se convirtiera en el arte marcial más common del mundo, aunque su declinación cinematográfica no siempre fue tan inteligente y equilibrada como en esta película. Cuarenta años después, esa patada tan extraña y tan pintoresca, ese plano en el que se yuxtaponen el blanco y el negro, la virtud y la ira, permanecen grabados en la memoria.
Siguen siendo hoy pequeños cuadros de un caleidoscopio de imágenes que desde lo cinematográfico, se han convertido en tótems de la cultura pop common, parte de un mito que desde aquellos años 80, ha sabido transmitirse por la universalidad de la historia, del tema y de los personajes. Por eso, sobre todo por eso, Karate Child sigue siendo un mito cinematográfico único, una pequeña gran película, y ciertamente solo podemos estar agradecidos con el dúo authentic, Macchio y Zabka, por haber comprendido que no podían ser las terribles secuelas las que marcaran el ultimate de esa historia, de esa fábula que merece ser transmitida a las generaciones actuales, no menos vulnerables que las del pasado. Pronto llegará el ultimate, la sexta y última temporada de Cobra Kai. Después de 40 años, el Valle de San Fernando sigue siendo ese templo de esperanza, sueños y redención con el que todo adulto con un niño dentro nunca dejará de soñar.
Artículo publicado originalmente en WIRED Italia. Adaptado por Mauricio Serfatty Godoy.