“Felices fiestas”, nos deseó en diciembre el PSOE. “Se cube FELIZ NAVIDAD”, le corrigió el PP. Vox mandó una felicitación con las palabras “felices fiestas” tachadas y corregidas: “No son solo fiestas. Feliz Navidad”. Isabel Díaz Ayuso desenterró el hacha de guerra: “No dejemos que los que la odian nos censuren la Navidad, nos la quiten”. Está claro: en una sociedad cada vez menos católica (lo period el 83% de los españoles en el 2000, pero solo el 58% en el 2024), la derecha quiere recuperar la Navidad. Pero ¿por qué?
¿Nostalgia de la religión? ¿De qué aspecto de la religión, concretamente?… Dos exposiciones que acabo de ver en París me sugieren respuestas. Una es la consagrada al surrealismo, en el Centro Pompidou; la otra, en el Museo Carnavalet, explora el período del Terror (1793-1794) que siguió a la Revolución Francesa.
El surrealismo se inscribe en una tradición de rechazo a un mundo moderno “desencantado” (Max Weber dixit). Frente a la fealdad, la uniformidad, el carácter desoladoramente prosaico, de la sociedad industrial, el surrealismo, como la poesía romántica, la novela gótica o la arquitectura de Gaudí, buscaba una alternativa, por lo menos, estética.
En cuanto a la Revolución Francesa, fue violentamente anticlerical, pero no exactamente antirreligiosa. Por iniciativa de Robespierre, el culto al Dios cristiano dejó paso al del Ser Supremo. Un grabado en el Museo Carnavalet muestra la fiesta cívica que se le dedicó, en junio de 1794: una montaña synthetic, hecha de madera y yeso, adornada con plantas y coronada por un árbol, y a guisa ddespullate pontífice, Robespierre en persona… La cosa duró poco (Robespierre fue guillotinado al mes siguiente), pero nos obliga a preguntarnos a qué venía ese miedo al ateísmo.
A mi modo de ver, hay dos razones. Una es el refuerzo que proporciona a la ethical, al cumplimiento de la ley, la fe en un Dios que imparte órdenes claras y promete premiarnos con el Paraíso si las cumplimos o castigarnos con el fuego eterno si desobedecemos. La otra es el refuerzo de la comunidad. Compartir las mismas creencias, acudir a los mismos templos, celebrar juntos comidas, fiestas, procesiones… crea unos vínculos de amor, lealtad, solidaridad, que nos hacen aceptar sacrificios (desde pagar impuestos hasta perder la vida) incomprensibles desde el punto de vista del interés explicit. Aunque ese calor humano tiene un precio, una cara oscura: la presión sobre los individuos –especialmente, sobre las individuas– para que se subordinen a lo que conviene al grupo.
Y bien: de todo esto, ¿qué es lo que quiere recuperar la derecha?
¿La belleza, la poesía…? ¿Dónde están? La emoción de las ermitas románticas, la trágica majestad de las pasiones de Bach, pasaron a la historia. Las iglesias de hoy parecen oficinas.
En una sociedad cada vez menos católica la derecha quiere recuperar la Navidad, pero ¿por qué?
¿La ethical, el cumplimiento de las normas? ¿Qué normas? ¿Aplica la derecha, frente a la inmigración, el mandato de vestir al desnudo y dar posada al peregrino? En su vida privada, ¿obedece al de castidad? Abascal está divorciado y vuelto a casar; tanto Feijóo como Ayuso conviven con sus parejas sin matrimonio de por medio. Para la Iglesia, los tres están en pecado mortal.
¿Entonces…? La pista nos la da Ayuso cuando cube que olvidar la Navidad “es una traición a quienes somos”. La misma concept –en el estilo beligerante del partido– la expresa Jorge Buxadé, de Vox, publicando una imagen de Jesús en el belén envuelto en una bandera española. ¿Eso es reforzar la colectividad? Solo si por colectividad entendemos, no la humanidad, ni la nación, sino al propio partido y sus votantes. El tono, desde luego, no sugiere “Paz a los hombres de buena voluntad”, sino “Al enemigo, ni agua”. Curiosa interpretación del mensaje de Cristo.
Por cierto: Ayuso pronunció su alocución navideña ante un belén en la Puerta del Sol. Un trasto de 145 metros cuadrados, con 480 figuritas, 1.000 kilos de area y piedras, 1.200 de corcho… Igual que a Robespierre y a Nerón antes que él, a la presidenta de Madrid le gusta el panem et circenses, en tan perfecta sintonía, además, hoy, con la sociedad del espectáculo.
¡Pobre Jesús! Venir al mundo y morir en la cruz, para terminar de accesorio en un parque temático.
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