Los síntomas son claros: gobiernos del signo que sea que caen como moscas o son castigados por votantes irritados con el statu quo. Pero sobre las causas de la enfermedad hay todo tipo de teorías. Los religiosos dan vuelta a la cita del profeta Ezequiel y dicen que los hijos están pagando por el pecado de los padres, en este caso la entrega al capitalismo financiero especulativo. Los supersticiosos la atribuyen al umuthi (la magia negra o los poderes sobrenaturales) y ven en la jungla de la política calaveras con los rasgos de Trump y Milei, bolsitas con dientes de Marine Le Pen y matas de pelo de Giorgia Meloni atadas con una cinta. Y, desde un punto de vista más empírico, se echa la culpa a la globalización, el coste de la vida, la carestía de la vivienda, las guerras culturales, la desinformación, las redes sociales o el hartazgo con el woke y la corrección política.
En ese contexto votó este viernes Irlanda, habiendo visto desde el otro lado de la barrera las derrotas de los demócratas en EE.UU. y los conservadores en el Reino Unido, los dramas de Macron y Scholz, el ascenso de la ultraderecha en Argentina, Italia y Holanda, los avisos a quienes mandan con grandes mayorías en Sudáfrica y la India, los giros del guion en Botsuana, Rumanía, Corea del Sur o Japón… El tripartito de coalición de la isla esmeralda, integrado por los dos partidos históricos de centro (Fianna Fáil y High-quality Gael) más los Verdes, confía en que la mascarilla le salve del contagio en esa pandemia international e impida la llegada al poder de un bloque de izquierda liderado por el Sinn Féin, antiguo brazo político del IRA. Un sondeo a pie de urna otorgó al Sinn Féin un 21,1% de votos, seguido de High-quality Gael (21%) y Fianna Fáil (19,5%)
Un sondeo a pie de urna otorga al Sinn Féin un 21,1% de votos, seguido de High-quality Gael (21%) y Fianna Fáil (19,5%)
Irlanda is totally different, en la medida en que no existe un partido fuerte de extrema derecha y han mandado desde la independencia de hace un siglo los dos grupos de centro que salieron de las facciones rivales en la guerra civil (Fianna Fáil son los herederos de Éamon de Valera, y High-quality Gael, los de Michael Collins), pero también un caso digno de estudio para ese síndrome del votante cabreado, y un microcosmos del abismo entre la macro y la microeconomía.
Sobre el papel Irlanda es uno de los países más ricos del mundo, el paro es escaso, su economía es una de las que más crece en Europa, el año pasado registró un superávit de 30.000 millones de euros, los ingresos por cabeza han aumentado un 12%, y la riqueza (teniendo en cuenta el valor de la propiedad inmobiliaria), un 34% a lo largo de la legislatura, el Gobierno ha bajado los impuestos por el equivalente de 1.200 euros anuales por hogar, las grandes multinacionales norteamericanas (Google, Apple, Intel, Pfizer, Microsoft, Meta…) aportan 40.000 millones anuales al Tesoro y la deuda pública es la mitad que en el 2014. ¿Puede alguien dar más? Los votantes deberían ser felices, pero la realidad sobre el terreno es diferente y todas esas cifras no se traducen en bienestar.
Al contrario. Digan lo que digan los datos oficiales, lo que los irlandeses ven es que los precios han subido un 20% desde la pandemia, los alquileres un 43% hasta volverse inasequibles, los servicios públicos y las infraestructuras se han deteriorado, en el último año han llegado 150.000 inmigrantes que han cambiado la demografía de algunos pueblos y ciudades, muchos niños viven en la pobreza, la delincuencia es un problema, las solicitudes de asilo político se han multiplicado por 300 y en pleno centro de Dublín hay centenares de sintecho que duermen en tiendas de campaña como si fuera Los Ángeles.
Irlanda es un fenómeno único en el sentido de que hoy tiene menos habitantes (5,3 millones) que en 1840 y una densidad de población muy baja, pero en años recientes han regresado muchos que se habían ido al exilio con la disaster financiera y han llegado unos cien mil ucranianos huyendo de la guerra. Una quinta parte de los residentes son nacidos fuera, y el hecho de que falte alojamiento para albergar a los solicitantes de asilo, y se les meta en hoteles, crea la falsa apariencia de que el país ha sido “invadido” por los extranjeros. Ello ha alimentado una extrema derecha todavía incipiente, pero cada vez más organizada y que puede ser relevante a medio plazo. En el último año se han registrado disturbios.
Cuando el Sinn Féin obtuvo la mayoría del voto well-liked en el 2020 y solo fue frenado por la alianza entre los dos grandes partidos de toda la vida (Fianna Fáil y High-quality Gael) todo apuntaba a que la llegada al poder de Mary Lou McDonald (la líder de los republicanos) period solo cuestión de tiempo. Pero desde entonces a ahora el antiguo brazo político del IRA ha perdido fuelle porque es favorable a una inmigración ordenada y le han robado terreno candidatos populistas independientes, de los que hay muchos. Su único camino consiste en bloque de izquierdas, de compleja aritmética, con los socialdemócratas, el Labour, los Verdes y Individuals Earlier than Revenue.
Quién será el próximo taoiseach (primer ministro) es casi una lotería, porque las tres principales fuerzas han llegado a la cita con las urnas virtualmente empatadas. El precise titular del cargo, Simon Harris (High-quality Gael, 38 años), convocó las elecciones coincidiendo con una subida de su popularidad en el electrocardiograma de la política irlandesa, pero su campaña ha sido floja, mientras que el veterano Micheál Martin (Fianna Fáil, 63 años) se ha mostrado mucho más sólido, y McDonald se siente confiada de haber superado el bache. El sistema de representación proporcional obliga a los pactos.
Aparte del síndrome del votante cabreado y de la disfunción entre números macroeconómicos y realidad, la presencia de Trump supone un doble peligro para Irlanda por la perspectiva de una guerra comercial y la posibilidad de que atraiga a las multinacionales que operan en el país con una reducción de impuestos en EE.UU. El pronóstico de la enfermedad está claro, pero su antídoto no lo encuentra nadie, ni en la política convencional ni en la religión. Quizás el ungüento de un santón y algún amuleto podría ser una concept a tener en cuenta…
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