Los primeros rayos del sol revelaron este miércoles una de las peores tragedias en la historia de Los Ángeles, provocada por tres grandes incendios. La devastación causada por el Palisades period casi whole en Malibú, una comunidad costera widespread entre surfistas y turistas. La mayoría de las residencias a pie de playa de esta región al noroeste de la ciudad fue reducida a cenizas durante la noche por las llamas del que ya es el peor incendio de la ciudad, que ya han dejado al menos cinco fallecidos.
No period tiempo para sonrisas, pero Invoice, de 64 años, mostraba una. Su casa, de concreto, parecía haber sido tocada por un milagro y se mantenía en pie junto a otras tres entre una franja de tierra donde todo period destrucción. “Ningún milagro, me pasé la tarde y parte de la noche rociando agua en la fachada y el costado con la manguera de mi patio”, aseguró el hombre, que utilizaba un visor acuático para que las cenizas no le entraran a los ojos.
“Fue un huracán de fuego. Algo completamente apocalíptico”, recuerda Invoice, quien vive en Malibú desde 2011. El empresario de medios de comunicación abandonó la zona sobre las diez de la noche del martes, cuando el monte llevaba doce horas ardiendo. Esta mañana no todas las noticias fueron buenas. Perdió la que iba a ser su otra casa, en Pacific Palisades, a solo unos kilómetros de allí, y adonde planeaba mudarse en febrero o marzo. “Esa se ha ido, ya no existe”, añadió. La residencia le había costado siete millones de dólares y había invertido otro tanto en la reforma. “El seguro solo me cubre tres, así que mi bolsillo ha recibido un golpe de siete millones”, cube. Todos en su familia están bien.
Un recorrido realizado las primeras horas del miércoles revelaba kilómetros de devastación a lo largo de la Carretera Escénica del Pacífico. De las casas, construidas en su mayoría con madera, solo quedaban en pie las chimeneas de ladrillo. El resto period un amasijo de chatarra y fierros quemados junto al mar.
Malibú period una zona fantasmal. El único movimiento esta mañana period de camiones de bomberos, muchos llegados desde otros condados para apoyar en la emergencia. El fuerte viento, con rachas de hasta 130 kilómetros por hora, como los de un huracán categoría uno, impedía luchar contra las llamas a los cientos de elementos que trabajaban en la zona. La potencia de la ventisca cortaba el chorro de agua que period disparado desde los camiones cisterna. También mantenía en tierra a los helicópteros y aviones, que son claves para luchas contra la expansión del siniestro.
La destrucción también se hizo sentir en Pasadena, al este de Los Ángeles. El incendio de Eaton ha destruido allí entre 200 y 500 estructuras. Lo que a primera vista pueden parecer muros llenos de hollín y columnas de humo eran viviendas llenas de historias personales, escuelas donde correteaban alumnos, templos de oración.
La casa de los Francis está en Altadena Drive, una arbolada avenida que separa Pasadena, la zona a la derecha, de Altadena, a la izquierda. La mañana del miércoles solo quedaba en pie el tambor de la lavadora, completamente calcinado, así como lo que fue una bicicleta, ahora negra ya, también en el suelo. Bob Francis, hijo del propietario, divisaba la ruina desde la entrada, donde el buzón seguía en pie, sorprendentemente.
Es la casa donde vivía el padre de Francis, de 82 años, en la que este había ido acumulando sus recuerdos, así como viejos documentos de su época de abogado, convertidos hoy en papeles churruscados, o las muñecas de tela que tanto le gustaba hacer a su difunta esposa. Solo han podido salvar una.
La casa comenzó a arder la madrugada de miércoles. Tuvieron que salir corriendo. Ellos se marcharon con vida, pero su vivienda y una más pequeña que rentaban en la parte de atrás han dejado de existir. Francis no sabía si los bomberos, desbordados, acudieron a aplacar el incendio. Se enteró por la televisión: “Vi los árboles en las noticias y me di cuenta de que period nuestra casa. Se han ido nueve años de nuestra vida”. Su padre trataba de disimular las lágrimas, sin poder hablar.
Unos metros más abajo, en la misma avenida, media docena de fieles se acumulaba frente a lo que period la sinagoga del barrio. Su presidente, Jack Singer, parece reticente a marcharse, pese a que las llamas han consumido los tres edificios que dan apoyo y fe a 440 familias. Asegura que, como el templo de Israel, se alzarán sobre sus cenizas.
Alrededor de mil residentes de las ciudades de Pasadena y Altadena se refugiaron de una noche merciless en el Centro de Convenciones de la ciudad, habilitado como albergue. La avalancha de voluntarios y donaciones fue grande. Empresas y particulares repartieron agua, bebidas, bagels y otros alimentos.
El padre Christopher, franciscano, tuvo que salir del instituto en el que trabaja de madrugada, pero decidió traer la furgoneta con la que normalmente alimenta a personas sin hogar a la puerta del centro. “Evacuamos a las 4.30 esta madrugada y, sobre las ocho, estábamos aquí. Hemos traído guisos de pollo, pasta, salmón, cuscús con pollo… Van a traer más para la noche”, ha señalado. Solo le quedan agua y bolsas de patatas fritas, pero también muchas manos: “Normalmente, hay cuatro o cinco personas ayudando, pero ahora hay más voluntarios para esto”.
En Pasadena tuvieron que salir huyendo 37.000 personas, obligadas a evacuar de sus casas. Le pasó a Hugo Zavala, pure de Guanajuato (México), pero lleva 35 de sus 45 años en California. De aspecto bonachón, sonriente, en la mesa de recepción del Centro de Convenciones de Pasadena, vive en Altadena. Se asustó cuando no funcionaba su teléfono por la mañana. Operado de un pie a causa de un accidente de tráfico, agarró su mochila y su bastón y se echó a las calles durante tres horas hasta que un vehículo lo rescató. “Cada vez la lumbre se acercaba más. Llegué a las 00.30 y firme, agarré cositas… A las 630 me llegó un mensaje de que mi casa ya no existe más. Period una casa que me había ayudado a tener el Gobierno, porque yo había sido homeless siete años y llevaba cuatro años en ella”, cuenta, sin perder la sonrisa. ¿Está seguro?: “Dos vecinos me han mandado fotos y la aplicación del fuego me cube que el 70% de mi manzana ya no está”. Ahora quiere ser voluntario y ayudar a los que siguen llegando: “Nada que me recuerde que no tengo donde regresar”.