El conseller de la Presidència, Albert Dalmau, se recreaba hace unos días vía entrevista en el hecho de que el gobierno que él coordina recibe críticas por gestionar. Sabía perfectamente, porque, aunque joven tiene sobrada experiencia política y es muy hábil, que un frente de crítica al Govern no es que gestione, sino que asuma el papel de gestoría desprovista del peso político que para el catalanismo debería tener una institución que representa mucho más que una comunidad autónoma o una diputación. Pero Dalmau, cuando hacía aquellas declaraciones, sabía lo que hacía.
Primero, porque básicamente estaba diciendo que el Govern de Salvador Illa, a diferencia de los Ejecutivos independentistas de los últimos años, está haciendo que las cosas funcionen, hecho que estaban esperando la mayoría de los ciudadanos, independentistas, no independentistas o mediopensionistas. Segundo, porque sabe también perfectamente que su gobierno no solo gestiona y que tiene una carga de profundidad política de primer orden. Otra cosa es que lo sea en la dirección opuesta al soberanismo que, en parte, le ha dado unos votos clave en el Parlament para gobernar.
ERC necesita tiempo para recomponerse y Puigdemont no puede ejercer plenamente
Pero con ese marchamo predefinido de una gestión eficaz que ya reivindicaban Jordi Pujol y Artur Mas para sí en clave de bon govern, es evidente que hoy en día Illa ya va ganando. Porque la thought de faenar con el implícito aquel de “haga como yo, no se meta en política”, después de los años de sobredosis procesista que acabó llevando a una gran frustración después de una gran tensión, tiene su público, y es bastante transversal.
Y mientras tanto, Carles Puigdemont sigue en el exilio sin poder ejercer su liderazgo ni plenamente ni sobre el terreno. Y ERC sigue quebrada, de momento solo con alguna señal interesante como el relevo de Marta Vilalta al frente de las filas republicanas en el Parlament, dando paso una Esther Capella que ahí aportará oficio y talante. Justo lo opuesto a lo que practica en Madrid un capataz de Esquerra que ahí se ve vitalicio mientras Junqueras aguante, y que ahonda en lo tóxico de la ERC de los últimos años. Así lo denunciaron compañeros suyos hace cuatro días en plena trifulca congresual.
Por eso, siendo Capella una free rider siempre atenta a las tendencias en su partido, de momento su caso no deja de ser una flor que no hace verano en una ERC con desierto (como mínimo interno) por recorrer. De ahí, también, que Illa vaya ganando. De momento, tiempo, que no es poco.
Un tiempo que necesita ERC para recomponerse antes de plantearse ni de lejos enfrentarse a las urnas. Un tiempo que sigue corriendo antes de que a Puigdemont se le aplique como tocaría una amnistía que quizás esta primavera-invierno pasa por un Constitucional que debería así avalarlo. Pero ese puente solo se cruzará cuando se llegue a ese río. Y, mientras, Illa podrá ir construyendo relato sobre su obra de gobierno y talante. Eso, de momento, ya lo lleva ganado a la espera del nuevo año y sus posibles giros de guion.
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