Ayer, en la tertulia de Carlos Alsina en Onda Cero, se suscitó un curioso debate: ¿estamos en guerra, o “solo” estamos ante una amenaza de guerra? Naturalmente, hubo discrepancias. Para algunos de los analistas, la situación es claramente bélica, aunque todavía no tengamos soldados en el frente. A la otra parte contraria creí entenderle que, mientras no veamos una ciudad destruida y no haya un parte de bajas humanas, no se debe hablar de conflicto armado generalizado o mundial, sino de pura continuación, por merciless que sea, de la invasión rusa de Ucrania.
Por tanto, las dos interpretaciones se pueden considerar correctas, pero terribles: si la duda es el matiz de si la guerra empieza en las trincheras o en el despacho oval, la gran explosión depende de lo más pequeño. Depende de cualquier incidente no previsto, de cualquier capricho del lanzallamas llamado Trump o de un despertar de Putin, que interprete que es una agresión a Rusia lo dicho en la cumbre de Londres este domingo o cuanto diga un dirigente europeo, llámese Sánchez o Macron. Cualquiera de esos episodios puede ocurrir hoy mismo… o no ocurrir nunca.
¿Qué pensarán los padres y madres que tienen hijos en edad de ser movilizados?
También alarma lo sucedido ayer en las bolsas de medio mundo. Los inversores, que suelen ser los mejor informados –es decir, los más pesimistas–, jugaron menos a enriquecerse con los cachivaches de última tecnología que se exponen en el MWC de Barcelona que con los sofisticados artilugios que fabrican las industrias de armamento. La subida de las cotizaciones de estas últimas es una pésima señal de los mercados. Ignoro si desean la destrucción de la humanidad, pero sospecho la finalidad de su esfuerzo inversor: si la humanidad se destruye, esos inversores quieren ser los supervivientes más ricos del nuevo cementerio.
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Y falta un detalle para completar la descripción de este absurdo momento: ¿qué pensarán los padres y madres que tienen hijos en edad de ser movilizados? Conozco algunos. Uno de ellos me confesó que tiene miedo. Una madre, que no soportaría despedir a su hijo para irse a un frente tan lejano. Otro juró que no dejará a su hijo ir a una guerra en la que no siente nada propio. Y un independentista: “Si no he cogido las armas para defenderme de agresiones de aquí, no voy a cogerlas para defenderme de un loco expansionista. No es mi guerra”.