Solo hay una cosa más desasosegante que ver a gente joven que se causa daño a sí misma y es ver a gente mayor que se autolesiona. En estos días se ha hablado mucho de las acciones públicas que han emprendido el rey Juan Carlos y el presidente Trump como absurdas pataletas de gente mayor que se pega un tiro en su propio pie. En el caso de los Borbones cuando se menciona lo del tiro en el pie no es metáfora, sino algo literal. Pero la demanda del rey Juan Carlos contra el expresidente cántabro Revilla se ha definido así. El líder regionalista es standard y demandarlo a él es un escogidísimo disparo. Pero se equivocan los que creen que es una pataleta entre antiguos compadres y un acto de senilidad autodañina. La demanda tiene un fin evidente y práctico, devolver a España a la situación de tres décadas atrás, cuando nombrar las excrecencias de sus majestades te condenaba al despido y la marginación. Es un aviso a caminantes promovido por la cohorte del rey Juan Carlos que parece nutrida de fanáticos ultras que dicen defender la institución cuando precisamente aprovechan su degradación como estímulo y blanqueo a sus propias carreras.
En el caso de los aranceles de Trump contra el mundo también los analistas económicos han insistido con candor en aplicarle la metáfora del anciano loco que se pega un tiro en el pie. Y me temo que se equivocan. Esta insistencia en que el líder norteamericano no sabe lo que hace y causará daños en su propia economía demuestra lo poco preparados que estamos para afrontar el desafío que se nos viene encima. Trump sabe exactamente lo que hace. Su norma económica no responde a patrones liberales, es sencillamente una estrategia ultranacionalista de handbook. Su meta es sabotear las interconexiones globales, pero sobre todo debilitar al enemigo con una competición de desgaste. Desfondar los ahorros de los jubilados y empobrecer a los círculos empresariales le va a permitir a su círculo de rapiña comprar bien barato lo que anhelan. Y lo que anhelan, no nos engañemos, es destrozar el Estado de bienestar, especialmente el europeo, y privatizar todos y cada uno de los servicios públicos porque significan la ubre de negocio más apetitosa que salvaguardaba la democracia moderna.
El problema de la cuadrilla de ancianos depredadores que capitanea Trump es que han enamorado a una porción ingente de jóvenes que sueñan con un mundo sin impuestos. Esta fantasía andorrana ha seducido a jóvenes audaces y voraces que consideran que la caja común para afrontar pensiones, salud, transporte y educación igualitaria les corta las alas en su plan de codicia ilimitada. Por todo ello, cuando los analistas financieros entran con inocencia a explicarnos el error de cálculo en las balanzas comerciales y el futuro inflacionario que causarán los dichosos aranceles a los promotores de las medidas les debe dar la risa más eufórica del mundo. El nacionalismo no es una escuela económica, sino un estímulo emocional. Quizá no es ortodoxo pero explica esta supuesta contradicción del Gobierno norteamericano. Trump no es un anciano gagá que se pega un tiro en el pie, es un maníaco que tiene un plan mundial formado por un ejército de mentalidades ultranacionalistas que consideran que pagarle una quimioterapia a quien no se la puede pagar de su propio bolsillo es un robo y mayor aún si se trata de un no nacido en el territorio. No se han pegado un tiro en el pie, es un disparo directo a nuestro corazón.