Cuando el pasado diciembre Alfonso Rueda anticipó las elecciones autonómicas de Galicia al 18 de febrero, el panorama se antojaba claro para el PP. El presidente de la Xunta y su antecesor, Alberto Núñez Feijóo, se veían en condiciones de conseguir un amplio triunfo que, además de prolongar sus 15 años de mandato, insuflaría a este último oxígeno para consolidar el liderazgo en el partido tras el revés de las generales. El PP llegaba a los comicios al remaining de una legislatura sin sobresaltos, más allá del relevo de Feijóo por su vicepresidente Rueda en 2022. La coyuntura nacional se presentaba favorable, con el PSOE bajo la diana por haber pactado una impopular amnistía con el prófugo Carles Puigdemont.
Traspasado el ecuador de la campaña, los vientos políticos han cambiado de dirección en Galicia y en el PP afloran las aprensiones. La encuesta que hoy publican EL PAÍS y la Cadena SER sigue situando a los populares como favoritos para revalidar el Gobierno, pero, por primera vez, abre la posibilidad de que una coalición de izquierda, con los nacionalistas al frente, alcance el poder en la Xunta. Un puñado de votos puede marcar la frontera de la mayoría absoluta, la única que garantiza a los populares mantener el Ejecutivo. Sin ella quedarían a expensas de que le cuadrasen las cuentas para pactar con la imprevisible formación populista y localista Democracia Ourensana, que aparece con opciones de entrar por primera vez en el Parlamento autónomo.
La encuesta revela que el humor del electorado gallego ha cambiado sustancialmente en el último mes. Lo que se vislumbraba como un paseo militar ha devenido en una batalla de incierto desenlace. Primero fue la crisis de los pellets, las decenas de miles de bolas de plástico arribadas a las playas que, sin alcanzar el grado de desastre ambiental, removió emociones incrustadas en la memoria colectiva de Galicia por décadas de catástrofes marítimas y movilizó a algunos sectores de la sociedad, sobre todo a los más jóvenes. Las últimas semanas han evidenciado el fuerte malestar social ante los problemas de la sanidad pública, competencia del Gobierno autónomo. Y la campaña ha dejado al descubierto las debilidades del candidato Rueda, un hombre con experiencia de gestión, pero escasas habilidades para batirse en el escenario público.
En el otro campo político, en cambio, ha despuntado con una fuerza enorme la figura de Ana Pontón, candidata del BNG. Pontón ha construido un discurso más centrado en lo social que en lo identitario y con una vocación transversal que le ha atraído a sectores tradicionalmente poco proclives al nacionalismo. La líder del BNG no suscita grandes rechazos, ni siquiera entre los votantes del PP, pese a los esfuerzos de Rueda y Feijóo por poner el acento en sus relaciones con ERC y Bildu o agitar el fantasma de un conflicto nacionalista a la catalana.
Pero la opción de cambio requiere además del partido socialista, aún abocado a la tercera posición. Su candidato, José Ramón Gómez Besteiro, experimentado y con gran apoyo entre los suyos, tiene que lidiar todavía con los problemas de imagen de una organización incapaz de consolidar un líder desde hace 15 años. El electorado socialista es, con diferencia, el que muestra más indecisión ante el 18-F, y el equipo de Besteiro confía en movilizarlo la última semana, con el apoyo decidido de Pedro Sánchez y la dirección federal del PSOE. Las urnas dirimirán el Gobierno de Galicia, aunque con un innegable efecto colateral: el liderazgo de la oposición en España.