Hace más de cien años el gran José Ortega y Gasset pedía a todos evitar ser “hombre ejemplar”. En su ensayo titulado “No ser hombre ejemplar”, el filósofo español expone la paradoja en que incurre aquel que está dispuesto a venderse como un modelo a seguir. Pese a ser un texto publicado en 1924, parece que lo escribió esta mañana, porque dibuja a una generación que bien podría ser la nuestra. Una que rinde culto a la personalidad por encima del trabajo. Da lo mismo de qué trate una película, un libro, un artículo periodístico: lo de hoy es izar a su autor hasta lo más alto; salir bien en la foto. Y la crítica tampoco ayuda, ya que en este escenario de sobre exposición y exacerbada vanidad, es lo que menos importa. En realidad, hoy por hoy, no existe.
La paradoja que deja entrever Ortega y Gasset en su escrito está en que, quien, por el contrario, dedica su vida con fruición a cierta tarea, sea cual sea, en algún momento tendrá, quiera o no, la atención y el reconocimiento por la perfección derivada de años de paciencia, perseverancia y empeño. Aun siendo que su apuesta nunca haya sido esa, la de conseguir la mirada ajena, el respeto llega, producto de una labor discreta y entregada. Una actitud que dista al de aquel que busca primero la admiración y el aprecio mediante la creación de una obra pobre o inacabada.
Ante un clima generacional acostumbrado a ver solo la punta del iceberg del éxito, puede ser fascinante para algunos tomar un momento para analizar lo que queda por debajo: la insistencia y el rigor que tuvo que emprender el que decidió conquistar una cima. Y siempre habrá quien entienda todo esto. Tanto el que busca un objetivo, como el que estudia a detalle el fruto de una pasión. Freddy Chávez Olmos period uno de esos. Por las palabras que comparte con WIRED en Español, se antoja adelantar que él no estaba ocupado en trabajar por un reflector; solo siguió los pasos de algunos que ideó admirables, quienes, por otra parte, se intuye que eran de los que no se preocupaban en serlo.
Desde temprana edad, Chávez Olmos, joven mexicano nacido en Puebla, supo que lo suyo period el arte, los efectos visuales, las cámaras, y el video, y puso el ojo en el trayecto profesional de Guillermo del Toro: no solo en el renombrado cineasta que todo mundo conoce hoy, sino en el que hacía magia con puro maquillaje para pequeños clips de televisión, el que logró con el tiempo escribir y dirigir collection locales (como La hora marcada). “Yo quería hacer cine de terror”, cube Freddy. “Lo primero que me pregunté fue: ¿qué hizo Del Toro en su carrera para llegar a donde está?”.
“Empecé a estudiar efectos de maquillaje y eso fue lo que me llevó al extranjero, porque no había carrera de eso en México”. Su determinación —por no decir insistencia— y visión de lo que profundamente quería acabaron por abrirle las puertas de Hollywood, en donde se ha consolidado como uno de los creativos más influyentes en la industria del entretenimiento. Incluso con la llegada del merecido reconocimiento dentro de ese mundo, Freddy sigue trabajando y aprendiendo a discreción. Comparte, eso sí, su experiencia con estudiantes y personas que gustan de escuchar historias de superación y éxito.
Pero vayamos atrás. Chávez Olmos es uno de los tantos talentos nacionales que emigraron del país en busca de oportunidades. Su destino fue Canadá, en donde actualmente radica. En México, el escaso apoyo a las carreras artísticas representa una barrera para el desarrollo creativo. En estas lides, la migración hacia países como Canadá y Estados Unidos se considera la única opción para trascender, para competir a nivel mundial. No es romantizar el hecho: los sacrificios son reales. “I’m mexican”, dijo orgulloso el propio Guillermo del Toro en alguna conferencia para referir, modestia aparte, cómo había alcanzado el éxito. Con esa contundente respuesta, el cineasta quería destacar la valentía y la resiliencia que enfrentan los nacionales que buscan sobresalir fuera del país.