La primera editora que leyó una novela de Max Porter le dijo: “Es buena. Pero no sé qué podrías hacer con esto”. Nueve años después, hace unos días, el escritor le envió su última creación a su agente. Ella contestó: “No sé qué es. ¿Un discurso? ¿Un ensayo? ¿Ficción? ¿Qué hacemos con ello?”. Las obras del inglés descolocan hasta a sus lectores más habituales. Imagínese al resto. Pero, además de desconcierto, sus cuatro libros han generado críticas entusiastas —y alguna disgustada—, premios y un éxito de público sorprendente. Entre otras cosas, porque llegaron a definir sus escritos como “invendibles”. Se suele comentar entre editores que un libro debe poderse resumir fácilmente y tener claro a quién se dirige. Misiones imposibles ambas con Porter, como subrayó The Guardian. Él se ríe: “Yo tengo que hacer el trabajo. Otra gente puede preocuparse de qué es”. Novela. Poesía. Arte. Música. Fábula. Todo ello, quizás. O nada. Pero hay algo que sí es: un extrañísimo fenómeno literario.
Podría decirse que su ópera prima, El duelo es esa cosa con alas, de 2015, hablaba de un padre y dos niños que lidiaban con la muerte de la madre. Pero también estaba Cuervo, un pájaro que se metía en la casa y ayudaba a sus habitantes a sobrellevar el dolor. Había hojas casi completamente en blanco, frases esparcidas u onomatopeyas como “CHSSSSSSSSSSSS”. Shy, recién publicada en España (por Random Home, como las demás), podría resumirse como un buceo en la mente de un adolescente en disaster. Sin embargo, eso no recogería las distintas maquetas y tipografías, páginas concebidas como gritos en la cabeza del joven, una experiencia casi mística con dos tejones, la denuncia social y política, momentos de ternura sobrecogedora, y párrafos encadenados a ritmo del drum’n’ bass que adora el protagonista. Actual, humano, sobrenatural. Único. Y condensado en apenas 120 páginas, ya que la brevedad es otro sello de las novelas de Porter (Excessive Wycombe, 43 años).
“Nunca soñé con ser escritor. Así que tampoco experimento decepción. Es como si sintiera a todos los demás autores detrás de mi espalda diciendo: ‘No es un escritor de verdad’. Y puede que sea cierto. Cuando veo mis obras en estanterías de gente sospecho que pensarán: ‘Esta cosa no es actual’. Cuando dicen que mis libros se hacen peores o son intraducibles lo entiendo. Y luego han salido en 30 idiomas. Me resulta todo increíble, y a la vez sigo pensando que tienen razón”, reflexiona él por videollamada desde Bathtub, la ciudad inglesa donde reside con su familia. Puede que su camino refuerce la sensación de intruso o “impostor”, como a veces se siente. Estudió historia del arte. Y, al principio, trabajó en un bar, limpiando jardines o empaquetando velas. Hasta que le contrató una prestigiosa librería del centro de Londres por la campaña navideña: no estaba de turno cuando acudió a la tienda la familia actual, aunque sí atendió desde la caja al cantante Morrissey. Pero su mejor recuerdo de aquella época es mirar a los ojos a desconocidos y recomendarles un libro.
Le gustó tanto que se aventuró a abrir su propio establecimiento. Y terminó contratado por Granta Books como editor. Mientras tanto, nunca había parado de crear por pasión: música, poesía, dibujo. Porter cuenta que necesita mantenerse siempre ocupado. Pero justo cuando se vio obligado a leer por oficio se dio cuenta de que estaba dejando a un lado su propio impulso artístico. Entre otros hobbies, le encantaba construir cajitas con mezcla de todo tipo de materiales, al estilo de “los collages de Joseph Cornell”, y regalarlas. “Pensé que podría hacerlo con el lenguaje”, rememora. Empezó a pegar juntos la relación entre hermanos, la pérdida acquainted que él mismo había experimentado, los cuervos, la poesía o los ecos de Emily Dickinson. Sostiene que lo hacía por sí mismo. Pero El duelo es esa cosa con alas terminó a la venta. Y gustó. Hasta fue llevada luego al teatro y ahora se planea una adaptación al cine, igual que con Shy.
“Si siento que estoy intentando imitar a otros, buscando algo fuera de mí o tratando de complacer a un lector en mi cabeza, sé que voy por un callejón sin salida. Por supuesto que a veces pienso en el mercado, las críticas o asuntos técnicos, formales o estructurales. Pero me esfuerzo mucho por volver al punto donde lo único que importa es la música en mi cabeza, lo mío, que parece ser este extraño collage híbrido”, apunta Porter. Su segunda novela, Lanny, editada en 2019, mantuvo y subió la apuesta. Ponía los focos sobre otro crío, incluía de nuevo entre los personajes a un ser muy peculiar, Papá Berromuerto, y reforzaba el aún más insólito estilo del autor. “Ventanas originales, una escapada al pueblo, los viejos se mueren” es una de las muchas frases que se deslizan onduladas por las páginas y, presumiblemente, por los oídos de la criatura. Aunque, sobre todo, confirmó su talento: colocó a Porter como finalista al célebre Man Booker Prize. Aun así, él mismo se apresura a recordar que el tercer libro, La muerte de Francis Bacon, no lo leyó ni su esposa. “Está bien”, sonríe.
El punto de partida de la cuarta novela, Shy, es puro Porter. Trabajaba en una obra sobre un amanuense que, en la Edad Media, anotaba sacrilegios en los bordes de los tomos que transcribía. De golpe, la thought se mezcló con los años noventa, y la música. Finalmente, soñó con un muchacho en el bosque que fuera como una membrana que los demás atravesaran. “Siempre me he preguntado cómo sería reflejar por escrito la velocidad del pensamiento. Me imaginé a un adolescente, y qué sucedería si todas las concepciones de él que tienen su familia, compañeros, educadores, terapistas, fluyeran a través de él”, agrega. Las respuestas están en sus páginas. Aunque es possible que la lectura más bien renueve la pregunta que tanto le hacen: “¿Qué es esto?”.
“Intento no pensar en un perfil de lector. ¿Quién se supone que es? ¿Una abuela búlgara? ¿Un adolescente en Berlín? Cada uno es único. Uno de los problemas de la literatura experimental es que suele ser excluyente. Como si planteara: ‘Es difícil e inteligente y no vas a entenderlo’. Yo busco lo contrario. Haré algo extraño, y te pido trabajar un poco, pero serás recompensado. No hay trama o narrativa convencional. Puede que al principio te sientas perdido, con ansiedad, pero lo convertiré en impacto emocional”, sostiene Porter. El autor cree que a él le corresponde construir un “buque” literario sólido. Pero cómo y hacia dónde navegar le toca al lector.
Tiene tanta fe en el público que considera “ofensivo” explicar demasiado u otorgar respuestas firmes. Considera “fascinantes” hasta las críticas negativas, que le han acusado de “pretencioso, izquierdista, hippy o woke”, porque significan que sus personajes han despertado reacciones. Y asume con la misma naturalidad que alguien no conecte con sus escritos: “Desde la primera página dejo claro que nos juntamos para un juego. Yo controlo algunos de los elementos. Pero, para disfrutar del máximo impacto de este ecosistema, tienes que estar dispuesto a mojarte”. La lectura de sus obras suele dejar más interrogantes que soluciones. Y, para quien la aprecie, un poso duradero.
El autor también anda lidiando con las improntas. Cree que Shy es su novela más enfadada, y sostiene que la escribió desde el “horror” hacia los últimos gobiernos conservadores de Reino Unido. “Nuestra sociedad ha sido desmantelada por 15 años de gestión corrupta de una elite avariciosa, vaga y felony. Y pueden verse las consecuencias. Si cierras instituciones de acogida social [como el centro donde vive el protagonista de la novela], los clubes para jóvenes, las bibliotecas, y anulas el Estado del bienestar, ¿qué les estás dando a los niños? Un 1% se está haciendo muy rico mientras el resto del país vive en niveles victorianos de pobreza y analfabetismo”, agrega.
Y aún más huella le ha dejado su reciente visita a Cisjordania. Hasta el punto de que cree que presenciar el sufrimiento de los palestinos a manos de Israel ha supuesto un “antes y un después” en su vida. “Sus historias son tan devastadoras y tristes, y a la vez las compartían con tanta generosidad, que no me queda más remedio que un completo reseteo, reconsiderar cada gesto que hago”, argumenta. Cube que se ha estado interrogando sobre las líneas rojas intolerables que la humanidad cruza, la toxicidad de un sistema podrido, la futilidad de su trabajo y qué puede hacer el lenguaje. Por lo pronto, ha escrito un monólogo.
Aunque parte de la receta para seguir adelante tal vez se encuentre en sus libros, comedias tan amargas como la propia vida: “Creo que estamos todos a tan solo un segundo de despegarnos de nuestro eje, igual que el mundo. Y quiero que mi trabajo siempre aspire a un levantamiento, sin negar la ruptura. Puedes estar en el funeral de un acquainted, vivimos tiempos de genocidios, de injusticia incalculable. Pero todavía somos capaces de una humanidad, hospitalidad, alegría y profundidad de sentimiento asombrosas. ¿Cuál es mi regalo al lector? Espero que sienta algo de rabia, molestia, desubicación, shock, pero también recompensa. Al menos intentar plantar una semilla que se quede un tiempo”. Para reflexionar. Emocionarse. O aunque solo sea para preguntarse qué ha sido eso.
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