La plaza de Pamplona cerró la feria de San Fermín del modo más tosco posible, convertida en una gran tómbola que regaló trofeos inmerecidos y permitió que el venezolano Jesús E. Colombo paseara tres orejas y saliera a hombros como uno de los grandes triunfadores del ciclo sin motivo taurino que lo justifique.
Le tiene cogida la medida este torero a los tendidos de sol, a los que anima constantemente, destaca por su condición física, y no se le puede negar su entrega y disposición a lo largo de toda la lidia, pero es incapaz de decir nada ni con el capote, ni con las banderillas ni con la muleta. Ciertamente, ejecutó la suerte de matar con rectitud y valor desmedido, pero las dos estocadas cayeron bajas, y como le acompañó la fortuna de que el sexto toro se derrumbara fulminado le concedieron el doble trofeo.
Su arrojo es envidiable, a pesar de que toda su labor resulta acelerada, tremendista, desordenada, destemplada y sin poso. Capoteó por navarras y por zapopinas sin mando alguno, clavó hasta cuatro pares de banderillas a ese sexto toro de forma muy irregular, y trató sin conseguirlo de aprovechar su encastada embestida en pases muy despegados y sin sosiego.
Aseado y sin perder los papeles se mostró ante el muy soso y de corto viaje que hizo tercero, dificultoso, como toda la corrida, y paseó otra oreja que, con toda seguridad, ni la presidenta sabrá a estas alturas por qué la concedió; quizá, porque cae bien a los bailongos cantarines del sol, que le compensan con trofeos la atención que el torero les profesa.
Tampoco estuvo justificada la oreja que paseó Escribano tras la muerte del quinto. El torero destacó, una vez más, por su pundonor y oficio, y se llevó un disgusto cuando su primer miura (una pintura de toro antiguo y del mismo nombre, Tahonero, que el que indultó en Utrera, Sevilla, el 22 de junio de 2019) fue devuelto al partirse el pitón derecho contra un burladero. En su lugar salió un sobrero de Cebada Gago, el toro más manso y peligroso de toda la feria, con el que demostró su experiencia.
Al tal Tahonero lo recibió de rodillas en los medios con una larga cambiada, al igual que al quinto, con la diferencia de que este no lo vio al salir y Escribano tuvo que cambiar los terrenos y trazar la larga cambiada en el tercio después de que el animal se diera un paseo por el anillo. A este toro lo citó muleta en mano desde el centro del ruedo con dos pases cambiados por la espalda, pero la faena careció de brillo porque se trataba de un toro desfondado y soso. A los dos los banderilleó con más voluntad que acierto (en su primero compartió el tercio con Colombo, al igual que ocurrió en el siguiente del venezolano), y le concedieron un trofeo para compensarlo, quizá, de los malos tragos que tuvo que afrontar.
Pocas opciones tuvo Antonio Ferrera; un imponente tamaño lució su primero, que quiso saludar al subalterno Miguel Murillo por encima del burladero y se comportó de manera noble y muy descastada. Tampoco ofreció ninguna oportunidad para el lucimiento el cuarto y Ferrera se debió conformar con airosos quites de la tauromaquia antigua al sacar a los toros del caballo con un capote verde oscuro de muy dudoso gusto.
Miura/Ferrera, Escribano, Colombo
Toros de Miura -el segundo, devuelto al partirse un pitón-, grandes, largos, bien armados, mansos, dificultosos y descastados; sobrero de Cebada Gago, bien presentado, muy manso y peligroso.
Antonio Ferrera: feo espadazo atravesado y dos descabellos (silencio); estocada baja (silencio).
Manuel Escribano: estocada trasera y tendida y tres descabellos (silencio); estocada caída (oreja).
Jesús E. Colombo: estocada perpendicular y baja (oreja); estocada baja de efecto fulminante (dos orejas). Salió a hombros por la puerta grande.
Plaza de Pamplona. 14 de julio. Octava y última corrida de la Feria de San Fermín. Lleno.
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