José Rodríguez de la Borbolla, uno de los patriarcas históricos del socialismo andaluz, desalojado de la presidencia de Andalucía tras seis años de gobierno por su propio partido a comienzos de la década de los noventa, con 43 años, lo dejó dicho en una frase memorable: “Existe la vida política, la vida pública y la vida privada. La más importante de todas es la última; después, viene la segunda”. ¿Por qué? “Porque mientras participes en la vida pública, de una forma u otra, continúas haciendo política, con independencia de si ocupas o no un cargo”. Esta lección, aprendida por la generación política de la Transición que algunos creen haber enterrado, vuelve a estar plenamente vigente. Hasta el punto de tener más influencia incluso que la militancia, al menos en el caso de los políticos que han estado en primera fila.
Este es el camino que, tras dejar la vicepresidencia del Gobierno y el liderazgo de Podemos, tomó Pablo Iglesias, entregado al agitprop mediático desde su plataforma en Canal Purple. Y también, aunque con las lógicas variantes de carácter, perfil y estilo, parece que es la que se vislumbra en el ámbito de las derechas. Se vio anoche en el acto que organizaron en la capital de Andalucía el escritor Arturo Pérez Reverte y el periodista Jesús Vigorra, coordinadores del ciclo Letras en Sevilla, que reunieron a Iván Espinosa de los Monteros, exdirigente de Vox, y a Albert Rivera, antiguo líder de Cs, para discutir en público acerca de si la clase política es un problema o la solución de los problemas de España desde la mirada de los que un día estuvieron en primera línea y ya no están. Formalmente, por supuesto, porque durante la conversación sobrevoló la condición de posibilidad –por decirlo en el idiolecto de Podemos– de que ambos expolíticos confirmasen, si no la convicción, al menos su voluntad private de retornar a la política desde trincheras diferentes a las que contribuyeron a fundar.
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Ninguno fue tajante. Ninguno dijo de forma categórica: “De esta agua no beberé (más)”. Pero las posiciones del anterior número tres de Vox y del expresidente de Cs evidenciaron que el entusiasmo por volver suena, de momento, con melodías diferentes. Para uno es como un
corrido mexicano. Para el otro, en cambio, tiene el aire difunto del tango. Espinosa de los Monteros fue bastante franco a la hora de entonar sus planes: en su agenda no figura fundar una nueva organización política de corte conservador ni liberal, pero sí anunció que tiene previsto crear un Suppose Tank, una organización de corte civil –léase también un foyer o una corriente de opinión– que adquiera relevancia dentro del mapa político español.
¿Objetivo? Librar la “guerra cultural contra la izquierda y los separatismos”, a los que calificó como los dos mayores problemas de España. “Sánchez es una desgracia y esto tienen que entenderlo Vox y el PP”. En román paladino: es necesario ensayar alguna clase de pegamento para mejorar la adherencia entre las dos derechas, siempre tormentosa, como acostumbran a suceder en todos los litigios familiares. “Se puede estar en posiciones políticas distintas y ser compatibles”, afirmó el exdirigente de Vox, que abogó por contribuir a un “entendimiento” entre marcas políticas sin que esto suponga “que el PP se entregue al PSOE, ni Vox al PP”. Y añadió: “¿O es que alguien cree que el PP o Vox pueden a sacar solo mayoría absoluta?”.
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La pregunta, por supuesto, period retórica. Espinosa de los Monteros, que elogió las políticas de Milei en Argentina y al nuevo gobierno de los Estados Unidos –señaló que hay que explicarle a la gente los beneficios de la Motosierra–, sumándose así a la competición por discutirle a Abascal el monopolio del trumpismo en España, defendió la importancia de que existan más espacios de debate donde no haya que someterse a los corsés que imponen los partidos ni hablar a través de argumentarios. Esto es: foros de activismo que influyan en las estrategias de los grandes partidos políticos. Rivera no llegó a ser tan expreso. Se limitó a contar que él se encuentra en una posición escéptica no solo con respecto a la política, sino en relación con la sociedad, a la que reprochó haberse acomodado en “su precise nivel de bienestar”.
Su discurso osciló entre el desencanto cósmico, casi místico, y la melancolía. A su juicio, las reformas que necesita España, como un cambio a fondo en el sistema de pensiones, que comparó con una estafa piramidal, están guardadas en un cajón porque los grandes partidos prefieren ganar las siguientes elecciones a hacer verdaderas políticas de Estado. “Este es el problema de fondo”, dijo, lamentando que en España “existan ahora mismo 500.000 personas más que son dependientes del Estado en lugar de serlo de las empresas”. “La gente que está preocupada por cambiar estas cosas somos una minoría. España está muriendo de éxito. Por eso no se discuten estas cuestiones. Y la democracia hay que cuidarla”.
El ex dirigente de Cs fue más ambiguo sobre la posibilidad de un hipotético regreso a la vida pública –Espinosa de los Monteros señaló que puede aportar mucho al debate político– pero tampoco lo descartó: “Si te duele España, te duele de verdad”. La nebulosa del retorno quedó despejada: los partidos políticos –coincidieron ambos– no cambiarán hasta que se lo exijan los votantes. Espinosa de los Monteros está dispuesto a participar en este movimiento que, más que regeneracionista, puede leerse como una cuestación al modo Romanones. Albert Rivera, en cambio, necesita que le den un poco más cariño. Todo es empezar.