Un anciano excarcelado filipino expresa su alegría de “dormir y comer” en casa gracias a un programa gubernamental apoyado por la ONU para hacer frente al hacinamiento en los centros de detención.
Según cifras del Gobierno filipino, el número de reclusos cuadruplica la capacidad prevista, lo que convierte a Filipinas en uno de los sistemas penitenciarios más superpoblados del mundo, junto a países como la República Democrática del Congo, Haití y Uganda.
Pero ahora el Gobierno, con el apoyo de la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito (UNODC), intenta aliviar la congestión dando prioridad, entre otras cosas, a la liberación de presos de edad avanzada.
El ex prisionero filipino, Toto Aquino, de 70 años, habló con Noticias ONU, sobre su alegría “durmiendo y comiendo” como hombre libre en su casa del barrio de Pandacan, en Manila, la capital del país.
“Me liberaron hace dos semanas y me siento bien. Estuve encarcelado ocho años, cuatro en prisión preventiva en la cárcel de Manila y, cuatro años después de ser condenado, en la prisión de Bilibid.
Estaba muy hacinado y durante esos cuatro años dormí en un cartón en un pasillo de Bilibid. Me alojaron en un pabellón de máxima seguridad, el 4C-2, junto a miembros de una banda, pero yo no period miembro de ninguna banda. En las bandas hay una jerarquía y por eso no tenía un buen sitio para dormir.
Todos los días teníamos que ir a nuestro dormitorio a las seis de la tarde y levantarnos a las cuatro de la mañana. A diario comía papillas, café, pan y arroz y, a veces, salchichas. Es comida de rancho la que los presos reciben de la cocina de la cárcel. Se pueden comprar otros alimentos, pero yo no tenía dinero.
Me siento bien siendo libre. Vivo con mi hermano menor en la casa en la que crecí con mis cinco hermanos. La vida es muy diferente ahora, ya que puedo comer y dormir cuando quiero. Tengo una cama cómoda y mi propia habitación, y mi hermano cocina bien.
En la cárcel soñaba con un adobo de pollo y un colchón blando, y hoy tengo ambas cosas; dormir y comer es ahora mi alegría.
Desde que salí de la cárcel me quedo en casa. Aquí estoy cómodo. Me siento en un taburete en la puerta de mi casa y veo transcurrir la vida del barrio.
Crecí aquí, así que conozco a mis vecinos. A veces barro el patio y quemo la basura, y también sigo haciendo 15 flexiones varias veces al día, algo que empecé a hacer en la cárcel para mantenerme en forma.
Hace diez años que no veo a mi hija. Vive en otra parte del país y espero verla pronto, ya que está embarazada de su segundo hijo.
Creo que es importante que los condenados cumplan sus penas, pero también creo que debe darse prioridad a la excarcelación de personas mayores como yo. Me pusieron en libertad con otros presos ancianos, pero conozco a hombres de 75 años que siguen detenidos”.