Para resolver un problema, lo primero que hay que hacer es definirlo y sería un error retratar lo que estamos viendo estas semanas como el conflicto arancelario de Trump. Va más allá, aunque estos aranceles sean, como dicen los expertos, la peor herida autoinfligida de la historia reciente del mundo.
Esto no es una guerra comercial con anabolizantes, donde dos gigantes, Estados Unidos y China, compiten para ver quién resiste mejor los dolorosos golpes. Esto es la puntilla al orden económico world tal y como lo hemos vivido durante décadas. EE UU ha renunciado a ser el policía que controla el tráfico world. Volvemos a la casilla de salida. No a los años treinta del siglo pasado, como insisten muchos en tono dramático, sino a 1945, cuando en un escenario de paz (pero también de Guerra Fría e incertidumbre económica) se pusieron los cimientos de lo que acabaría siendo la OMC. Hoy toca volver a trenzar, de abajo a arriba, acuerdos bilaterales y regionales que permitan, a medio plazo, recomponer un tablero de juego donde estén de nuevo todas las piezas. Eso llevará tiempo. No 90 días, la tregua anunciada por Trump, sino años.
Por eso, lejos de haberse tenido que cancelar por la disaster arancelaria, viajes como el de Sánchez a China son más útiles que nunca. Hay que acercarse a los que sacan la zanahoria y no el palo. Arremangarse y negociar. Duro, y producto por producto. Porque esto va para largo. Y China es un peso pesado. Cuando despertemos de Trump, el dragón todavía estará allí.
Las políticas locas de Trump no son causa, sino resultado de fuerzas soterradas, de movimientos tectónicos que han erupcionado. De la peor manera posible. El propio presidente es una combinación extraña entre la inestabilidad de un Calígula (con la diferencia de que nombrar cónsul a tu caballo es menos lesivo que un arancel del 145% a China) y la terquedad de un zelote. De un iluminado que no rectificará ante nada. Su epifanía fue en los años ochenta, cuando dejó por escrito, como una profecía, el mal que EE UU debía afrontar: una globalización que dejaba un dólar demasiado fuerte, un déficit comercial insostenible con el gran rival asiático (entonces, Japón) y un gasto militar por las nubes.
Cuarenta años después, Trump ha sido capaz de tejer una alianza de empresarios y trabajadores resentidos contra el orden world. Un grupo que acoge a muchos demócratas, razón por la cual Biden apretó también el botón del proteccionismo, y al que no le faltan líderes de futuro, como J. D Vance. El volcán dejará de escupir lava en breve, pero permanecerá activo.