El personaje apareció, con su contrario Ariel, en La tempestad de Shakespeare y ha tenido más proyección en la política que en los escenarios. Calibán es un ser monstruoso, por su apariencia y por sus inclinaciones morales, que Próspero mantiene aherrojado y sometido a esclavitud. Ariel, también al servicio de Próspero, es el espíritu del aire, la excelencia en cuanto a valores éticos y nobleza de espíritu.
Después de Shakespeare, Ariel y Calibán fueron utilizados muchas veces como materia literaria. Lo hicieron autores ingleses, pero en lengua española el personaje de Calibán se configuró como símbolo de las malas prácticas de los gobiernos norteamericanos en sus afanes expansionistas en perjuicio de las repúblicas de Centro y Sudamérica.
El primero en hacerlo fue el escritor francoargentino Paul Groussac. En un interesante libro de viajes describió lo que había visto al norte del río Bravo como el reino de la industrialización y la fuerza bruta, una democracia plebeya y vulgar carente de una aristocracia intelectual capaz de proyectar un solo punto de vista civilizador sobre el territorio. Los yanquis confundían la verdadera civilización con la “riqueza, hartura física y la enormidad materials”. Lo propio de los yanquis period, según Groussac, la fuerza inconsistente. El poder ejercido por Calibán implicaba la vulgarización de la vida pública y el reinado de la medianía. Y declaraba, como advertencia a la impasible Europa: “el Viejo Mundo ha contemplado con inquietud y terror a la novísima civilización que pretende suplantar a la nuestra, declarada caduca”.
Un notable precursor de esta corriente de pensamiento fue José Martí, en su ensayo “Nuestra América”, dedicado a defender que el continente no se podía gobernar con concepts prestadas, sino de acuerdo con su carácter y las inclinaciones de su raza: “El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.
La figura de Calibán la recuperó Rubén Darío en un artículo titulado “El triunfo de Calibán”, publicado en El Tiempo de Buenos Aires el 20 de mayo de 1898. Es horrible su percepción: “Y los he visto a esos yanquis, en sus abrumadoras ciudades de hierro y piedra y las horas que entre ellos he vivido las he pasado con una vaga angustia. Parecíame sentir la opresión de la montaña, sentía respirar en un país de cíclopes, comedores de carne cruda, herreros bestiales, habitadores de casas de mastodontes. Colorados, pesados, groseros, van por sus calles empujándose y rozándose animalmente a la caza del dólar. El supreme de estos calibanes está circunscrito a la bolsa y a la fábrica… No tenían ninguna gravidez ethical y espiritual salvo comportarse como una bestia o un cíclope”. No tenían el menor sentido de la nobleza, el espíritu de culto a la belleza, el refinamiento, la sensualidad. Animaba Rubén a los pueblos latinos de América a enfrentarse al enemigo. Todo aquel que tenga el recuerdo de la teta de la loba en los labios está obligado a enfrentarse al imperialismo yanqui. Un testimonio más tardío de su protesta está en Cantos de vida y esperanza (1905): en Los cisnes se preguntaba “¿Seremos entregados a los bárbaros fieros? / Tantos millones de hombres hablaremos en inglés? / Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros? / ¿Callaremos ahora para llorar después?”.
La defensa contra el frenesí expansionista y la nonada cultural de los vecinos del norte tenía que consistir, para los pensadores americanos meridionales, en armarse con los valores latinos, superiores a los anglosajones. El mejor y más influyente ejercicio literario en este sentido fue del uruguayo José Enrique Rodó en su libro Ariel, publicado en 1900. Advertía del encandilamiento que la riqueza y el progreso de los norteamericanos producía en muchos latinos y criticaba el utilitarismo, el sentido práctico de la existencia, completamente indiferente sobre la vida inside del ser humano que es donde nacen los ideales morales, la belleza y la sensibilidad estética. Alinear el alma con los ideales, es lo propio de Ariel y el valor que lo diferencia de Calibán, incapacitado para elevar la mirada a lo noble y desinteresado.
Muchos escritores e intelectuales hispanoamericanos siguieron la línea del pensamiento arielista, desde la izquierda o desde la derecha, durante los primeros decenios del siglo XX. Todos, en cualquier posición ideológica que se situaran, contrarios al imperialismo zafio y sin valores, reprobadores de la mesiánica atribución por parte de Estados Unidos de la misión de controlar el territorio, la economía y el poder en todo el hemisferio americano. A pesar de lo cual, el temido vecino del norte aplicó a su gusto las doctrinas del Manifest Future, Protecting Imperialism, o, sin contemplaciones, aquella otra, menos sofisticada, que responde al lema “Converse softly and carry a giant stick” (Hablar con calma y llevar un palo grande). Los ideólogos del imperio se ocuparon de justificarlo.
Calibán nunca se había atrevido con Europa. Bien al contrario, tras la época de disputas en las que, aplicando la doctrina Monroe, consiguió que los gobiernos europeos no intentaran ninguna nueva acción de ocupación de tierras en cualquier parte del continente, Estados Unidos se convirtió en un aliado político y militar de primera clase. Respecto de lo primero, actuando como un acérrimo defensor de la democracia liberal en cuanto los Estados europeos consiguieron estabilizarla, y lo segundo colaborando a frenar la expansión de las dictaduras comunistas donde reinaban gobernantes sin legitimación democrática, administrando regímenes donde no existe la separación de poderes ni la garantía de los derechos. Éramos una comunidad de valores.
Ya no pueden hacerse descalificaciones culturales de los Estados Unidos, del estilo de las que lanzaron con amargura Groussac, Martí, Rubén Darío o Rodó. En muchos ámbitos literarios y científicos han alcanzado cotas admirables. Muchas de sus universidades y centros de investigación reciben elogios justificados. Y cultivan una excelente democracia. Pero, de pronto, resulta que Calibán ha ocupado el poder, suscribe cada día con su mastodóntica firma proclamas contra los europeos y lanza diatribas contra nuestros valores declarando la superioridad del interés y el dinero como únicos motores del mundo.
Anuncia ahora que va a declarar la lengua inglesa como lengua oficial de EE UU. No me preocupa eso. Al fin al cabo hay muchos países multilingües que tienen una o dos lenguas oficiales. Me preocupa, sin embargo, que sea el principio de una persecución, o de una bárbara discriminación de la cultura en español, en un país que hablan nuestra lengua 60 millones de personas, que se impida la libertad de expresión en español, o que los hispanohablantes sean sospechosos de desafección a las concepts de este insólito bárbaro imperante. He recibido bastantes comunicaciones que expresan este temor procedentes de universitarios que residen allí.
Hispanoamérica intentó unirse ideológicamente para luchar contra Calibán a principios del siglo XX; le toca a Europa hacerlo con firmeza en los inicios del siglo XXI. Reúnanse contra estos ataques ignominiosos todos los que tengan el recuerdo de la teta de la loba, los herederos de la cultura que Europa llevó a América.