Europa no está para bromas partidistas. Exige de los que creen en ella lealtad a lo que encarna. Eso significa muchos sacrificios si queremos preservar nuestro modo de vida. El primero, y quizá el más importante, sea alinear la política española con la defensa de la democracia liberal en la que se funda Europa. Por tanto, los partidos comprometidos con ella deben acordar una política de defensa que incremente el esfuerzo de seguridad y nos homologue con el resto de nuestros socios europeos.
Estar en Europa supone estar a las duras y las maduras. Así que no podemos mirar a otro lado. Ir a la cola del esfuerzo de seguridad alegando que tenemos otras prioridades, es inmoral cuando Ucrania es víctima de la agresión rusa. ¿Acaso los demás no tienen otras prioridades nacionales también? ¿Alguien piensa que a los alemanes les apetece gastar más en defensa con su pasado militarista? ¿O a los holandeses con su compromiso climático? ¿O a los suecos con su trayectoria pacifista? Nadie cree en Europa que sea más importante la defensa que la educación o la sanidad. Pero hay momentos, y este lo es, en que nuestro modo de vida europeo y, por tanto, creer que la educación, la sanidad o la cultura no tienen precio, exige defenderlo frente a quienes lo cuestionan.
Pasar de un 1,2% de gasto militar en España a un 3% sobrepasa las capacidades del Gobierno de coalición y la compleja mayoría de sensibilidades que lo soporta. Sería muy irresponsable tirar de inejecución presupuestaria para parchear un deber de solidaridad con Europa. De ahí que haya que bajar los humos de la polarización y reconocer que no toca. Los egos tampoco. Ni la ramplonería tacticista y el revanchismo, venga de donde venga. Si queremos hacer lo que hacen los socios europeos y ganar credibilidad, tenemos que contribuir como todos a la defensa del continente. Algo que requiere una mirada estratégica de Estado. En el principal partido del Gobierno y en el principal partido de la oposición, que, además, tiene un plus de responsabilidad porque es el mayoritario. Una mirada que mutualice responsabilidades entre el PP y el PSOE. Que fije prioridades a años vista. Que haga prospectiva y pacte el diseño de equilibrios que perduren en el tiempo al definir el steadiness entre las finanzas y las políticas sociales que hagan posible la consecución de una política sostenida de seguridad.
España no puede ser una anomalía europea. Tenemos que apoyar la defensa de la región. Ni más que otros, pero tampoco menos. Quien piense que la geografía ayuda, se equivoca. Estar lejos de Rusia no cut back el riesgo de una guerra híbrida que no distingue distancias físicas cuando se amenaza la seguridad. Tampoco invocar la paz cut back el peligro en la jungla world que sufrimos. En la práctica denota una ingenuidad derrotista que, por cierto, es el mayor aliciente para que los agresores potenciales incrementen su testosterona belicista y pasen a la acción.
España tiene que dar ejemplo de seriedad geopolítica. Eso significa pactar políticas públicas que hagan viable nuestra seguridad. No hacerlo sería insensato. Sobre todo porque debilitaría nuestro crédito dentro de la Unión Europea al asumir como país una imagen egoísta o utilitaria con relación a ella. Como si solo quisiéramos lo bueno, pero no lo malo de ser europeos. Especialmente si se exigen esfuerzos colectivos. Primero, para los políticos, que deben liderarlos dando ejemplo con sus particulares renuncias. Después, para los partidos, que han de dar la cara y explicar por qué hay que hacerlo. Y, finalmente, para las sociedades, que han de echárselos a las espaldas y priorizar sus esfuerzos.
Una suma compleja que exige, de todos, mucho. Al menos si queremos que Europa sobreviva. También como very best. Por eso, hay que alinear lo que pensamos como democracia liberal comprometida con Europa, con lo que decimos y hacemos cuando se trata de preservarla. Una exigencia de autenticidad que deben ejemplificar quienes gobiernan y quienes aspiran a hacerlo. Y eso pasa por decir la verdad a los españoles y reconocer que el Viejo Continente se ha quedado solo en el mundo. Que somos los únicos dispuestos a preservar el legado de lo mejor que encarna la civilización humanista y liberal en la que se ha basado Occidente desde la Guerra Fría. Que esta es la razón por la que quieren invalidarla como ejemplo. Porque a pesar de nuestras imperfecciones, contradicciones y problemas, somos la única esperanza para el resto de la humanidad. Evidenciamos que es posible todavía en el mundo vivir en libertad, con derechos, igualdad y tolerancia entre diferentes, y bajo instituciones que están al servicio del bien común y dentro de sociedades comprometidas con la preservación del clima y la paz. Un ejemplo molesto para quienes estorban estos valores europeos al materializar sus idearios populistas y autoritarios.
Afrontamos una cita en solitario con la historia debido a la pinza geopolítica de los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin, que quieren la capitulación de Ucrania y la desaparición de Europa como actor world. Nunca desde el bloqueo soviético de Berlín en 1947 hemos vivido una prueba semejante. Por primera vez desde entonces, los europeos estamos ante la consumación de hechos que comprometen lo más profundo de nuestro ser y nos interpelan a defender a aquello que es nuestra esencia, pues “cuando los hombres malos se juntan, los buenos deben asociarse; de lo contrario caerán, uno por uno, como un sacrificio implacable y llevados por una lucha despreciable”. Una advertencia de Burke que hemos de hacer nuestra y que exige la unidad de quienes tenemos claro lo que significa Europa como civilización.
La brutalidad de Trump y Putin nos coloca ante un conflicto ethical que debemos dirimir o iremos cayendo uno tras otro, víctimas de la cobardía ethical de no darnos por aludidos cuando se obliga a Ucrania a aceptar la paz a cualquier precio. Lo sucedido en los años 30 no puede volver a repetirse. Entonces Europa se mostró dividida y cobarde al tolerar una sucesión de infamias que, luego, nos llevaron al abismo de la II Guerra Mundial. Dividida, porque hubo quienes pensaron que la mejor política period imitar a Hitler o Mussolini y aliarse con ellos, y otros, porque quisieron llegar a acuerdos con los dictadores para calmarlos. Y cobarde, porque el tactismo partidista que priorizaba el mal menor y una política democrática sin alma que anteponía el interés specific al common, fueron fácilmente derrotadas ante la fuerza irresistible del mal que desplegaron Hitler y Mussolini cuando intervinieron en la Guerra Civil española, invadieron Etiopía y se anexionaron por la fuerza Austria, Checoslovaquia y Albania.
Para no caer en los mismos errores del pasado, los europeos no podemos mostrarnos ni divididos ni cobardes. Nos hemos quedado solos, pero podemos vencer la adversidad si nos mostramos unidos y damos la espalda y repudiamos juntos a los colaboracionistas de Trump o Putin que trabajan para lograr que Europa desaparezca. Por ello, es imprescindible reclamar sentido de responsabilidad con la historia de Europa. Un compromiso de todos los demócratas con ella que ha de ser magnánimo, leal, sincero, fraterno y mutuo y que han de protagonizar políticos que estén a la altura de estas exigencias morales. Si queremos unidad frente a la amenaza exterior, no podemos mirarnos de reojo y desconfiar los unos de los otros. Para ello, necesitamos políticos que sigan el ejemplo de Churchill, que no inclinó la cabeza ante el miedo y dijo al pueblo que nadie puede arrepentirse del valor de defender aquello en lo que cree.