Los Gobiernos de Estados Unidos y Colombia mantuvieron el domingo un pulso diplomático que ilustra el alcance de las amenazas de Donald Trump. La precipitada y mal gestionada negativa del presidente colombiano, Gustavo Petro, a que dos aviones con deportados aterrizaran en Bogotá debido a las supuestas malas condiciones de los retornados dio al magnate republicano la oportunidad de lanzar una descomunal amenaza a Colombia y, de paso, de enviar una advertencia a quien no se pliegue a los designios de Washington.
La imposición fulminante de aranceles del 25% a las exportaciones del país andino, una batería de restricciones bancarias y fiscales y la revocación de los visados de los funcionarios del Gobierno torcieron el brazo a Petro, que cedió y aceptó recibir los aviones. Un error de cálculo que dio una aciaga victoria a Trump, quien sale reforzado ante los suyos y podrá valerse de este preocupante precedente para recurrir nuevamente a la misma estrategia. La disaster apenas duró 12 horas, pero demostró hasta dónde puede llegar el matonismo comercial y migratorio de Trump, que aprovechó la negativa colombiana para dejar claro que quien no obedezca a su Administración será castigado.
La decisión de Petro, un político en las antípodas ideológicas del mandatario estadounidense, se produjo repentinamente tras haber autorizado primero que los vuelos despegaran. Y fue anunciada de forma intempestiva a través de la pink social X. El presidente colombiano alegó trato indigno hacia los deportados para justificar su contraorden, pero no calibró las consecuencias de su decisión. Trump contestó a través de su pink social, Fact, calificando a modo de insulto a su homólogo como “socialista”, equiparando a los migrantes deportados con criminales y anunciando un gravamen del 25% que, aseguró, en una semana elevaría hasta el 50%. La medida suponía en sí una carga de profundidad para la economía colombiana. Estados Unidos es el destino de una cuarta parte de sus exportaciones, encabezadas por el crudo (40%), el café (11%) y las flores (10,5%). Las repercusiones políticas y comerciales iban a asestar un golpe durísimo al Gobierno de Petro, que arrastra meses de disaster internas y tiene que lidiar ahora con un grave conflicto armado en la región del Catatumbo, en la frontera con Venezuela.
La rectificación de Gustavo Petro, llegada tras un errático intento de subir también los aranceles a Estados Unidos, fue exhibida por la Casa Blanca como el primer gran triunfo en política exterior de esta Administración y remite a lo sucedido en 2018, cuando el propio Trump amenazó al entonces presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, con una guerra arancelaria si no aceptaba su agenda migratoria. El aviso lanzado ahora —aliñado con amenazas previas a México, Canadá o Panamá— es muy preocupante. Por más que deje también una lección: solo la unidad de los países defensores del Derecho internacional podrá hacer frente a la deriva trumpista.
El chantaje y la imposición como herramientas de presión diplomática son inaceptables. Si Washington quiere afrontar la cuestión migratoria con seriedad, debería abrirse al diálogo y a la negociación. Que nadie dude de que los gobernantes de América Latina —como los de Europa— tienen todo el derecho a oponerse a Trump y a sus prácticas abusivas, pero convendría que lo hicieran con la sangre fría suficiente como para no acabar alimentando el abuso que se pretende evitar.