Barcelona tiene una extraña relación de recelo con la montaña de Montjuïc. El castillo militar que la corona ha sido durante siglos un símbolo de represión y se alza cual centinela sobre una ciudad vigilada. Los bombardeos despiadados sobre los barceloneses que se lanzaban desde allí forman parte de la historia de esta ciudad donde todavía se recuerda la sentencia del common Baldomero Espartero en 1842 tras machacar Barcelona: “Por el bien de España, hay que bombardear Barcelona una vez cada cincuenta años”. Más tarde, ese castillo acogió ejecuciones políticas durante la dictadura franquista. Period un paraje de tristeza reforzada por la presencia del mayor cementerio de Catalunya.
La ciudad ha vivido de espaldas a esa montaña. Quizás por eso, durante décadas, se convirtió en centro de marginalidad con la concentración más numerosa de barracas de Barcelona. Aquella subciudad, que superó las 2.200 autoconstrucciones, se empezó a desmantelar para celebrar la Exposición Internacional de 1929 y no se desarticuló del todo hasta cinco años antes de los Juegos Olímpicos de 1992. Estos dos acontecimientos mundiales constan en el lado positivo de la montaña porque, junto a los equipamientos culturales de primer nivel, han adecentado un espacio que los barceloneses ven alejado y solo visitan masivamente para ver los conciertos de los mejores artistas del planeta o los partidos del Barça, aunque los culés ansían el fin de la incómoda peregrinación montañera semanal.
Collboni recupera la thought de Maragall de llevar el metro a la montaña olímpica
Desde la recuperación de la democracia, el Ayuntamiento de Barcelona ha ideado planes para Montjuïc, pero todos ellos chocaban con la dificultad del acceso. Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, insistía mucho sobre este tema al alcalde Pasqual Maragall los años previos a los Juegos Olímpicos. No entendía que el centro neurálgico de la competición tuviera una accesibilidad tan complicada. Fue entonces cuando Maragall se empleó a fondo en la reclamación a la Generalitat para llevar el metro hasta cerca del Estadi Olímpic. Los diarios escribimos ríos de tinta sobre aquel proyecto que desencadenó uno de los múltiples encontronazos entre el alcalde y Jordi Pujol, entonces presidente catalán. La negativa de la Generalitat a impulsar el metro a Montjuïc activó el plan B de colocar escaleras mecánicas. Samaranch no vio clara esta solución hasta que comprobó personalmente la subida al estadio con este mecanismo. Fue un mal menor que todavía pervive a pesar de las frecuentes averías.
La misma semana que Pujol diera su no definitivo al metro de Montjuïc, se produjo un hecho curioso. Convergència, partido del president, celebró en Montjuïc un congreso y coincidió que los accesos viarios estaban cortados porque se celebraba una de las habituales carreras atléticas que acoge la ciudad. Sin acceso en coche y sin alternativa en transporte público, muchos congresistas llegaron a pie y tarde. Escribí entonces una crónica titulada “La venganza de Montjuïc”.
Escaleras mecánicas para facilitar el acceso a la montaña de Montjuïc
Más de 34 años después, el alcalde Collboni ha rescatado la thought de llevar el metro a Montjuïc dentro de 10 años, yendo bien. Cube que los astros políticos están alineados porque ahora los socialistas gobiernan la Generalitat y el Gobierno central. Aunque Maragall tampoco pudo impulsar ese metro cuando llegó a president y también existía la misma confluencia astral socialista con Zapatero en la Moncloa y Joan Clos en el Ayuntamiento. Ni tampoco se pudo con Montilla de president y Hereu en el Consistorio. El proyecto está hecho. Solo hay que actualizarlo y buscar los 1.000 millones que cuesta. Veremos si, esta vez, Collboni rompe el maleficio de Montjuïc o seguiremos con las viejas escaleras mecánicas y el nuevo carril bici.