Es bueno ser rey. La frase se la hizo decir el cómico Mel Brooks a un trasunto de monarca absoluto que, sabiéndose omnipotente, temido e impune, lo mismo le metía sin permiso el hocico en el canalillo a una súbdita maciza que practicaba el tiro al pobre con los desharrapados del reino antes de que la plebe se rebelara y le cortara la cabeza en la guillotina. La película, La loca historia del mundo, de 1981, se ha quedado trasnochada por previsible, chusca y rijosa. Pero el lema pervive, por certero, en monarquías y repúblicas. Realmente, es bueno ser rey o reina. De lo que sea. De la casa, de la fiesta, del trabajo, de la tele. Te ponen las mejores piezas a tiro para que te luzcas cazándolas mientras los palmeros te cantan a coro lo guapo que eres y el tipo que tienes, sin que nadie se atreva a insinuarte que, bajo toda tu pompa y tu soberbia, se te ven las vergüenzas.