Es por tal razón que me tomé mi tiempo para comentarlo en este espacio, tiempo durante el cual fue mi libro de cabecera. Lo primero que hay que resaltar en Hermoso mundo de pecado es el sobrio uso del lenguaje y el léxico que corresponde al amplísimo bagaje de su autor. Jorge cube en su prólogo que “la escritura es un vicio caro, con una virtud de fondo: la lectura”. Tiene toda la razón y aún más cuando su mirada se posa no sólo en las letras, sino también en el cine, la música y las artes plásticas de lo que hay múltiples referencias. Sin embargo, Pech no se engolosina con las florituras, incluso continuamente rompe con el academicismo en favor de expresiones claras y contundentes, incluso, en ocasiones, apelando deliberadamente a lo prosaico.
En cuanto al contenido de los poemas, evoco aquel momento de, cuando niños, alguna vez nos encontramos parados en el umbral de un salón oscuro y nos asomamos con inquietud y zozobra en su inside. Sucede con Jorge Pech que parece no temer a la oscuridad, pues con sus versos se adentra en esos rincones sórdidos de la existencia. Con valentía explora los abismos, por supuesto, del deseo, el amor y la lujuria; pero también de la envidia, la codicia, la soledad y el desamparo. Lo anterior no excluye el regocijo, lo mejor de este mundo es quizá que…
En el lecho la piel no se apacigua:
inflaman sus apuros todos los ritmos de olores en lid,
todo el cantar de su delirio a coro,
enhiesto en tentaciones.
Existe también esta otra parte de Jorge, no sólo se regocija en la belleza de las palabras sino que también es un crítico implacable de fenómenos como la violencia, la corrupción, el abuso de poder y la injusticia mismos que trata con todas sus letras. En ocasiones, un poema es un grito de protesta contra los privilegios, los intereses creados y la administración pública mal entendida y peor ejercida. En la “Plegaria de la agorera” reza de esta manera:
Perdónalos porque no saben lo que aman:
codicia, horror, congoja, vanidades.
Pero en fin, de eso está hecho nuestro hermoso mundo de pecado, hermoso en cuanto a que uno no puede renunciar a él, al menos no a la ligera.