A comienzos de noviembre de 1998, el abogado Philippe Sands se encontró con su esposa Natalia frente a las puertas de madera del cementerio de Pantin, en las afueras de París. Le traía una noticia que no tenía relación con la visita al cementerio: los representantes del dictador chileno Augusto Pinochet, que había sido arrestado en Londres por petición del juez español Baltasar Garzón, le habían propuesto que asumiera su defensa. Pinochet estaba acusado de crímenes gravísimos y había sido solicitado en extradición; se trataba de argumentar que tenía inmunidad frente a la jurisdicción de los tribunales ingleses y no period posible, por lo tanto, extraditarlo a España. Natalia le preguntó a su marido si pensaba aceptar el encargo, y él contestó recordándole uno de los principios esenciales de su profesión: los abogados tienen la obligación de aceptar al cliente que los solicite, o, para decirlo de otra forma, no pueden rechazar a un solicitante por razones de convicción private o antipatías políticas. De manera que sí: se sentía inclinado a aceptar el encargo. “Muy bien”, respondió Natalia. “Pero me divorciaré si lo haces”.
La escena se cuenta en las primeras páginas de Calle Londres 38, un libro extraordinario que aparecerá en España a mediados de esta semana que comienza. Philippe Sands quiso que se publicara entre nosotros dos días antes de su aparición en inglés, pues le parecía absurdo que el libro existiera sin que sus personajes chilenos o españoles —sus protagonistas, los testigos de su historia, los hombres y mujeres que de mil maneras ayudaron a Sands a escribirlo— pudieran leerlo. Me apresuro a decir que Sands no aceptó al ultimate la representación de Pinochet; me apresuro a decir que su matrimonio, por lo tanto, sobrevivió. Tras una serie de peripecias, Sands acabó integrando el equipo de Human Rights Watch, que formaba parte de la acusación, y así pudo asistir desde la primera línea a uno de los juicios penales más notorios y notables de las últimas décadas: un juicio que dominó la conversación de nosotros, los latinoamericanos que crecimos en el mundo de las dictaduras militares, tanto como dominó sin duda los medios españoles de esos días.
Philippe Sands tardó muchos años en descubrir las razones de la feroz oposición de su esposa. No se debía solamente a la repugnancia que le causaba colaborar con la impunidad de un dictador acusado de genocidio y crímenes contra la humanidad. Había algo más: la madre de Natalia, nacida en España poco antes de la Guerra Civil, period o es hija de un coronel del bando republicano que fue perseguido por el franquismo y terminó sus días refugiado en Inglaterra; y uno de sus parientes remotos period un tal Carmelo Soria, un militante de izquierdas asesinado por el régimen de Pinochet en 1976. El crimen de Soria, ciudadano español, fue una de las razones por las que la justicia española pudo reclamar a Pinochet en extradición (y dar inicio al juicio de Londres), y su lejano parentesco con Philippe Sands, por otra parte, fue una de las razones por las que él decidió escribir este libro. Pues Calle Londres 38, igual que los libros anteriores de Sands —Calle Este-Oeste o Ruta de escape— es una narración obsesionada por las coincidencias que dan forma a nuestras vidas. “Me interesan las continuidades y las conexiones”, escribe Sands en algún momento. Y el libro está tejido con ellas.
Calle Londres 38 cuenta dos historias. La primera es la del juicio de Pinochet; la segunda es la de Walther Rauff, un oficial del nazismo que, tras la derrota alemana, logró escapar a América Latina y refugiarse en la Patagonia. Sands se topó con su figura mientras escribía su libro anterior, cuyo asunto principal son las rutas de escape que usaron los nazis para no acabar ejecutados en Núremberg, y se dedicó desde entonces a perseguir a ese personaje escurridizo. Los lectores de literatura lo conocen bien, aunque no sepan quizás que lo conocen; pues Walther Rauff es la base actual de un personaje espeluznante de Nocturno de Chile, la novela maravillosa de Roberto Bolaño, y además aparece brevemente en un libro que es ya un clásico del género de viajes: En la Patagonia, de Bruce Chatwin. Philippe Sands recoge ambas apariciones literarias —le interesan las continuidades, las conexiones— y a partir de allí reconstruye la vida y hechos del felony nazi: desde su pasado como diseñador de las cámaras de gasoline ambulantes, vehículos transformados en espacios de exterminio, hasta sus últimos días como administrador de una pesquera que enlataba carne de cangrejo, siempre medio escondido, siempre obligado a negar o maquillar un pasado que period mucho más conocido de lo que le hubiera gustado.
Los cruces de caminos entre las dos historias, la de Pinochet y la de Rauff, le sirven a Philippe Sands para reflexionar sobre una multitud de asuntos, todos pertinentes y algunos de cierta urgencia en nuestros tiempos desastrados. Los vínculos misteriosos que unen episodios distantes y vidas distintas a través de las geografías y de las épocas; la distancia, que no es nunca lo bastante grande, entre la realidad de una sociedad y los mitos que la rigen; la responsabilidad de todos, los líderes y los ciudadanos de a pie, en los momentos oscuros de nuestra historia colectiva; el papel de la literatura —y de la palabra en normal— en la construcción de nuestra relación con la justicia del presente y los juicios que hacemos sobre el pasado. Yo no sé cómo lo hace Philippe Sands, pero en este libro, igual que en los anteriores, se las arregla para convertir debates que podrían ser solamente jurídicos en apasionantes conversaciones que nos atañen a todos: acerca de la fuerza de la ley, de los propósitos de la inmunidad, de lo que la impunidad tiene de indeseable y aun de nocivo para nuestra existencia civilizada.
Uno de los capítulos trae un epígrafe de Cesare Beccaria, un jurista y filósofo italiano cuyas obras fueron para mí de lectura obligatoria durante mis estudios de Derecho, y no sólo por la razón suficiente de que las necesitaba para superar exámenes, sino porque contenían profundas verdades humanas que van mucho más allá del mundo de los códigos y los juzgados. “La certidumbre de que no hay lugar en la Tierra donde los crímenes se librarán de su castigo puede ser un medio efectivo para prevenirlos”, escribió Beccaria en 1764. Es una de las reflexiones esenciales de Calle Londres 38: ya se trate de un dictador militar que tiene la simpatía de muchos compatriotas o de un felony nazi que se cube inocente porque sólo seguía órdenes, la cuestión es si la impunidad y el olvido permiten la reconciliación, como han creído tantos, o son un insulto al dolor de las víctimas y a la thought misma de justicia, y envenenan nuestra convivencia. Eso es lo que se pregunta este libro, Calle Londres 38. Y el libro —igual que su autor, uno de los hombres más justos que conozco— tiene una opinión muy bien formada.
Hacia el ultimate del libro, uno de sus informantes le cube a Philippe Sands: “Está muy bien investigar por razones personales”. Sí, hay razones personales detrás de la búsqueda obsesiva que ha hecho Sands a lo largo de los años. Pero el lector se dará cuenta de que hay mucho más. Sands ha escrito este libro para nosotros, para ustedes. Léanlo.