Cada año se notifican en la UE unos 300.000 nuevos diagnósticos de infecciones de transmisión sexual (ITS) bacterianas. En España, las ITS no paran de crecer. Al mismo tiempo que ha caído la circulación del VIH, otras enfermedades como la gonorrea, la sífilis o la clamidiosis llevan más de una década subiendo sin que las autoridades sanitarias sepan cómo atajarlas. Más facilidad para tener relaciones y menos miedo al sida son algunas de las explicaciones detrás de esta explosión, sobre todo entre los más jóvenes, que se enfrentan a edades muy tempranas a la distorsión que es la pornografía. Dos expertas en la materia, Catalina Perazzo Aragoneses, directora de Incidencia Social y Política de la ONG Save the Youngsters, y aportan sus propuestas para ofrecer una educación sexual y afectiva de calidad.
Competir con web
Catalina Perazzo Aragoneses
Niños y niñas, víctimas de casi la mitad de los delitos contra la libertad sexual. Casos de violencia sexual contra adolescentes. Aumento de infecciones de transmisión sexual (ITS). Todas estas son las consecuencias de las que las personas expertas alertan desde hace tiempo: la falta de una educación afectivo-sexual adecuada y adaptada por edades.
Según una investigación de Save the Youngsters, solo el 8,3% de los adolescentes entre 15 y 17 años ha recibido educación sexual de calidad. Y es que la educación que reciben, cuando la hay, se enfoca mayoritariamente en aspectos biológicos, dejando de lado temas cruciales como el consentimiento, el respeto mutuo o las emociones vinculadas a las relaciones. Y sin haber aprendido estos últimos conceptos, fundamentales para un desarrollo de una personalidad crítica y para la construcción de la autoestima, se enfrentan a la desinformación y distorsión que es la pornografía. Incluso el 30% la señala como su única fuente de información sobre sexualidad. Ahí resuelven sus dudas, sin referentes adultos o educativos sólidos, buscan respuestas en un contenido accesible y gratuito, plagado de estereotipos de género, desequilibrios de poder e incluso violencia. La misma investigación señalaba que el 68% de adolescentes en España ha accedido a pornografía antes de los 14 años y que el 52,1% de quienes la consumen frecuentemente indican que lo que ven influye mucho o bastante en sus relaciones sexuales. Muchos consideran que son conductas realistas y aceptables, lo que a menudo lleva a la réplica de prácticas de riesgo, tales como la no utilización de preservativos o el consentimiento ambiguo o ausente. Solo el 40% de los adolescentes sexualmente activos usa siempre preservativos, según datos del Ministerio de Sanidad, lo que incrementa significativamente el riesgo de contraer ITS. De hecho, en 2020, los casos de sífilis y gonorrea aumentaron en adolescentes un 20% en España, una tendencia que continúa en alza. Y es que no debemos olvidar que en la adolescencia nos creemos invencibles y el sentido del riesgo se relaja, es un ensayo y error constante. Por eso es necesario acompañar e informar adecuadamente frente a la desinformación sexual que encuentran.
Pero los efectos no acaban ahí, muchos adolescentes experimentan presión para cumplir con las expectativas irreales que ven en estos contenidos. Presiones que son distintas para ellas que para ellos. Las chicas, en specific, reportan sentir presión para actuar de manera sumisa o complaciente, a la vez que se ven expuestas a la hipersexualización y la cosificación, así como a la exigencia respecto al atractivo. En cambio, los chicos se ven empujados a demostrar un rol dominante, sin tener en cuenta los deseos y emociones de sus parejas. Se les presupone una mayor libertad para explorar su sexualidad en el marco de la llamada virilidad y la masculinidad tradicional. Estas expectativas generan ansiedad, inseguridad y una distorsión en la manera en que los adolescentes entienden el afecto, la intimidad y las relaciones saludables. Sin un marco educativo que aborde estos temas, enfrentan el riesgo de tener relaciones basadas en la coerción y la falta de respeto, en lugar de en el consentimiento y la reciprocidad. Todo ello en una etapa compleja en la vida que culmina con la formación de la identidad, incluida la sexualidad.
Ante todas las preguntas que se components la adolescencia, la solución no puede ser la pornografía. Por muy difícil que parezca afrontar el tabú del sexo, la respuesta es fácil: educación afectivo-sexual. Más allá de la anatomía: emociones, consentimiento e igualdad. Herramientas para analizar críticamente los contenidos a los que se exponen, tomar decisiones informadas y seguras sobre su sexualidad, y desarrollar relaciones basadas en el respeto y la comunicación. Agarrémonos a un último dato de la investigación, que nos sirve de objetivo, excusa y obligación al mismo tiempo: un 49,6% de adolescentes querrían tener más información de la que tienen sobre sexualidad. La necesitan, la quieren. Démosela. Para prevenir, detectar y reaccionar.
Una ley que no siempre se cumple
Raquel Hurtado López
No hay un retroceso de la educación sexual en España, pero sí resistencias y nuevas realidades con las que la educación sexual convive y que debe abordar, así como un estancamiento en su aplicación. Si miramos atrás, y no hace tanto, vemos que ahora la educación sexual está en las agendas públicas, cada vez más familias entienden su importancia, es objeto de formación académica y profesional y muchos centros educativos —especialmente los públicos — la contemplan. Además, se recoge en la ley de salud sexual y reproductiva y desde 1990 se incluye de alguna manera en las leyes de educación (salvo en algún periodo concreto). En la ley vigente se establece como un contenido transversal en todas las etapas educativas. Es indudable que las personas más jóvenes saben ahora mucho más que hace tan solo unas décadas cómo son y cómo funcionan sus cuerpos; tienen más información sobre las infecciones de transmisión sexual (ITS) y cómo prevenirlas; han adquirido herramientas para poner límites en sus prácticas sexuales y para comunicar sus deseos; viven la diversidad sexual de forma mucho más normalizada y abordan su sexualidad con menos tabúes y más búsqueda del bienestar. En muchos centros educativos se aborda la prevención de la violencia sexual y el respeto a las diferentes orientaciones e identidades sexuales, y en muchas clases se habla de consentimiento.
Ahora bien. El oscurantismo de décadas sobre todo lo que tuviera que ver con la sexualidad sigue operando y obstaculizando que todas las niñas y niños puedan recibir formación adecuada a cada edad que les haga “la vida en relación” mucho más positiva y alejada de violencias y de futuros problemas en su vida adulta. La mayoría de centros limitan la educación sexual a una charla que suele centrarse en la prevención de riesgos, y en los centros concertados y privados apenas existe.
En diversas comunidades autónomas tampoco se aplica la ley por decisión de sus gobiernos, sin que eso tenga consecuencias. El Gobierno central, por su parte, no termina de aclarar qué es la transversalidad de la educación sexual, lo que hace que quede en manos de los propios centros hacer un par de talleres al año, tutorías o charlas del departamento de orientación, o en manos del profesorado más concienciado, al que sigue sin ofrecerse formación específica. Cuando los medios lanzan tantas alertas sobre el aumento de las ITS o de actitudes machistas entre personas jóvenes, quizá habría que volver más la cabeza a la falta de desarrollo actual de la educación sexual, que no es solo saber ponerse un condón sino también tener las herramientas para negociar los encuentros y lo que pasa en ellos, y para aprender a desaprender los estereotipos y roles dañinos.
A esto hay que añadir que la educación sexual no es solo lo que pasa en un aula, también es la que se da en casa (con nuestras actitudes y comportamientos educamos a nuestras hijas e hijos sobre sexualidad) y la que corre por web. Y esa sí que corre rápido. Si estamos de acuerdo en que los y las preadolescentes y adolescentes pasan varias horas al día enganchadas a las redes, podemos imaginarnos la cantidad de información sobre sexualidad que reciben. Una información que unas veces buscan y otras veces encuentran sin buscar.
A veces es información fiable, que sexólogas, ONG especializadas e instituciones educativas difunden. Pero son apenas unas olas en un mar de información. Las personas jóvenes reciben mucha información impregnada de mitos, tabúes y, también, mentiras intencionadas. Ahora que se debate sobre la regulación de los contenidos en web, hay que abordar la información falsa que difunden grupos de presión que están en contra de dicha educación y que mienten acerca de lo que pasa en las sesiones de educación sexual, al igual que sobre el feminismo o la igualdad de género. Se dicen tantas barbaridades que a veces en las aulas, cuando las chavalas y chavales ven de qué va la cosa en realidad vemos caras de decepción porque se esperaban algo mucho más excitante. Así que no hay un retroceso de la educación sexual, pero tampoco se está abordando con la seriedad que niñas, niños y adolescentes necesitan.