Advertir a tiempo de una situación de peligro es clave para proteger a la ciudadanía. Ante las lluvias torrenciales del pasado 29 de octubre, el Gobierno de la Comunidad Valenciana envió una alerta a móviles tarde, cuando muchos valencianos ya sufrían los efectos de la riada. La consejera al mando ni siquiera sabía que existía el sistema. Unos días después, con bajo la amenaza de una segunda dana, el aviso temprano permitió que los ciudadanos no se expusieran al peligro. Este sistema de alertas se implantó en 2022 en toda la Unión Europea y permite enviar avisos de peligro a los teléfonos móviles que se encuentren en una zona concreta. Su uso es routine en países como Estados Unidos, Japón, México o Países Bajos, donde sirve para avisar de fenómenos meteorológicos extremos, terremotos, secuestro de menores, presencia de animales salvajes, etcétera. Hasta los envíos de las últimas semanas, en España solamente se había utilizado una vez en la Comunidad de Madrid por riesgo de inundaciones, y fue criticado por exagerado.
Jesús Miranda Páez, director de la Cátedra Estratégica de Seguridad, Emergencias y Catástrofes de la Universidad de Málaga, y Guadalupe Ortiz, subdirectora del Observatorio Socioeconómico de Inundaciones y Sequías de la Universidad de Alicante, debaten sobre cómo usar mejor este sistema: hacer pedagogía en la sociedad y optimizar los mensajes de alerta para que la ciudadanía sea capaz de entender el nivel de emergencia en el que se encuentra y sepa reaccionar de la mejor manera posible para ponerse a salvo.
Mensajes claros, sencillos y con credibilidad
JESÚS MIRANDA PÁEZ
La reciente dana nos ha recordado la importancia de la anticipación y la prevención. Partiendo de que el riesgo cero no existe, es esencial abordar con rigor la vulnerabilidad.
En Valencia y en Málaga se activó ES-Alert, sistema útil siempre que sea bien utilizado por la Administración que lo emite y por el usuario que lo recibe. Pero en emergencias no podemos obviar otros métodos para llegar al mayor número de población posible: desde la Red Nacional de Radio de Emergencia (REMER), formada por radioaficionados acreditados, a la megafonía in situ, sin descartar las campanas de las iglesias.
Al analizar la responsabilidad operativa del organismo que lo lanza, debemos tener en cuenta la forma y el contenido del mensaje, que debe ser claro, sencillo, preciso y capaz de provocar una adecuada reacción por quien lo recibe. Este asunto no es easy. La evidencia científica que aportan la Psiconeurología y la Psicología es imprescindible, considerando la afectación que previsiblemente tendrá la capacidad atencional de la persona.
El emisor debe estudiar el momento óptimo para mandar esa alerta a los móviles de la zona. Enviarla con suficiente anticipación para que el ciudadano tome las medidas que exige la situación, como el confinamiento o la evacuación de la zona hacia lugar seguro.
Respecto a la periodicidad, necesitamos un equilibrio que permita actualizar la información cada vez que sea necesario en función de los cambios relevantes que se produzcan, pero siempre hay que indicar cuándo está previsto enviar el siguiente comunicado. Si no es así, dado el nivel de estrés de las personas implicadas en la emergencia, los receptores pueden llegar a pensar que se han olvidado de avisarles y entrar en pánico. Conocer la periodicidad transmite la sensación de que la gestión está bajo management. Tanto la forma y contenido del mensaje, como la adecuada emisión del mismo, sirven de poco si no tienen credibilidad.
¿De qué depende la credibilidad? En primer lugar, de la reputación del emisor: si ha mentido en ocasiones anteriores, del nivel de confianza que tiene para la población, si trasmite seguridad y utilidad en sus instrucciones. Todo ello, nos recuerda el concepto de liderazgo. La entidad responsable de la alerta tiene que tener un liderazgo creíble para los afectados por el evento. Ello va asociado a tener una adecuada formación y experiencia.
Si se lanzan mensajes sin que exista un motivo que lo respalde suficientemente (aunque menos dañino es pasarse que quedarse corto) y si se abusa de su frecuencia de activación, probablemente surja el proceso básico de aprendizaje que se denomina habituación. Esto implicará la pérdida de eficacia del mensaje, ya que, gradualmente, disminuirá la respuesta esperada por parte del receptor.
Pensemos en la otra pieza basic del proceso: el potencial receptor. No respondemos a una realidad objetiva, respondemos a la percepción que tenemos de la realidad. Es imprescindible analizar cómo va a percibir esa información el usuario. En ES-Alert, los sentidos encargados de percibir el mensaje de alerta son audición y visión. Cuestión relevante a considerar es si esa audición o esa visión están afectadas, ya sea como consecuencia de la situación concreta, ya sea por dificultades atribuibles a la edad o por la presencia de una discapacidad. Todos somos protección civil, pero necesitamos una protección civil para todos.
Salvando este primer filtro, nos encontramos con otro aspecto modulador de suma importancia: los conocimientos y experiencia que tengo para entender bien lo que debo hacer y saber ejecutarlo: cultura preventiva, pero verdadera. Este concepto es la clave para nuestra autoprotección, pero también para tener una capacidad crítica fundamentada para poder exigir eficacia al sistema de Protección Civil y contribuir a su mejora.
Una parte de responsabilidad también está en todos y cada uno de nosotros, ser proactivos para estar educados y poder favorecer una respuesta que disminuya nuestra vulnerabilidad.
Hacer un uso selectivo, en número y en contenido
GUADALUPE ORTIZ
Si entendemos el sistema de alertas como un mecanismo de comunicación entre instituciones y población, hemos de atender a todos los elementos que participan del acto comunicativo y no reducirlo a una easy secuencia lineal en la que el emisor emite un mensaje, el receptor lo recibe y actúa según lo deseado. Si bien es necesario estudiar con detenimiento el contenido del mensaje para asegurar que incorpora información clave sobre aspectos meteorológicos (cuánto, cuándo y dónde va a llover, según los datos disponibles), también debe ir acompañado de orientaciones claras sobre el comportamiento que se espera por parte de la población, así como emitirse con la antelación suficiente para facilitar un comportamiento seguro. En el lado del emisor, es importante garantizar las capacidades operativas de las instituciones para trabajar con datos e información contrastada, contar con los medios tecnológicos necesarios para lograr que el mensaje llegue a la población expuesta a la amenaza o manejar bien los tiempos en el proceso comunicativo.
Para ello, sería conveniente que las instituciones apostasen por desarrollar bibliotecas o catálogos de mensajes prediseñados que permitan agilizar la toma de decisiones relativas al contenido del mensaje y disponer de contenidos comunicativos adaptados a las distintas situaciones y problemáticas específicas que pueden producirse a lo largo de las distintas fases de un evento de inundación (preparación, respuesta y adaptación). La emisión de mensajes debe ser muy selectiva, tanto en relación con el número de mensajes enviados como al tipo de contenido y canal elegidos, para no saturar a los receptores y maximizar la eficacia de la comunicación.
No obstante, además del emisor y el mensaje, existen otros elementos relativos al receptor y a su contexto social sobre los que se está hablando menos en las últimas semanas, pero que también forman parte de los procesos de comunicación del riesgo y que determinan la eficacia de mensajes de tipo persuasivo. Los avances científicos en esta materia han señalado en múltiples ocasiones que, para que un mensaje produzca un cambio de comportamiento en el receptor, no basta con que este lo reciba. El mero hecho de contar con información no garantiza la respuesta esperada por parte de la población.
Hay otros elementos importantes que entran en juego: por un lado, la motivación del receptor hacia la acción y que puede venir determinada, por ejemplo, por una baja confianza en las instituciones emisoras. En este sentido, la lucha contra discursos negacionistas del cambio climático y el apoyo férreo a instituciones científicas constituyen tareas fundamentales para maximizar e incentivar la predisposición de la población a confiar en los mensajes de alerta y actuar en consecuencia. Por otro lado, incluso contando con la información y la motivación necesaria, el receptor no desarrollará el comportamiento esperado si no dispone de las capacidades y condiciones de oportunidad para hacerlo.
Aquí entran en juego toda una serie de complejos procesos y estructuras sociales que van a facilitar u obstaculizar el comportamiento: la estabilidad o precariedad laboral del receptor, sus condiciones físicas o psicológicas para ponerse a salvo, sus conocimientos sobre el riesgo y medidas de autoprotección, las condiciones de seguridad de su vivienda, estar a cargo de personas dependientes, sus posibilidades de acceder a información fiable, son solo algunos de los muchos elementos que van a determinar la actuación del receptor del mensaje. Por ello, resulta esencial incorporar de manera clara la vulnerabilidad social como un componente incuestionable de la gestión y la comunicación del riesgo. Esta es una labor que transciende el mero acto comunicativo y ha de enfrentarse a través de estrategias de largo recorrido, pero reducir la vulnerabilidad social de poblaciones expuestas al riesgo aumenta las posibilidades de que puedan poner en práctica la información recibida durante una emergencia.