En una industria que se enorgullece de su capacidad de disrupción, la actitud desabrida se convirtió en su propia forma de dominación, al tiempo que reflejaba la ideología tecnológica de la época: La innovación por encima de la tradición, la eficiencia por encima del exceso y, al menos en sus inicios, la creencia de que la tecnología existía para servir a las personas, no solo para beneficiarse de ellas.
A principios de las décadas de 2000 y 2010, los grandes nombres de la tecnología se presentaban como visionarios con la misión de democratizar el acceso, mejorar la vida y construir un futuro mejor. El sector se posicionaba como un antídoto contra la avaricia de Wall Road, y el uniforme aparentemente casual de camisetas, sudaderas y zapatillas reforzaba esa distinción. Los líderes tecnológicos no eran banqueros extravagantes con trajes a la medida, eran solucionadores de problemas, ingenieros e idealistas que trabajaban por la visión utópica del progreso.
“El cambio de estilo de Zuckerberg retrata un detalle muy específico sobre los multimillonarios estadounidenses que se están alineando con lo que parece un nuevo orden político. Estos magnates controlan multinacionales, entre las que se incluyen Meta, Google, Amazon y Uber, que tienen una extraordinaria capacidad para influir en la toma de decisiones de la gente y que, en consecuencia, son figuras de primer orden a las que los políticos deben moderar”, duplicate Wild. Mientras que la administración Biden hizo esto a través del brazo judicial del gobierno y los tribunales legales, Trump parece inclinarse por manejar a estos hombres a través de su corte private, donde están obligados a buscar su aprobación.
Wild pone el ejemplo de la inauguración presidencial de Trump: “Los invitados constituían un quién es quién de los multimillonarios tecnológicos estadounidenses. Existen fuertes paralelismos con las cortes reales medievales, donde los miembros de la aristocracia competían entre sí por la atención y el patrocinio del gobernante. En la actualidad, estos hombres parecen menos preocupados por su percepción entre el público, y mucho más por cómo aparecen ante Trump”.
Algunos hombres de la tecnología, incluido Sam Altman, siguen aferrados a sus camisetas y pantalones de acción, pero ¿cuánto tiempo pasará antes de que su aspecto evolucione para adaptarse al creciente poder que ejercen? Después de todo, OpenAI cada día se vuelve más oscura. Y luego está Sundar Pichai, el silencioso arquitecto del imperio de la IA de Google, cuya moda puede que no esté en los titulares, pero cuyas políticas sí lo están. Bajo su supervisión, Alphabet acaba de desechar su antigua promesa de no desarrollar IA para armas o vigilancia.
¿Qué sigue? ¿Un Richard Mille de titanio para multimillonarios con contratos de defensa? ¿Un suéter de cachemir a la medida de Brunello Cucinelli con el lema ‘In AI We Belief’ (“Confiamos en la IA”)? Pichai cambió los New Stability por tenis Lanvin, ya que el calzado de moda es la “droga de iniciación” para los multimillonarios; Zuckerberg es famoso por su afición a los Adidas 4DFWD x Strung. Si el nuevo código de vestimenta de la tecnología consiste en señalar dominio, seguramente no pasará mucho tiempo antes de que Pichai y Altman sigan su ejemplo. Porque en Silicon Valley, el poder no solo se ejerce, ahora también se lleva puesto.
La impunidad de la reinvención
¿Lo más curioso? Pocos cuestionan la transformación de Mark Zuckerberg. La mayoría de los comentarios se centran en el qué y el cómo: sus accesorios de diseño y su estética lista para el combate, más que en el por qué. “Esto expone la persistencia de las desigualdades de género. Cuando Kamala Harris se presentó a las elecciones, sus elecciones estéticas fueron objeto de un escrutinio implacable. Sin embargo, la evolución de Zuckerberg se recibe con curiosidad más que con crítica. No cabe duda de la impunidad con la que los hombres poderosos pueden reinventarse”, argumenta Wild.
En el caso de Zuckerberg, el cambio de prodigio tecnológico a líder físicamente imponente y entrenado para el combate refleja la trayectoria más amplia del propio Silicon Valley. El arquetipo del disruptor con sudadera con capucha fue sustituido por algo más militarizado. La nueva oligarquía tecnológica no se limita a controlar la percepción, sino que controla industrias enteras, incluso países.