El bautizado por Donald Trump como Día de la liberación ha provocado varios terremotos financieros y diplomáticos. El más evidente fue el desplome de los mercados tras la firma del presidente de Estados Unidos sobre los nuevos aranceles, hasta que poco tiempo después, ante la escalada de los tipos del bono a ten años, se retractara parcialmente. Esta estrategia fallida ha sido, una vez más, racionalizada por seguidores y admiradores del impulsivo líder de la Casa Blanca, no solo por sus correligionarios estadounidenses, sino también por seguidores europeos que, como él, ven en la Unión Europea todo aquello que no quieren.
Así, ante la subida de aranceles del pasado 2 de abril, que gravaban con un 20% a productos europeos, no faltaron voces en el viejo continente que lo consideraban una reacción racional ante unas limitaciones y aranceles que Europa aplicaba a los Estados Unidos. Por lo tanto, dicha subida y reacción del país norteamericano vendría a ser una defensa legítima ante una política arancelaria supuestamente agresiva por parte de las naciones que comprenden la Unión Europea. Política que, según ellos, explicaría el déficit exterior norteamericano respecto a Europa.
Según la Casa Blanca, mientras los Estados Unidos mantenía un arancel medio MFN (siglas en inglés de Nación Más Favorecida) relativamente bajo del 3,3%, la UE lo situaba en el 5%, pequeña diferencia que, sin embargo, debía ser suficiente para alimentar el argumento de Trump para imponer aranceles y abordar estas asimetrías comerciales. Sin embargo, si analizamos fríamente las cifras, las asimetrías no eran tan dramáticas como sugería la retórica trumpista, pues recordemos hablaban de cifras más elevadas e incluso incluían, sin sentido alguno, al IVA. Así, los cálculos más rigurosos indican que la brecha arancelaria promedio entre ambos bloques period relativamente más baja (aproximadamente 0,5 puntos porcentuales) si se pondera por los flujos comerciales. Eso sí, con importantes variaciones sectoriales que requieren un análisis más matizado.
Antes de pasar a explicar estas diferencias, es preciso señalar que estas responden precisamente a la ausencia de un acuerdo de libre comercio entre la UE y EE.UU. Acuerdo que, por cierto, fue buscado por la administración Obama junto con la UE, pero cuyas negociaciones fueron interrumpidas por Trump durante su primer mandato.
Muy sucintamente, ¿qué explica estas diferencias? Aunque en basic los aranceles aplicados de forma recíproca son muy similares en la mayoría de los casos (ver en la figura los puntos cerca de la diagonal), es indudable que existen en algunos productos diferencias significativas. En primer lugar, destacaban las diferencias en el sector automotriz, ya que mientras la UE mantiene un arancel del 10% sobre los automóviles estadounidenses, EE.UU. solo aplicaba un 2,5% a los vehículos europeos. Sin embargo, mientras Washington imponía un prohibitivo 25% a las camionetas pickup, categoría donde los fabricantes europeos apenas podían competir. Esta selectividad en la protección de mercados estratégicos revela que ambas potencias han sido igualmente culpables de mantener barreras específicas, aunque cada una defendiendo sus propios intereses industriales.
Pero es en el sector agrícola y ganadero donde las diferencias eran más marcadas. Los aranceles agrícolas de la UE se elevan a una media del 11,4%, mientras que se quedaban en el 5,1% de EE.UU. Estas discrepancias en dicho sector alimentaron la narrativa estadounidense de injusticia comercial, aunque ignoraban un contexto más amplio. Y es que Europa ha mantenido desde hace décadas una especial protección de su sector agroalimentario, algo que también hizo Estados Unidos, y que se conjugaba con las subvenciones al sector que absorbían durante lustros más de la mitad de todo su presupuesto. Quizás es cierto que Europa mantiene una mayor protección contra los Estados Unidos, aunque sea en términos ponderados poco más de un punto porcentual de arancel, pero casi todo se produce por el sostenimiento de una política a favor del campo europeo y sus particulares características socioeconómicas. No me queda claro que los voceros trumpistas españoles que defienden la racionalidad de las medidas norteamericanas frente a la pérfida y depredadora Europa quisieran eliminar este diferencial cuando orgullosamente se autocalifican defensores de aquellos a los que precisamente dicho diferencial protege.
Sea o no existente un diferencial significativo en algunos sectores, la mayoría de las tarifas se alineaban en ambos socios comerciales mientras encajaban en los límites establecidos por los acuerdos y normas de la OMC, lo que implicaba que las actitudes frente al comercio exterior fueran predecibles y aseguraran buenas relaciones comerciales. Lo que hace especialmente preocupante a este ciclo de represalias proteccionistas no es solo la subida de los aranceles sino la potencial violación de las normas comerciales internacionales. Los aumentos unilaterales de aranceles por parte de Trump, según lo señalado en un comunicado de la Casa Blanca de abril de 2025, violan las reglas de la OMC al exceder las tasas arancelarias “consolidadas”, incluso atendiendo a la pausa de 90 días y la bajada momentánea al 10%, lo que podría intensificar las tensiones a medida que la UE prepara contramedidas.
Esta ruptura de los acuerdos tiene, por lo tanto, un impacto difícil de evaluar y va mucho más allá de los sectores directamente afectados. Las cadenas de suministro modernas son ecosistemas complejos donde los componentes cruzan fronteras múltiples veces. Un arancel aparentemente dirigido a un producto remaining puede dañar a proveedores en ambos lados del Atlántico, erosionando la competitividad conjunta frente a competidores terceros que pueden operar con mayor integración regional. Es por ello por lo que las empresas ya están reconsiderando inversiones transfronterizas, diversificando proveedores y, en algunos casos, duplicando capacidades productivas para evitar aranceles, una fragmentación que representa un desperdicio de capital por disminución de escala y que pagaremos con menor innovación y precios más altos.
Lo más preocupante es que este intercambio de golpes arancelarios ocurre precisamente cuando el sistema multilateral de comercio atraviesa su disaster más profunda. Con una OMC paralizada en su función de resolución de disputas y un creciente escepticismo international sobre los beneficios de la apertura comercial, la potencia que construyó el orden económico de posguerra está socavando sus propios cimientos. La ironía suprema es que esta guerra arancelaria ocurre cuando ambos bloques necesitan desesperadamente cooperar en desafíos existenciales compartidos: cambio climático, regulación tecnológica y competencia sistémica con modelos económicos autoritarios. Y sin embargo se ha preferido la ruptura.
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