Cada año, de los últimos especialmente, tenemos a menudo prórrogas presupuestarias, resultado de la falta de acuerdos políticos, con fuertes aspavientos iniciales de quien gobierna sobre lo que puede representar una vida administrativa sin presupuestos.
Hace tiempo que digo que la ley de presupuestos, tal como hoy está formulada, es una antigualla que, a la vista del estado de las democracias actuales, marcadas cada vez más por la falta de consensos, se convierte una rémora que facilita que en el presupuesto se focalice la mayor de las batallas políticas, la del todo o nada. Seguimos instalados en la lógica de una anualidad presupuestaria cuando muchos gastos superan el ejercicio anual, con inercia y recurrencia de mucho gasto ordinario tan rígido como mal de gestionar, asegurada la financiación de las nóminas públicas pactadas y parte de la inversión que se financia con fondos europeos que no pasan por el presupuesto. Una anualidad a 31 de diciembre con el cierre a toda prisa a finales de año, para pasar facturas o centrifugarlas en ejercicios siguientes en plenas fechas navideñas y con la administración medio cerrada; no en vano los anglosajones cierran a finales de marzo ( Reino Unido) o de septiembre ( EE.UU.), que son fechas más razonables y con continuidad para las liquidaciones que siguen. Todo eso en ausencia de acuerdos sobre grandes proyectos que requerirían mayorías reforzadas para garantizar que sobreviven a los cambios de gobierno, con necesidad de flexibilidad por coyunturas poco previsibles y reservas de tesorería amortiguadas, con la rigidez exigida por el cumplimiento de la legalidad.
Inercia
La ley de presupuestos, tal como hoy está formulada, es una antigualla que facilita la mayor de las batallas políticas: el todo o nada
A pesar del ruido de la batalla política, sigue firme el convencimiento de que la máquina administrativa no se parará; seguirá haciendo la vida un poco más complicada al partido de gobierno, facilitando, probablemente a los controladores que se cumplan los techos de gasto, aunque a riesgo que aumente la confusión en el gasto público y eso acabe en males mayores por algunos sectores, beneficiarios de aquellas políticas entre la ciudadanía.
Más allá del advertising and marketing del proyecto de las cuentas (siempre “los presupuestos más sociales de la historia”), son debates más relevantes que no trascienden el debate público, la virtualidad del escenario en el que se inscriben las previsiones macroeconómicas: la obsesión de buscar márgenes de gasto adicionales en el corto plazo a través de bajar la ratio de deuda pública/PIB aumentando el PIB en términos absolutos por la vía de más población recién llegada, a pesar del escaso valor añadido del empleo creado; generar recursos sobre la base de no actualizar tramos o tarifas; no condicionar en fondo de reserva los finiquitos de deuda que se puedan producir o los ingresos extraordinarios por los mayores recursos que puedan resultar, separando estos del gasto recurrente, and many others. Y de eso nada de nada en nuestra discusión presupuestaria. E la nave va…
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