Mientras en España debatimos sobre José Bretón, a caballo entre Francia y Argelia una novela que aquí acaba de publicar Cabaret Voltaire está siendo objeto de polémica. Agradezco a la editorial que me mandara un ejemplar de Houries (Huríes) de Kamel Daoud porque, a priori, la ganadora del último Goncourt me parecía muy necesaria por abordar el trauma del terrorismo islamista en Argelia. La protagonista es la superviviente de un salvaje ataque en el que queda marcada para siempre después de que los asesinos intentaran degollarla y la dejaran muda. El planteamiento me parecía un gran acierto literario, porque nada podría simbolizar mejor el totalitarismo del islamismo extremista que el dejar sin voz, sin lenguaje, a una mujer. Es lo que persiguen, de hecho, estas versiones liberticidas del islam, la sumisión absoluta del individuo al arrebatársele incluso la palabra. El degüelle sacrificial es de una carga simbólica tan grande que estaba predispuesta a sumergirme en las páginas de un escritor que, con estas premisas, se me antojaba dotado no solo de un enorme talento literario sino de una gran sensibilidad.
De ahí mi profunda decepción al descubrir que el argelino se habría apropiado de la historia de una víctima actual en un acto que va más allá de la easy inspiración. Resulta que Daoud está casado con una psiquiatra que tuvo como paciente a Saad Arbane, una mujer cuyas cuerdas vocales fueron cercenadas por un terrorista. En la novela aparecen innumerables detalles sobre su vida privada, entre ellos algunos que solo le habría confesado en la consulta. Arbane cuenta que Daoud llegó a proponerle escribir una novela sobre su experiencia y que ella se opuso. Aquí ya no hablamos de la línea que separa la ficción de la realidad, sino de una flagrante violación del secreto profesional. Aun así, Gallimard salió a defender al escritor y Cabaret Voltaire ha traducido la novela como si estos hechos no existieran.
Dudo que los libreros que han mostrado su solidaridad con Ruth Ortiz vayan a hacer lo mismo con Saada Arbane. Pero la responsabilidad es del escritor y su esposa y de ahí que la respuesta que el propio Daoud dio a Álex Vicente en este diario al ser preguntado por el tema fuera una bofetada: que ella no es la única víctima. Obvia así por interés propio una de las funciones más nobles de la literatura: rescatar a la persona de la indiferenciación que impone el terror masivo. Es decir, Daoud olvidó que cada víctima es una. Y al hacerlo suplanta a la mujer actual cuya intimidad ha explotado sin permiso, la vuelve a silenciar, vuelve a dejarla sin voz ni palabra.