El cine mundial en el año 1975 seguía marcado por el formidable estado de forma del estadounidense. Desde la llegada del Nuevo Hollywood en 1967, con los estrenos de El graduado y Bonnie and Clyde, corrían tiempos de insolencia y creatividad en las formas y en el fondo, y, en medio de innumerables conflictos políticos y sociales, tres generaciones distintas venían desarrollando películas críticas con el sistema: los cineastas más jóvenes, procedentes muchos de ellos de las escuelas de arte y de cine, y en este año Hal Ashby estrenó Shampoo; los veteranos que habían encontrado un nuevo territorio de libertad, y por ahí aparecieron Nashville, de Robert Altman, y Muerde la bala, de Richard Brooks; y los directores de la generación del compromiso, procedentes de la televisión, con la Tarde de perros de Sidney Lumet a la cabeza.
Fuera de Hollywood, europeos célebres habían cruzado el charco para hacer cine en Estados Unidos, como Michelangelo Antonioni con El reportero, para Metro-Goldwyn-Mayer. Y un americano como Stanley Kubrick filmó en el Reino Unido Barry Lyndon. Pier Paolo Pasolini escandalizó con Saló o los 120 días de Sodoma, y Andrzej Zulawski se quedó cerca con Lo importante es amar. Mientras, en España, además de la escogida entre las diez, y con Franco agonizante o recién muerto, se celebraron las excelentes Pim, pam, pum… ¡Fuego!, de Pedro Olea, y Duerme, duerme, mi amor, de Francisco Regueiro.
Algunos títulos de este grupo inicial de magníficas películas no están disponibles actualmente en plataformas, pero, aun así, el siguiente bloque de diez conforma un irrenunciable placer para estos primeros días del año. Y que ocho de las diez seleccionadas estén en la misma plataforma, Filmin, también cube mucho del mercado y de quién posee el mejor cine de la historia para ver en casa.
Los tres días del cóndor, de Sydney Pollack
Si no es la mejor película de espionaje de la historia del cine, poco le falta. Por razones de forma, pero sobre todo de fondo, al relacionar el poder político con otros tantos poderes, y por ese desenlace en la esquina de The New York Instances en el que se elucubra de un modo tan complejo sobre el papel de la prensa. La CIA tiene un insólito departamento al que nadie parece hacerle mucho caso, en el que un puñado de grises funcionarios que parecen más bibliotecarios que espías se dedican a leer periódicos de todo el mundo, así como novelas y ensayos, de los que entresacar conclusiones acerca del presente y el futuro. De ahí a Robert Redford huyendo de todos y de cualquiera, con el asesino a sueldo Max Von Sydow al acecho, hay solo un mal paso. Tras el 11-S, buena parte de lo que denunciaba Pollack en Los tres días del cóndor entró en campo contrario. Lo que demanda ahora la gente es justo lo que el personaje de Cliff Robertson echa en cara al de Redford: sociedades seguras en sus hogares o en las calles. Disponible en Movistar y Filmin.
Tiburón, de Steven Spielberg
“¿Dónde guardamos los letreros de playas cerradas?”, preguntan ante los primeros ataques del tiburón. “Nunca los hemos tenido”, responden los encargados del Ayuntamiento. Una contingencia inimaginable. Una posibilidad tan poco believable como la pandemia de la covid, con la que tantos paralelismos se hicieron por culpa de la actitud de los gobernantes frente a la posibilidad de un caos mortal como el de este título mítico de hace 50 años. Spielberg, aún veinteañero, revolucionó el cine americano con una obra de impacto emocional y físico que lo logró todo a partir del lenguaje cinematográfico: con el número de fotogramas exactos para evitar que el terrorífico escualo pasara a ser un falso artilugio mecánico; con las desgarradas cuerdas de la partitura de John Williams desbocando corazones; con el retrozoom creado por Hitchcock en Vértigo para ilustrar lo que provoca el primer ataque sangriento en el inside del protagonista, el jefe de policía que interpreta Roy Scheider. Película de aventuras y de terror con un relevante matiz sociopolítico, Tiburón poseía evidentes ecos de Moby Dick en torno a la obsesión de Achab por su presa. Y una línea de guion memorable de puro sencilla: “Vamos a necesitar un barco más grande”. Disponible en Filmin.
El hombre que pudo reinar, de John Huston
Daniel Dravot y Peachy Carneham, dos soldados, dos aventureros, dos crápulas. Personajes insignes de la literatura de viajes exóticos, de conquista del territorio y de las gentes, y de la búsqueda de uno mismo a través del más osado de los objetivos vitales: ser reyes de Kafiristán, una tierra en la que sus habitantes juegan al polo con las cabezas de sus enemigos muertos. Huston, tan aventurero en la vida y el cine como su par de criaturas protagonistas, llevó a imágenes la novela corta de Rudyard Kipling con la inestimable ayuda del carisma de Sean Connery y Michael Caine. La poesía de ciertos diálogos (“Hace tres veranos y un millón de años…”) se funde con el atrevimiento de estos dos granujas, enormes bebedores de buen whisky y amantes de la mejor vida. El imperialismo británico del siglo XIX nunca fue tan divertido, soberbio y elegante: “¿Que si somos dioses? Dioses no, somos ingleses, que es casi lo mismo”. Disponible en Filmin.
Diario íntimo de Adèle H., de François Truffaut
El relato de un amor loco, de una insensatez, de una obstinación sin base ni futuro. ¿Puede ser eso el amor? ¿O es easy insania? Adèle Hugo, una de las hijas del novelista francés Victor Hugo, es la protagonista de esta oda a la (no) correspondencia; primero, por el desprecio de un militar británico por la mujer, que ha quedado para los restos; y segundo, por las cartas que su padre le envía, leídas en la película por un vozarrón en off que provoca estruendos. Experto en películas románticas y de triángulos amorosos, Truffaut quería por una vez experimentar el más difícil todavía, y con una historia actual: “Contar una historia de amor en la que la pasión circula por una vía única”. La cruda fotografía de Néstor Almendros oscurece aún más el alma de una mujer a la intemperie, a la que Isabelle Adjani, que fue candidata al Oscar, ofrece su mirada clara y un tormento inside extraordinario. Disponible en Filmin.
Alguien voló sobre el nido del cuco, de Milos Forman
La triunfadora de aquel año en los Oscar, obteniendo además los cinco premios principales: película, director, actor, actriz y guion adaptado. Alegoría de la opresión ambientada en un psiquiátrico, Alguien voló sobre el nido del cuco es una tragicomedia de la vida, y una reflexión sobre el management, el encierro y la autoridad, dominadas ambas por una excéntrica interpretación de Jack Nicholson que contrasta con la mesura de las demás, también espectaculares, pero desde la contención: las de Louise Fletcher, Danny DeVito, Brad Dourif y Will Sampson. Un canto a la vida, basado en una novela de Ken Kesey, que mantiene su poder metafórico y su conciencia social después de cinco décadas. y que fue producida por un joven de 29 años llamado Michael Douglas. Sí, ese Douglas; su padre, Kirk, la había interpretado en el teatro, pero pensó que period demasiado mayor para el papel en cine, y por ahí apareció Nicholson. Disponible en Filmin.
Dersu Uzala, de Akira Kurosawa
Buena parte de las mejores películas de aventuras son aquellas que también fueron una aventura en sí mismas, aquellas cuyas extraordinarias peripecias se vieron magnificadas por la dificultad de sus rodajes. La filmación de Dersu Uzala a lo largo de casi un año por la taiga, el bosque siberiano que ocupa todo el norte de Rusia, es un buen ejemplo de ello, con la tormenta de viento y nieve sobre sus protagonistas como sobrecogedor espectáculo. Kurosawa salió por vez primera de Japón para rodar la emocionante historia de amistad y respeto entre un cazador de la etnia chino-rusa nanái y el explorador y cartógrafo ruso Vladímir Arséniev, autor del libro en que se basa. Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Dersu Uzala fue otra de las obras de Kurosawa que inspiraron a George Lucas para su saga Star Wars. Concretamente, para el personaje de Yoda, tan parecido en el físico y en el rostro al cazador, con la misma sabiduría sencilla de la experiencia, y que además habla como él, cambiando el orden del sujeto y el predicado en cada una de sus frases. Disponible en Filmin y Acontra+.
Picnic en Hanging Rock, de Peter Weir
Peter Weir, artesano con mano de narrador y ojo de cineasta de los grandes, talento para otorgar estilo a lo que debía tenerlo y de esconderse como creador en los materiales que demandaban únicamente historia, personajes y complejidad temática, compuso una de sus obras más conceptuales con esta delicada, onírica y brillante parábola de la sexualidad en tiempos de la sociedad victoriana. Durante la excursión de un colegio de señoritas de la época a un lugar mítico de carácter laberíntico y volcánico, tres alumnas y una profesora desaparecen misteriosamente sin dejar rastro. Pero Picnic en Hanging Rock no es tanto un relato como un continuo estado de excitación: físico, onírico, artístico y sexual. En ella no hay espacio, no hay tiempo, no hay respuestas. Es el sueño de lo que vemos. La posible existencia de un universo paralelo, o de una segunda realidad, que quizá tenga que ver con ritos paganos, y que se manifiesta a través del omnipresente sexo, aunque nunca de un modo explícito. A los amantes del arte les fascinarán sus imágenes influenciadas por la pintura prerrafaelista. Disponible en Filmin y Prime Video.
Furtivos, de José Luis Borau
Las carencias y las miserias de la España profunda, reflejadas en un hombre joven atrapado entre una chica desequilibrada y peligrosa, y su posesiva madre, en la que anida un bestial toque incestuoso. Inspirados por el cuadro de Goya Saturno devorando a un hijo (Lola Gaos se llamaba Saturna en Viridiana, lo que acabó de dar la thought a los autores), José Luis Borau y su coguionista, Manuel Gutiérrez Aragón, articularon una fábula merciless ambientada en un bosque que no es sino la España del franquismo. La frase de Ovidi Montllor, su protagonista, diciendo “muerto el perro, se acabó la rabia”, de enormes implicaciones políticas, encuentra su espejo físico en el famoso apaleamiento de un lobo por parte de esa madre violenta de voz aguardentosa. Concha de Oro en el Pageant de San Sebastián, después de que la censura, en uno de sus últimos golpes, intentara que Borau la masacrara con decenas de cortes en sus imágenes y que el director se negara a ello. Para rematar la venganza, la película fue también un éxito de público con 3,5 millones de espectadores. Disponible en Flixolé.
Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores, de Terry Gilliam y Terry Jones
Encajada entre Se armó la gorda (1971), primera aproximación al cine de los Monty Python, aunque compuesta por sketches de las dos primeras temporadas de Flying Circus, y la mítica La vida de Brian (1979), la película ambientada en la Edad Media se desarrolló como proyecto artístico a partir de tres mentes pensantes: las de terry Jones y Michael Palin, coguionistas de la primera versión del guion, y la de Gilliam, con sus inconfundibles animaciones, y que parecía el único del grupo preocupado por dar entidad a la forma más allá de la inmensa gracia de los gags. Al más recordado de todos ellos, el de los caballeros avanzando al trote sin sus caballos por caminos y castillos, al ritmo de un par de cocos chocándose entre sí, se llegó en realidad gracias a la falta de presupuesto para alquilar, controlar y manejar a los equinos. Fue además la primera aproximación de Gilliam a la búsqueda del Santo Grial, temática que repetiría, pasando del siglo X a finales del XX, con la magnífica El rey pescador (1991). Disponible en Tivify.
Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles, de Chantal Akerman
La película fue elegida en diciembre de 2022 como la mejor de la historia del cine en la prestigiosa encuesta realizada cada diez años por el British Movie Institute y la revista Sight & Sound, desbancando a Vértigo, de Alfred Hitchcock. La noticia provocó un impacto evidente. Para todos fue una sorpresa; para algunos, una locura; para otros, un acto de justicia. Para el que esto escribe, está seguramente lejos de ser la mejor, pero lo que es indudable es que es un maravilloso ejemplo de cómo la experimentación y la vanguardia pueden encajar con el activismo social y de género. El día a día de una viuda y madre de un hijo que, por la tarde, tras culminar sus tareas domésticas, ejerce la prostitución. Chantal Akerman creó una película hipnótica, milimetrada en su puesta en escena, abrumadora por su duración de tres horas y por su sistemática narrativa, que, sin embargo, cautiva si se logra entrar en su universo artístico y social. Una mujer pelando patatas nunca resultó un hecho tan inmersivo en la mente del espectador dispuesto a mirar mucho más allá de lo obvio. Disponible en Filmin y en Arte.