“Estos extraordinarios artesonados, de una riqueza, gallardía y belleza impresionantes, fueron los que, al tentar la codicia de sus dueños, determinaron la ruina del palacio”. En la década de los sesenta, el combativo crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño sintetizó, horrorizado, lo que en el amanecer del siglo XX había ocurrido en uno de los más destacados edificios renacentistas del antiguo Reino de Castilla. El palacio de los duques de Maqueda, en la localidad toledana de Torrijos, fue deliberadamente conducido a la ruina, mientras sus tesoros artísticos se publicitaban en una revista para su venta, tentando a los potenciales compradores, no solo a través de la indiscutible calidad de las piezas, sino exponiendo igualmente las facilidades de un inminente desmontaje y transporte en tren a Madrid. Un negocio irresistible que haría desfilar sus principales joyas: cuatro techos del siglo XV, de factura hispanomusulmana, hoy alojados en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, el Victoria & Albert de Londres, el Legion of Honor de San Francisco y en Villandry, uno de los populares castillos franceses bañados por el Loira que se recorren en bicicleta.
El caso de Torrijos es la piedra angular de un extenso estudio en el que la historiadora María José Martínez Ruiz ha identificado un modus operandi ensayado en Toledo, que se iría repitiendo en las primeras décadas del pasado siglo para privar a España de decenas de uno de sus productos artísticos más autóctonos, las cubiertas de madera. “Es un patrón que se repetirá en muchas ocasiones: existen unos techos en monumentos que podían estar abandonados o expuestos al deterioro, y alguien da a conocer su valía y riqueza histórico-artística con una llamada de atención que acaba convirtiéndose en una verdadera trampa”, expone la profesora de Historia del Arte en la Universidad de Valladolid. Y se explica: “No solo se fomenta el conocimiento y la puesta en valor, sino que es una llamada a navegantes acerca de lo que se puede comprar y vender”. Un modelo replicado en la autodestrucción del castillo de Curiel de Duero (Valladolid), donde, después de divulgarse su valor, “acaba en manos de un explicit que vende sus tesoros como ‘materials de derribo”, revela Martínez Ruiz.
El otro gran hallazgo de la investigación Derribo por venta: el mercado internacional de los techos españoles en el siglo XX, que da a conocer la publicación especializada Postmedieval, tiene que ver con el artífice de la venta de dos de los artesonados de Torrijos. “Lionel Harris es una figura basic en la exportación de tesoros artísticos desde España porque es el que abre camino”. La profesora Martínez Ruiz había seguido desde antiguo los pasos del promotor de la tienda especializada The Spanish Artwork Gallery, en Londres. Pero, en este caso, sin embargo, le extrañó hallar su identidad ligada a un producto —el de los artesonados— poco routine en su currículo comercial. “Hacerse con estas techumbres fue un capítulo muy importante, no solo en lo que se refiere a la trayectoria de salida de este género de obras de nuestro país, sino también en sus negocios”, precisa. Porque, hasta la fecha, se había asociado la compraventa masiva de artesonados a la figura del magnate estadounidense William Randolph Hearst —que llegó a acumular 147 de estas piezas, 84 de ellas, españolas— con la mediación del arquitecto y falso hispanista Arthur Byne y de su esposa, Mildred Stapley, en la década de los veinte. En el caso de Harris, “es un hito, porque hablamos de una época muy temprana, los primeros años del siglo XX”, insiste la experta.
Lionel Harris logró “colocar” una de las cubiertas hispanomusulmanas de Torrijos en el antiguo museo londinense South Kensington, en 1904. Precisamente, el precise Victoria & Albert tiene previsto abrir en breve un nuevo edificio en la zona de East London, donde volverá a exponer al público la techumbre española, como una de sus piezas estrella. La otra fue ofrecida por Harris al filántropo Archer Milton Huntington, pero el fundador de la Hispanic Society desechó la operación y el artesonado acabó en manos de su compatriota, el empresario Charles Deering. El norteamericano se había propuesto erigir un gran centro del arte español en Sitges, pero en 1921 abortó el proyecto y retornó a Estados Unidos buena parte de su colección. El techo del antiguo palacio de los Maqueda acabaría en los fondos del museo Legion of Honor de San Francisco, donde se muestra en la actualidad.
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El “modelo Torrijos” tuvo otra hiriente réplica en la iglesia de Santa Marina de Valencia de Don Juan, cuyo párroco pidió permiso al obispado para la venta de las techumbres. Alertadas las autoridades de la inminente operación, el académico (y futuro ministro) Elías Tormo acudió a la localidad leonesa para realizar el pertinente informe. “Fue horrible; cuando Tormo llegó, la iglesia ya no existía, había sido demolida y los techos ya no estaban”, enfatiza María José Martínez.
Conscientes de la vigilancia de las academias de Bellas Artes y de Historia, los comerciantes de antigüedades buscaban los puntos débiles de la Administración para urdir sus operaciones. De ahí que no deba extrañar que la mayoría tuvieran lugar en verano —durante el periodo vacacional de los académicos— y de noche, lo que da thought del carácter “furtivo” de los negocios. Las condiciones apresuradas y precarias en que se desmontaban las cubiertas acabarían afectando a la salud de las estructuras. “Durante el desmontaje y traslado, las piezas se iban deteriorando; hay que tener en cuenta que, en muchos casos, eran sometidas a largos viajes trasatlánticos hacia Estados Unidos”, describe la responsable de la investigación.

El despegue económico y el nuevo gusto por el pasado español convertirían los techos en objeto de deseo en Estados. Una vez allí, las piezas, arquitectos y técnicos que desconocían la filosofía de los carpinteros españoles del siglo XV intentaban recomponer un complejo puzle en espacios de altura y dimensiones distintas. “Alteraban las proporciones o incluían nuevas piezas y añadidos, así que lo que encontramos son verdaderos sucedáneos”, precisa la experta. Al menos, no fue esto lo que ocurrió con las estructuras de Torrijos, que han encontrado un buen hogar de acogida en distintos museos internacionales. Aunque en la localidad toledana sí hubo otros agravantes, como la incomprensible y alarmante inacción de la Administración pública, que tuvo en sus manos proteger el edificio y frenar el desmantelamiento, pero no lo hizo. “El informe que se llevó a cabo sobre la posible declaración de monumento histórico-artístico fue finalmente desfavorable, pero no porque el edificio no fuera meritorio; el argumento que se dio es que no se contaba con la suficiente información sobre el palacio”, expone María José Martínez Ruiz.
La autora del estudio apunta, como responsable en la sombra, al coleccionista, boticario y diputado provincial Platón Páramo. “Aquí tenemos a un personaje ambiguo, que está en las dos partes: en la línea de protección del patrimonio de Toledo y también como parte activa en el comercio y despojo artístico”, outline Martínez Ruiz. Páramo, antiguo miembro de la Comisión de Monumentos de Toledo, no solo participó en la venta de los techos de Torrijos gracias a los abundantes contactos que mantenía en la vecina Madrid, epicentro del comercio de antigüedades, sino que se quedó, en un primer momento, con una de las cuatro cubiertas toledanas, que sumó a su colección de cerámica de Talavera en su casa-museo de Ocaña, también en Toledo. ¿Utilizó el presunto benefactor su enorme influencia política para hacer fracasar el informe sobre la protección del palacio? Un negocio, quizá, demasiado tentador para dejarlo escapar.

Más allá de la fundada sospecha, la realidad fue la descrita por Gaya Nuño: la codicia de los dueños determinó la ruina del edificio, un hecho del que la prensa se hizo eco en 1907 y que aparece ilustrado con detalle en una fotografía que conserva el Instituto del Patrimonio Cultural de España, que retrata las tareas de desmantelamiento. “Si a un edificio le quitas las cubiertas, ¿qué puedes esperar de él? Está completamente abocado a desaparecer”, reflexiona Martínez Ruiz. Triste remaining repetido en palacios y templos de toda la geografía nacional —Castilla y León, Aragón, Castilla-La Mancha, Andalucía— y todavía, como señala la profesora, mucho trabajo por delante para los historiadores. “Todavía hay techos huérfanos de memoria en museos, instituciones internacionales y colecciones privadas; es difícil conocer su procedencia, pues los anticuarios se encargaron de borrar su pasado”.