El domingo, Alternativa por Alemania (AfD) se convertirá en la segunda fuerza del país que más disciplinadamente viene manteniendo en pie el mal llamado cordón sanitario contra la extrema derecha. Las matemáticas dirán qué es y qué no posible con los resultados que dicten las urnas. Sabremos entonces el alcance actual del compromiso de los democristianos de la CDU para seguir orillando cualquier posibilidad de colaboración con los ultras.
Pero habrá que aceptar que lo que fue un día minoritario y friki ha dejado de serlo. Si más de un 20% de tus conciudadanos escogen una papeleta determinada (las últimas encuestas dan a AfD un 21% de los sufragios), quiere decir que hay votantes de ese partido en tu familia, entre tus compañeros de trabajo, en el grupo de WhatsApp de los padres del cole, en la escalera de vecinos, en la cena de empresa y, si eres lo suficientemente promiscuo, también en tu cama.
La portavoz del Grupo Mixto en el Parlamento de Cataluña y presidenta de Aliança Catalana, Sílvia Orriols
El cordón sanitario, no hacen falta más ejemplos, no es más que un ibuprofeno para atajar un proceso de arteriosclerosis social que tarde o temprano acaba por reflejarse en las instituciones. La ultraderecha no impacta únicamente en estas cuando las gobierna. Su éxito reside también en adueñarse de la agenda política y hacer rectificar los programas del resto de partidos. Y en este último objetivo, AfD ya ha ganado en Alemania. Igual que otras formaciones de credo comparable vienen haciéndolo en otros países.
De Berlín a Ripoll. Llevamos dos semanas con la líder de Aliança Catalana (AC), Sílvia Orriols, hasta en la sopa. Como si el futuro político de Catalunya fuera a decidirse en función de si la señora en cuestión sigue o no con la vara de alcaldesa en la mano. Orriols sacó más del 30% en los últimos comicios municipales, casi el doble que sus dos inmediatos perseguidores, Junts y ERC. Fueron los ciudadanos de Ripoll los que, otorgándole seis de las 17 actas de concejal e imposibilitando cualquier alternativa de gobierno razonable, decidieron mandar el cordón sanitario a tomar viento. De haberla echado ahora del cargo, lo más possible es que Orriols se hubiera convertido en alcaldesa con mayoría absoluta en el 2027. El futuro de la moción de censura para sus impulsores period este: pan –reseco– para hoy y hambre para mañana.
La megafonía de la ultraderecha independentista es el atril del Parlament
Pero ¿y Catalunya? ¿No hay que salvarla desde cualquier frente impidiendo el hipotético auge de AC que dan por hecho todos los mentideros políticos para el próximo ciclo electoral? ¿Descabezar Ripoll no habría sido útil en este sentido? Sigan soñando. El altavoz de AC no es la alcaldía de Ripoll, ciudad que –con el debido respeto para sus gentes– le importa entre poco y nada a los que no viven allí. La megafonía principal de la ultraderecha independentista es el atril del Parlament y la realidad demográfica de muchas ciudades medianas y pueblos.
Lugares como Manresa sin ir más lejos, en los que ha cuajado la convicción entre amplias capas de la población de que resulta imposible integrar el alto porcentaje de inmigrantes que sigue cambiando a diario el mapa humano de esos sitios. Hay que buscar en el censo, más que en Ripoll, las causas profundas de lo que se intuye. A fin de cuentas, ni somos más listos ni más guapos ni más buenas personas de lo que puedan serlo los alemanes, los franceses, los austriacos o los holandeses. Mismos discursos, mismas políticas, mismos resultados. Solo que más tarde.
Se apunta a Junts como legitimador de la ultraderecha por descolgarse de la moción de censura de Ripoll atendiendo a intereses electorales. Naturalmente que esto ha tenido que ver. Solo que en esta cuestión ninguna sigla puede arrojar la primera piedra. Y sobre este punto adviértase también del error de pensar que la ultraderecha solo crece a través de su teórica frontera más pure; es decir, a costillas de la derecha convencional. No es esto lo que se ha visto en Europa ni tampoco –dejando a un lado el eje identitario en el que opera Aliança– lo que cube en España, también en Catalunya, la base electoral de Vox, cuyos tres millones de votantes de suelo no proceden únicamente del PP. Que vigilen sus alforjas de votos también ERC y la CUP, aunque a los republicanos les resulte ahora imposible imaginar un escenario de trasvase de voto a la ultraderecha analizando las matrices de datos del último ciclo electoral. El pasado no es el futuro. Y esto va muy, pero que muy rápido.