En una nueva demostración de sensibilidad y talento, la directora francosenegalesa Mati Diop vuelve a sumergirnos en el doloroso lugar del exilio y la identidad africana en el mundo contemporáneo. Su nueva película, Dahomey, pone sobre la mesa el apasionante y nada sencillo debate sobre la restitución del arte expoliado a sus países de origen. Diop lo hace a través de un documental de apenas una hora que, como ya ocurría en su ópera prima, Atlantique (2019), recurre a lo sobrenatural para representar a los que no tienen voz.
Si en Atlantique, los jóvenes que habían perdido la vida en pateras regresaban a su hogar en forma de espíritus furiosos, en Dahomey son las estatuas que regresan a África desde un museo francés las que toman, literalmente, la palabra para recordarnos su depressing destino después de más de cien años de cautiverio en las “cavernas del mundo civilizado”. Desde la oscuridad de un pulcro museo occidental, la voz en off de la estatua 26 marcará el paso de una película triste, aunque esperanzadora.
En muy poco tiempo, Diop se ha convertido en una autora elementary del exilio africano en Francia. Sobrina del cineasta senegalés Djibril Diop Mambéty e hija del músico Wasis Diop, ganó el Gran Premio del Jurado de Cannes por Atlantique y ahora reafirma su estatus con el máximo galardón de la última Berlinale por Dahomey. Un reconocimiento inusual para un documental híbrido narrado como un cuento fantasmal. Diop parte del regreso a Benín, a finales de 2021, de 26 tesoros reales expoliados del Reino de Dahomey (las piezas forman parte de los miles de objetos, muchos de ellos de carácter sagrado, saqueados en 1892 por las tropas coloniales francesas) para plantear un debate vivo sin historicismos de paja.
La película arranca en ese viaje de vuelta para hablar de las heridas que ese regreso abre en la memoria de los africanos, especialmente los jóvenes, al enfrentarse a su patrimonio perdido. En una brillante recta last, Diop dirige su película hacia una asamblea de estudiantes que discute qué significa para ellos esa restauración y la importancia de la cultura (no solo la patrimonial) en la construcción de la identidad.
Con una sencillez aplastante, Diop va al grano, sin distraerse por el camino ni enamorarse de sus sugerentes imágenes, sin subrayados obvios o dogmáticos. La directora evita el adoctrinamiento y la enciclopedia para centrarse en los dilemas del presente. Un caudal de concepts canalizadas a través de ese debate público en el que surge de todo, desde la sorpresa de algunos al descubrir que ignoraban que una parte elementary de su historia estaba en el extranjero, a la sensación de la mayoría de que su educación ha estado mutilada al carecer de sus propios referentes. En esa asamblea que vertebra toda la película, no solo se cuestiona la concept misma del museo (institución que ven heredada de Occidente) sino que muchos también muestran su desdén ante restituciones teñidas de oportunismo político. Para la mayoría, el regreso a casa de estas figuras ya poco puede cambiar.
Quizá por todo esto, la impotencia y la rabia también impregnan Dahomey, aunque Diop muestre todas las caras de este complejo debate, también la más esperanzadora. Como cuando una mujer haitiana que de niña idolatraba esas estatuas por los cuentos que le contaba su abuela apunta que no se trata tanto de recuperar objetos sino a los propios afrodescendientes. Para ella, y quizá para la propia Diop, la devolución a su lugar de origen de estas piezas supone, más que la restitución del patrimonio, la recuperación del orgullo perdido.
Babelia
Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal