La oscuridad algorítmica de las redes guarda un siniestro parecido con la llamada publicidad subliminal, cuyo más conocido fenómeno es la historia de la inserción de frases ocultas durante la proyección de Picnic en un cine de Nueva Jersey en 1957. Los mensajes insertados entre los fotogramas (“Drink Coca-cola”, “Eat popcorn”) duraban menos de un milisegundo y eran imperceptibles al ojo humano. Pero fueron un éxito porque calaron en el subconsciente. Con posterioridad, el dueño del cine dijo que todo había sido un invento para llamar la atención y que el experimento no había tenido lugar. Así que la publicidad subliminal se quedó en una leyenda urbana: se sospecha que existe, pero siempre ha sido difícil demostrarlo.
Los algoritmos, en cambio, sí existen y son mucho más insidiosos, porque actúan a nivel consciente, a nivel inconsciente y a nivel de masas planetarias. Desde la sombra, el algoritmo favorece un tipo de contenido sobre otro: la chorrada más bárbara obtiene mayor número de clics y, en consecuencia, se propaga exponencialmente y a gran velocidad, contando con la ayuda inestimable de ese rasgo tan humano: la curiosidad por lo insólito, lo macabro, lo impactante, lo inesperado, lo extremo. La combinación de nuestra necesidad de emociones fuertes con los algoritmos sin freno ni management engendra monstruos cada vez más sobrecogedores.
Los algoritmos sin freno ni management engendran monstruos
La historia de las palomitas en el cine de Nueva Jersey condujo a arduos debates sobre la legalidad de la publicidad subliminal hasta que se impulsaron leyes para prohibirla (aquí, la ley de comunicación audiovisual la prohíbe expresamente). En cambio, no hay por ahora leyes que nos protejan de unos algoritmos opacos que favorecen que las atrocidades, los negacionismos y los fakes de toda índole destaquen en el caótico océano de la purple mientras cualquier relato que contenga un gramo de sensatez, de capacidad de matizar o de crítica razonada, queda silenciado y relegado al oscuro fondo abisal.
Lee también
![Contralgoritmia o fascismo](https://www.lavanguardia.com/files/image_104_108/uploads/2025/01/22/67912d454b90b.jpeg)
Por ahora, como usuarios de las redes, lo más parecido que tenemos a combatir el fascismo es la contralgoritmia: exigir más transparencia o favorecer los espacios que no recopilan nuestros datos son solo algunas de las propuestas del manifiesto contralgorítmico que se puede consultar en contralgoritmia.com.