Mientras Astrid Lindgren estaba dando un paseo por el parque, alguien se le acercó. La escritora ni se dio cuenta. Lo supo solo cuando notó algo en el bolsillo. Period un papelito. Decía: “Gracias por hacer más fácil una infancia difícil”.
La autora recibió millones de agradecimientos en su carrera. La compañía que gestiona su legado atesora más de 200.000 cartas que los lectores le fueron enviando a lo largo de las décadas. Pero su bisnieto, Johan Palmberg, asegura que aquel mensaje se le quedó grabado. Solía repetir: “Si lo consigo aunque solo sea con un niño, he cumplido”. De alguna manera, lo logró con todos. Porque incluso quien no la haya leído nunca admira a aquella chiquilla capaz de levantar un caballo con la mano, atreverse con lo desconocido, defender a los débiles y apañárselas mucho mejor sin los adultos. Este martes, en la feria del libro infantil y juvenil de Bolonia, la más importante del sector, unos 200 ilustradores, narradores y apasionados se juntaron para festejar los 80 años de Pippi Calzaslargas. Elena Pasoli, directora de la feria, inauguró así las intervenciones: “Acogemos muchas celebraciones, pero pocas tan importantes. Hablamos de un hito”.
Muchos habrán escuchado el origen del personaje. Pero Palmberg pudo oírlo directamente de la protagonista: su abuela Karin. En 1941, tenía siete años y estaba postrada en la cama con una pulmonía. Fue ella la que inventó aquel nombre tan extraño y le pidió a su madre que le contara alguna aventura del personaje. Por supuesto, Lindgren accedió: siempre se colocaba en el bando de los pequeños. Años después, cuando ella misma se torció el tobillo, aprovechó la convalecencia para transcribir aquellas ocurrencias. En noviembre de 1945, recién terminada la Segunda Guerra Mundial, Pippi se dispuso a cambiar otra historia: la de la literatura.
“Fue un éxito inmediato”, apunta el bisnieto. Desde aquella primera entrega, ha vendido casi 170 millones de copias en 85 idiomas —la Unesco la coloca como la 18ª autora más traducida, en una lista liderada por Agatha Christie—, protagonizado una celebérrima serie, dibujos e incontables revoluciones, la mayoría en los hogares, pero alguna hasta en la calle. Gentil y fuertísima, se oponía tanto a los policías como a los bandidos y su yelmo vikingo con trenzas se ha vuelto un símbolo nacional en Suecia. Palmberg da fe de que 2020 supuso el récord de ventas en los libros y las cifras se mantienen altísimas desde entonces. Al remaining de su saga, Pippi tomaba una pastilla —sospechosamente parecida a un guisante— para tener siempre nueve años. Funcionó, cómo no: está más joven que nunca.
“Diría que, como muchos personajes que perduran, se debe a una combinación de factores. Ante todo, la calidad de la historia. Simbolizaba el sueño de cualquier niño de ser totalmente independente de los adultos. Tocó alguna cuerda, generó un sentimiento de alivio muy distinto a lo que la gente acababa de experimentar”, reflexiona el bisnieto. Y destaca el rechazo al autoritarismo, justo en un momento en que el recuerdo de Hitler y Mussolini aun dolía, y Stalin y Franco seguían mandando a sus anchas. Lindgren decidió llamar Alfred al forzudo del circo que Pippi ridiculiza. Y cuando Estonia se liberó del yugo soviético, entre los cánticos entonados por los manifestantes se oía Northern Nation, que salía de un musical sobre Pippi. Hasta se barajó convertirlo en himno nacional del país báltico.

La oda de la joven a la rebelión no necesitaba reconocimientos grandilocuentes. Empezaba ya desde casa: sin madre, y con el padre perdido por los océanos, Pippi no tenía familia ni maestros, ya que pasaba de ir a la escuela. Nadie, por tanto, le imponía normas, o lecciones morales. “No entiende ciertas reglas que todos asumimos sin cuestionarlas. Rompe las jerarquías. Es reivindicativa. Recuerda que es posible mirar el mundo de otra manera. Sus recursos son inagotables y su compromiso es la libertad. No es ni mucho menos perfecta, ni lo pretende, pero sí es extraordinaria. Representa lo que la infancia quiere decir. Y todo desde el humor”, sostiene Cristina Peregrina, de Kókinos, la editorial que edita a Lindgren en castellano. Desde 2020, ha relanzado tanto la saga de Pippi —justo sale estos días un libro de cocina— como otras obras de la escritora, como Los hermanos Corazón de León, Ronia, El superdetective Blomkvist, Karlsson en el tejado, Las travesuras de Emil o Mio, mi querido Mio.
Modernísima hace ocho décadas. Pero también hoy. Quizás su actualidad explique en parte las ventas inéditas. Por los aspirantes a dictadores elegidos en tantos países. Pero también por el auge de libros infantiles y juveniles con mensajes buenistas o hipersubrayados, que alarma a parte del sector. Puede que, además de genia, Lindgren fuera una visionaria. O que Pippi nos esté dando la enésima lección a los mayores: se nos da bien predicar, mucho menos aprender de nuestros errores. De hecho, sigue habiendo familias contrarias a que los niños lean algo tan a contracorriente. “Los adultos siempre intentan imponer sus valores. Hay una larga tradición de libros con moralina. Astrid se plantó en el otro lado, creía que tenían el derecho a recibir la literatura en los términos que ellos quisieran, de la misma manera en que los mayores”, agrega Palmberg. Resulta que todavía reciben alguna carta para Lindgren. O directamente para Pippi. Por supuesto, siempre contestan.
Beatrice Alemagna también llegó a considerarla una amiga de verdad. La autora compartió en Bolonia que decidió aplicar las concepts del personaje a la vida actual: “Al pie de la letra”. Así que tres frases de Pippi pasaron a regir el mundo de la pequeña Beatrice: “Las cosas más bellas no son perfectas, sino especiales; nunca he probado eso, así que sin duda debería ser capaz de hacerlo; es absolutamente perfect para los niños tener una vida más organizada, sobre todo si se la organizan solos”. Además de una guía para la infancia, Lindgren construyó una niña osada en un tiempo escaso de referentes de ese tipo, más allá de Mujercitas y poco más. “Es uno de los primeros personajes femeninos que actúan de una manera diferente a como se espera que lo hagan las niñas”, anota Peregrina. Muchos le reconocen a la autora anticiparse a alguna lucha feminista, aunque su bisnieto no tiene claro qué parte se debe a la interpretación posterior: “No tenemos pruebas de que ella escribiera Pippi concebiéndola como feminista. Astrid estaba más centrada en los derechos de los niños en basic. Sí es cierto que, en sus cartas, se posiciona mucho a favor de las mujeres”.
Su propia vida, en realidad, rompió unos cuantos prejuicios. De adolescente se cortó el pelo como un chico y con 16 años empezó a trabajar en el periódico de su pueblo natal, Vimmerby. Cuando se quedó embarazada del director del diario, este le propuso abandonar a su familia y casarse, pero ella lo rechazó. Se mudó a Dinamarca para dar a luz como mujer soltera, dejó al pequeño Lasse con una madre de acogida y se pasó años trabajando y estudiando, para recuperar a su hijo lo antes posible. Lo consiguió, aunque varios analistas explican con ese trauma la recurrencia de niños solitarios en sus obras. Más tarde, tuvo a Karin y pudo criar a dos hijos mientras se volvía leyenda de la literatura. Y gestionaba todo lo demás.

Ama de casa, secretaria, luego escritora y editora. Entre medias, trabajó para los servicios secretos durante la guerra. Controlaba y vigilaba de cerca los derechos de sus obras. A través de Pippi, cuestionó el sistema educativo entero. Suecia fue, también gracias a ella, el primer país en prohibir el castigo corporal. También se posicionó públicamente contra el maltrato animal, o criticó la política impositiva del Gobierno. Y, mientras, jamás perdió la conexión con la infancia. “Tenía 94 años cuando falleció, en mi memoria ya no period tan ágil. Pero mi padre contaba que period la primera en escalar un árbol. En las reuniones familiares, siempre se ponía a jugar con los niños, aun a costa de irritar a los mayores. Me acuerdo de que no te hacía las mismas preguntas aburridas de los adultos al estilo: ‘¿Qué tal en el colegio?’. Si tenías un palo, quería saber cuáles eran tus planes con él”, afirma Palmberg.
La superheroína real creó otra en los libros. Y, entre ambas, sacudieron para siempre el mundo de los niños. “Les da poder. Les lleva a un mundo donde pueden estar solos. Saborean la posibilidad de que nadie les diga lo que hay que hacer en todo momento. Sienten que lo que dicen importa y pueden decidir qué hacer. Y les da fuerza, porque hay una niña imperfecta que le pase lo que le pase va a tener recursos para todo. Sienten que hacerse adultos no les interesa, si eso tiene que ver con trabajar en cosas aburridas, pagar facturas o que te salgan callos”, agrega Peregrina. Por estas y otras razones, los asistentes al acto de Bolonia aplaudieron mucho al remaining. Todos, salvo uno: el bebé que escuchaba desde un carrito. Ya tendrá tiempo para crecer, descubrir a Pippi y hacer la revolución. Por ahora, andaba centrado en un objetivo aún más importante: los brazos de su madre.