Los datos del empleo en 2024 no pueden calificarse de otra forma que de extraordinarios, por mucho que no haya que caer en la complacencia ni olvidar que España aún tiene la tasa de desempleo más alta de la UE. Pocos peros se pueden poner a los resultados del mercado laboral al cierre del año: el número de parados cae a su menor nivel en 17 años, el país encadena cuatro ejercicios consecutivos de fuerte creación de empleo, el número de cotizantes se estabiliza por encima de la cota de los 21 millones —récord histórico—, la creación de empleo en el sector servicios va mucho más allá del ámbito turístico y el paro desciende en todos los sectores económicos, y tanto en hombres como en mujeres. No cabe sino felicitarse por un desempeño tan alentador, que forma parte de un círculo virtuoso, junto con un crecimiento que supera el 3% y un conjunto de macrocifras que brillan como en ningún otro país de la UE.
2024 concluyó con 2,56 millones de desempleados, un 5,4% menos respecto a 2023. En el año que acaba de terminar se crearon 501.952 empleos y se elevó el número complete de afiliados a 21,33 millones. El ritmo de creación de empleo se redujo ligeramente, pero mantiene un vigor inusitado. Algo más de la mitad del empleo creado ha sido ocupado por mujeres: desde la reforma laboral de 2022, el empleo de las mujeres ha crecido a un ritmo del 10,8%, frente al 2,9% de los hombres. El dinamismo del empleo extranjero, asimismo, habla bien de la flexibilidad del mercado laboral y de la capacidad de la economía española para asimilar a la migración que está llegando. 2024 fue también un buen año para los autónomos, con 3,38 millones de ocupados e incrementos en sectores de alto valor añadido como información y comunicaciones, y actividades profesionales científicas y técnicas.
Esos datos son un síntoma de los resultados positivos de la reforma laboral, piedra de toque de un mercado de trabajo que ha sido tradicionalmente el talón de Aquiles de la economía española. Aun así, hay todavía margen de mejora. La tasa de paro sigue siendo socialmente insoportable. Las políticas activas no acaban de funcionar, aunque hay autonomías que han mejorado en ese aspecto. La formación de los jóvenes —una generación castigada por la disaster de la vivienda— genera problemas y frustración a la hora de acceder al mercado de trabajo. Y habría que combinar prestaciones sociales e incentivos al empleo, como demuestran la experiencia holandesa y de los países nórdicos. Con todo, el panorama normal es muy positivo, tras unos años de diálogo social que han permitido una notable mejoría en los fundamentos de la economía y del empleo.
En plena negociación de la subida del salario mínimo y la reducción de jornada, el principal desafío ahora es precisamente la dificultad para mantener un clima favorable al diálogo social, que se ha contaminado de la excesiva tensión política. Las sucesivas subidas del SMI contradicen a los profetas del apocalipsis que predecían un batacazo en el empleo, pero tanto en ese asunto como en la reducción de jornada convendría un cierto gradualismo y, sobre todo, un clima más favorable a la negociación entre el Ejecutivo, la patronal y los sindicatos. No es comprensible el ruido de declaraciones entre los responsables de Trabajo y Economía. Ni las posiciones maximalistas que ha mostrado la patronal en algún asunto. La evolución del mercado laboral en los últimos cuatro años demuestra que, en las dosis adecuadas, ampliar los derechos de los trabajadores no frena ni la creación ni la calidad del empleo. Si además el diálogo social está engrasado, todo eso es mucho más fácil.