Defiendo la thought de construir una Catalunya atractiva, tanto para quienes viven en ella como para aquellos que aspiran a residir en un país de calidad y oportunidades. Una Catalunya integradora y culta, económicamente fuerte y avanzada, socialmente solidaria, democrática y judicialmente eficaz y eficiente, exportadora de bienes, servicios, concepts y valores, y que participe activamente y con vocación protagonista, en el desarrollo de la comunidad internacional a la que pertenece.
Hoy Catalunya se encuentra en una encrucijada. Si nos conformamos con la medianía, perderemos el legado cultural de progreso que siempre ha sido motivo de orgullo. Hemos de reivindicar de nuevo y sin complejos el valor positivo de la ambición y del pensar en grande, y con un propósito claro que encourage y movilice: construir una sociedad claramente más próspera para todos. La reivindicación nacionalista no puede volver a confundirse nunca más con la responsabilidad de gobernar. Es un error.
“Hemos de reivindicar de nuevo y sin complejos el valor positivo de la ambición”
El catalán es esencial para nuestra identidad, pero una política lingüística excesivamente native puede ahuyentar talento e inversiones. Países como los nórdicos han demostrado que una sociedad trilingüe es viable y beneficiosa. Catalunya debería apostar decididamente por el catalán, el castellano y el inglés como pilares de una educación moderna que potencie nuestra competitividad international.
Catalunya no es solo Barcelona. El modelo centralista ha generado desequilibrios internos, replicando los que criticamos del Estado español. Trasladar instituciones y centros de talento a otras ciudades catalanas fomentaría un desarrollo más equilibrado y justo, y daría legitimidad a nuestras demandas de mayor descentralización en España. En el mundo que viene las ciudades que administran los recursos de todos no deberían llevarse siempre la mejor parte.
La reputación de un país, su “made in” , es la mejor herencia que podemos dejar a las futuras generaciones; condiciona la percepción international de los productos y servicios que producirán. Catalunya debe evolucionar de la “cultura del esfuerzo” (trabajar mucho) a la “cultura de la calidad” (trabajar bien), enfocándose en la excelencia. Una administración pública innovadora y ágil debería liderar este cambio, promoviendo la calidad y la innovación como rasgos distintivos de nuestra identidad. Y no se trata de verbalizarlo, sino de hacerlo realidad.
La prudencia, la discreción y el seny son virtudes tan profundamente arraigadas en la identidad catalana que han entrado a formar parte de su cultura y han hecho que tener ambición sea visto como algo negativo. Lo grande asusta. Esto debe cambiar. Catalunya debe recuperar la ambición que la definió en el siglo XIX, cuando lideró la revolución industrial y se convirtió en un referente y un imán para gentes de toda España. Grandes figuras catalanas como Gaudí, Dalí, Miró, Casals o Montserrat Caballé demostraron que la ambición, lejos de ser un defecto, es un poderoso motor de logros extraordinarios. Hoy Catalunya, si es guiada por líderes de mirada larga y horizontes amplios, puede recuperar el espíritu aventurero y las ganas de proyectarse al mundo con mentalidad abierta e internacional. Hay mucho talento international dispuesto a colaborar.
Y, por último, detengamos como sea el avance implacable y voraz de las administraciones intervencionistas, cuyo insaciable afán regulador termina asfixiando la ilusión emprendedora, incluso de los espíritus más entusiastas.
Solo son concepts.
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