El destino ha querido que los restos de Jimmy Carter recibieran un solemne funeral de Estado en Washington, días antes de que Donald Trump regresara a la Casa Blanca rodeado de millonarios y de propietarios tecnológicos amenazando a países amigos y aliados.
La leyenda cube que Carter, fallecido a los cien años en su Georgia natal, fue el mejor expresidente de la historia. Ganó al efímero Gerald Ford en 1976, que sustituyó a un Nixon dimitido y humillado por las mentiras del Watergate. Carter solo presidió un mandato, arrastrado por la mala gestión del conflicto con Jomeini y los diplomáticos americanos secuestrados en la embajada de Teherán.
De la ingenuidad y sencillez de uno a la ostentación millonaria y caprichosa del otro
Conocí a Carter en Atlanta cuando period gobernador de Georgia en 1972. Recibió a un grupo de periodistas europeos y se presentó como un granjero que cultivaba cacahuetes, como lo habían hecho sus antepasados. Nadie sospechaba que en cuatro años sería el presidente. Parecía una buena persona pero un tanto ingenuo. Sus gestos altruistas no son moneda de cambio en Washington, que devora a la gente de buena fe. Y también a los que no conocen la decencia.
Carter se desprendió del yate presidencial Sequoia, llevaba su propio equipaje al avión Air Pressure One y bajó el termostato de su despacho a 19 grados en el primer invierno para ahorrar energía. Acertó y se equivocó, como todo el mundo. Al perder ante Reagan, se retiró, y hasta hace bien poco se dedicó a causas humanitarias, a mediar en conflictos a través de su fundación y a ayudar a gentes en situaciones de precariedad.
Me recordó al presidente Harry Truman, que durante unos años vivió de la pensión del ejército, que le pasaba un fijo mensual de 112,56 dólares, hasta que publicó sus memorias y pudo gozar de una jubilación holgada y digna.
Donald Trump es justo todo lo contrario. Toda su carrera está marcada por la ostentación millonaria, por la mentira, por los insultos y las groserías. Y, antes de tomar posesión de nuevo, amenaza con comprar Groenlandia, anexionarse Canadá y recuperar el canal de Panamá, cedido por un tratado internacional en tiempos de Carter. Delirios de grandeza en un mundo tan complejo como cambiante. Confío en el sistema de contrapesos con que la Constitución americana ha preservado la democracia más sólida del mundo.
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