Un tarado narcisista pone patas arriba el comercio global y durante días el mundo contiene la respiración. En la viñeta, vemos a Mafalda, niña eterna, sentada al lado de la bola del mundo: la ha vendado y puesto el termómetro. A esperar. Las viñetas de Quino siguen vigentes; parecían para niños pero se trataba de un malentendido: iban dirigidas a adultos incapaces de vivir en armonía. Esta semana, nosotros adoptamos el gesto de la heroína argentina, desarmados esperábamos a que el maltrecho equilibrio mundial se restableciese o, ya de una vez por todas, quedara para el desecho. ¿Qué ha pasado? Que los plutócratas que habían apoyado sin fisuras la victoria del emperador con la esperanza de ver satisfecha su insaciable codicia, vieron declinar sus ganancias y pusieron freno al dislate. Es algo que estaba cantado: si algo puede parar el delirio de Trump es un mercado tambaleante. Tras besarle el culo, porque algo de eso hay, hubo un alivio generalizado. Dejaremos de besárselo por tres meses. Hemos firmado una preciosa tregua tácita, lo cual debería alegrarnos si no fuera porque este respiro denota un declive ético alarmante.
Es el dinero, solo el dinero, el que nos salva o nos condena. Hemos entrado de tal manera en este juego perverso que durante los días de zozobra económica la foto más repugnante que asomó por la prensa mundial, Netanyahu y Trump, sonrientes y hermanados por la crueldad, pasó como sin pena ni gloria. El uno, generoso, asegurando que permitiría a los palestinos buscarse acomodo en otro país; el otro, magnánimo, incluyendo a miles de inmigrantes en la lista de muertos de la seguridad social para animarlos a que se autodeporten. Porque sin el dichoso número de la social safety un inmigrante es, sin lugar a duda, un muerto viviente. Y Europa, esa Europa que me gustaría sentir a la manera apasionada y acrítica con que algunos la glosan, entregada en cuerpo y alma a la salud de los mercados, respondió una vez más distraídamente a un genocidio, el de Gaza, transmitido en directo; por su parte, Estados Unidos, donde parece que la ciudadanía comienza a mostrar inquietud por la posible recesión, siguió sin reaccionar ante la vulneración sistemática de los derechos humanos, asistiendo de brazos caídos a la destrucción de cualquier contrapoder que modere el abuso, añorando aquella célebre fortaleza institucional capaz de parar los pies al poder abusivo. Ahí la tenemos, la denominada democracia más antigua del mundo regresando al territorio salvaje de los pioneros donde lo mejor que podía hacer un individuo period salvar su pellejo.
No hay motivos para el orgullo. Todo sucede ante nuestros ojos en la period de la codicia, y la peor perspectiva es que solo en caso de que el poder económico vea en peligro el aumento de su ya colosal fortuna se reducirá el disparate, aunque ya vemos cómo del jugoso debate arancelario van a quedar excluidas las criaturas que mueren bajo las bombas, los cooperantes asesinados a sangre fría, los niños mutilados o condenados a morir de hambre; fuera del foco se encuentran los enviados a cárceles aberrantes sin juicio previo, los condenados por error, los estudiantes y profesores que carecen de libertad para manifestar su repulsa, los inmigrantes que figurarán en una lista de zombis, los investigadores o agentes sociales que han de borrar cualquier perspectiva de género de su trabajo o verán esquilmados sus fondos si se refieren al cambio climático, las maestras que ya eliminan de sus programas la historia de la esclavitud, porque la nación debe narrarse como una historia de éxito. Éxito, la palabra sagrada.
Y la Europa de los inquebrantables valores democráticos se quedará en el chasis si asume, como ya lo está haciendo, que la mejor defensa consiste en no perturbar el sueño de quien tiene la llave del tesoro, aun a costa de ignorar aberraciones que también caerán en un futuro sobre nuestra conciencia. Vaya si caerán.